ESTUDIOS FILOLÓGICOS, N° 34, 1999, pp. 47-72
DOI: 10.4067/S0071-17131999003400005

 

 

Las actitudes hacia la variación intradialectal en la sociolingüística hispánica

The attitudes towards intradialect variation in hispanic sociolinguistics

 

José Luis Blas Arroyo


El presente trabajo representa un ensayo bibliográfico sobre las principales líneas de investigación emprendidas en el seno de la sociolingüística hispánica sobre el tema de las actitudes lingüísticas. La diversidad y dispersión de las fuentes sobre un tema tan relevante para el estudio sociolingüístico de la lengua invitan a un esfuerzo crítico de síntesis, que dé cuenta de los principales esfuerzos realizados en este ámbito en las últimas tres décadas. Con todo, esta misma diversidad impone la restricción del estudio a los trabajos basados en la variación interna del español, dejando para otro momento y lugar el análisis del no menos importante ámbito de las actitudes hacia el bilingüismo. Una vez delimitado el objeto de estudio, el autor pasa revista a diversos aspectos asociados con las actitudes, desde los relacionados con la metodología empleada (matched-guise, empleo de cuestionarios, etc.) hasta la evaluación de las principales correlaciones observadas en la bibliografía con variables como el sexo, la edad, la clase social, etc.


 

The paper represents a bibliographical essay on the main research undertaken in on linguistic attitudes Hispanic Sociolinguistics. The diversity and dispersion of the sources on a topic so relevant for the study of languages invites to a critical synthesis effort, to give an account of the principal efforts accomplished in this area in the last three decades. With all, this same diversity imposes a restriction on the study to the researches based on the Spanish internal variation, postponing the analysis of the not less important area of the attitudes toward Bilingualism. Delimited the object of study, the author examines closely various aspects related to linguistic attitudes, from methodology employed (matched-guise, the use of questionnaires, etc.) to the evaluation of the main correlations observed in the bibliography with extra-linguistic variables as sex, age, social class, etc.


 

1. INTRODUCCION

En el desarrollo de la disciplina sociolingüística son frecuentes las referencias al capítulo de las actitudes lingüísticas y otros conceptos relacionados. A menudo se ha subrayado la importancia que tienen para la comprensión de numerosos aspectos de la comunidad de habla, como la variación lingüística o el multilingüismo. Desde la radical -y premonitoria- intuición de Rona (1974), según la cual el estudio de las actitudes lingüísticas es el más adecuado y pertinente para la investigación sociolingüística, otros muchos estudiosos han llamado la atención sobre la importancia de las percepciones subjetivas del hablante para el análisis del lenguaje como entidad social. Carranza (1982), por ejemplo, sostiene que las actitudes pueden contribuir poderosamente a la difusión de los cambios lingüísticos, reflejar los patrones de uso y la evaluación social de la variación lingüística, etc. Por su parte, López Morales (1989) considera el estudio de las actitudes lingüísticas como un importante capítulo de la disciplina sociolingüística, por su papel decisivo -junto a la conciencia lingüística- en la explicación de la competencia. En su opinión, actitudes y creencias lingüísticas afectan no sólo a fenómenos particulares y específicos, sino también a las lenguas extranjeras que conviven o no en la misma comunidad, al idioma materno y a las variedades diatópicas o diastráticas de éste. Sus consecuencias son variadas, desde el patrocinio de los cambios lingüísticos, su poderosa influencia en el aprendizaje de segundas lenguas, el fomento de la discriminación lingüística o el aporte de bases teóricas para la delimitación del concepto de "comunidad de habla" propuesto inicialmente por Labov (1966). A propósito de esta última cuestión, Alvar (1976) sostiene que las actitudes lingüísticas son un elemento intrínseco de la comunidad de habla y hasta de la cosmovisión particular de ésta. Por ello, una de las principales tareas de la sociolingüística es determinar qué elementos forjan tales lazos de solidaridad comunitaria, cómo surgen en el tiempo y qué tipo de cambios pueden afectar a las actitudes lingüísticas.

Sin embargo, y a pesar de tratarse, efectivamente, de una de las ramas más prometedoras de la sociolingüística contemporánea y de haberse multiplicado los estudios sobre actitudes en los últimos años lo cierto es que todavía hoy nos encontramos en un estadio temprano de su desarrollo.

El objeto del presente artículo es perfilar críticamente las principales líneas de investigación desarrolladas en el ámbito de la sociolingüística hispánica en las últimas dos o tres décadas. Sin embargo, dos restricciones iniciales se imponen en nuestra labor. En primer lugar, sólo nos ocuparemos de los estudios que tienen por objeto preferente el análisis de las actitudes hacia la variación intralingüística, es decir, hacia las diversas variedades del español que coexisten en una misma comunidad de habla. Por lo tanto, quedan fuera de nuestro objeto de estudio -aunque no faltarán referencias tangenciales a ellas, por las frecuentes conexiones entre los dos ámbitos de estudio- las investigaciones sobre actitudes hacia el multilingüismo o hacia los fenómenos lingüísticos derivados de él. Por otro lado, queremos subrayar que es éste un ensayo bibliográfico sobre el tema, sin que nos guíe ningún propósito de exhaustividad. Con todo, creemos que de la bibliografía analizada pueden dibujarse con claridad los principales derroteros por los que ha discurrido la investigación sobre actitudes en el mundo hispánico.

2. EL CONCEPTO DE ACTITUD EN SOCIOLINGÜISTICA

La propia noción de actitud, aunque muy utilizada en el terreno de la psicología social, dista de haber obtenido hasta el momento una caracterización universalmente aceptada. Para empezar, nos haremos eco de una de las más generales: "disposición a reaccionar favorable o desfavorablemente a una serie de objetos" (Sarnoff 1966: 279). En el caso de las actitudes lingüísticas -y en opinión de Appel (1987: 17)- podemos hablar de una postura crítica, valorativa, del hablante hacia fenómenos específicos de una lengua e, incluso, hacia dialectos y diasistemas completos. Fasold (1984: 176), por su parte, añade otros objetos de estudio posibles: a) qué piensan los hablantes sobre las lenguas (si son ricas, pobres, feas, etc.); b) qué piensan además sobre los hablantes de dichas lenguas y dialectos; y c) las actitudes hacia el futuro de una lengua. En suma, las actitudes pueden estar basadas en hechos reales, pero en la mayoría de los casos se originan a partir de creencias del todo inmotivadas.

La bibliografía especializada suele reconocer la existencia de dos aproximaciones diferentes al estudio de este tema. La primera, calificada de conductista, aboga por el análisis de las actitudes a partir de las respuestas lingüísticas de los hablantes, es decir, a partir del uso real en las interacciones comunicativas. Una aplicación de este modelo al análisis de las actitudes es el que podemos encontrar en el artículo de Blanco de Margo (1991), en el que desde una perspectiva histórica y a través del análisis minucioso de documentación histórica se analizan las actitudes explícitas de la nación argentina desde el período de la independencia hasta la década de los 60 en nuestra centuria (para más detalles sobre este trabajo véase más abajo).

La aproximación mentalista, por el contrario, considera las actitudes como un estado mental interior, o como quieren Agheyisi y Fishman (1970: 138) "como una variable que interviene entre un estímulo que afecta a la persona y su respuesta a él" (vid. también Cooper y Fishman 1975: 7;  : 21 y Fasold 1984: 147). La mayor parte de los investigadores en el terreno de las actitudes lingüísticas se han adherido a este último punto de vista1. En opinión de López Morales (1989: 230), el poder de predictibilidad de las concepciones mentalistas es lo que ha terminado por hacerlas favoritas. Agheyisi y Fishman señalan además otro aspecto decisivo, que ha centrado buena parte del debate teórico: los modelos de corte mentalista incluyen no sólo el marco definitorio básico, sino también la descripción de sus componentes.

López Morales (1989: 232-36) ha revisado con cierto detalle las principales aportaciones al debate sobre la estructura componencial de la actitud. Entre los modelos mentalistas distingue tres hipótesis fundamentales:

a) las actitudes contienen tres componentes, divididos a su vez en diferentes parámetros: cognoscitivo (percepciones, creencias y estereotipos), afectivo (emociones y sentimientos) y conativo (tendencia a actuar y a reaccionar de cierta manera con respecto al objeto).

b) para Rokeach el origen de la actitud son las creencias y son éstas, precisamente, las que se descomponen en cada uno de los tres miembros del párrafo anterior.

c) el tercer modelo, que vincula a Fishbein, parte de la distinción inicial entre actitud y creencia, y mientras a la primera corresponde únicamente el componente afectivo, las creencias contienen los atributos cognoscitivo y de acción.

El propio López Morales (1989: 234) tercia en el debate, decantándose por un planteamiento más próximo al de Fishbein: "para nosotros la actitud está dominada por un solo rasgo: el conativo, (....) Separo del de actitud el concepto de creencia, que es, junto al 'saber' proporcionado por la conciencia lingüística, el que las produce". Mientras las actitudes sólo pueden ser positivas o negativas, nunca neutras, dado su carácter conativo, las creencias sí pueden estar integradas "por una supuesta cognición2 y por un integrante afectivo. Aunque no todas las creencias producen actitudes (piénsese, por ejemplo, en las etimologías populares) en su mayoría conllevan una toma de posición: si se cree que el fenómeno x es rural, es decir, lleva signos de rusticidad, inelegancia, etc., suele producirse una actitud negativa hacia él, se suele rechazar. Que tal rechazo afecta a la actuación lingüística del hablante es un hecho, sobre todo cuando produce estilos cuidadosos en los que participa muy activamente su conciencia lingüística". Recientemente, Almeida y Vidal (1995) han hecho uso de esta dicotomía teorética en su análisis de los condicionamientos sociales y culturales en el uso del vocabulario entre diversos grupos sociales de las Islas Canarias. Mediante el uso de cuestionarios, los autores estudian el uso y la riqueza del vocabulario a partir de ciertos factores entre los que ahora nos interesan dos: a) creencias, entendiendo por éstas el saber hipotético de los hablantes sobre el carácter arcaico, vernacular, extranjero, etc., de los términos, y b) actitudes, es decir, la consideración de los ítemes léxicos como prestigiosos o no prestigiosos. Almeida y Vidal continúan así un trabajo iniciado años atrás por Ortega (1981), quien analizó las creencias que motivan el sentimiento de inferioridad que los hablantes canarios tienen acerca de su propia variedad dialectal y en relación al estándar peninsular, sentido como superior. Para el autor, dichas creencias se centran en el empleo de un vocabulario limitado y en el uso en general de un lenguaje poco cultivado y sofisticado. Por su parte, Solano y Umana (1994) han estudiado, también mediante el auxilio de cuestionarios, las razones de la baja estima de la población universitaria costarricense sobre el español hablado en este país. Entre éstas destacan la pobreza y el carácter subestándar del vocabulario utilizado, las carencias educativas o las deficiencias en la pronunciación de los fonemas del español.

2.1. El origen de las actitudes. Antes de pasar al comentario de las principales conclusiones obtenidas en los estudios empíricos sobre actitudes, es necesaria la investigación de sus causas. Como recuerdan Appel y Muysken (1997), la explicación general de los resultados de los estudios de actitudes lingüísticas se basa en la asunción de que las lenguas (o las variedades lingüísticas) son objetivamente comparables, gramatical y lógicamente, pero que lo que causa las diferencias en la evaluación subjetiva de fragmentos del habla son las distancias sociales de los grupos etnolingüísticos. En relación con este tema, son conocidas las investigaciones de Giles et al. (1979) en comunidades bilingües de Canadá y Gales. En éstas se contrastaban dos hipótesis: la hipótesis del valor inherente (una variedad es mejor o más atractiva que la otra) y la hipótesis del valor impuesto (una variedad es considerada mejor o más atractiva que la otra porque es hablada por el grupo con más prestigio o estatus). Giles y sus colaboradores encontraron confirmación para la segunda hipótesis: un dialecto que era juzgado negativamente por los hablantes de la comunidad donde se empleaba -el caso del francés canadiense en Canadá- no era objeto de consideración negativa por parte de miembros de una comunidad distinta (en el caso reseñado por Giles et al. (1979), la comunidad galesa).

Según Edwards (1982: 21), existen tres posibilidades para dar cuenta de las diferentes evaluaciones de variedades y lenguas diferentes: a) las diferencias son intrínsecamente lingüísticas; b) las diferencias son de naturaleza estética, y c) las diferencias obedecen a convenciones sociales y preferencias. Ahora bien, a partir de los trabajos de Trudgill y Giles (1978) sabemos que cuando los individuos son sometidos a la evaluación de lenguas que les resultan completamente desconocidas y que, por tanto, no son categorizadas socioeconómicamente, los resultados son completamente distintos. En suma, no pueden ser diferencias lingüísticas ni estéticas las que estén en el origen de las actitudes lingüísticas, sino convenciones relacionadas con el estatus y el prestigio asociado a las personas que hablan dichas lenguas o variedades. Como recuerda Silva-Corvalán (1989: 12), el que una forma lingüística se evalúe como "correcta" o "incorrecta" se debe sólo a apreciaciones subjetivas: la corrección es social, no lingüística3.

Entre nosotros, Cortés (1994) ha visto también cómo en la comunidad argentina de origen anglosajón el desplazamiento hacia el español y el abandono progresivo del inglés como lengua de interacción cotidiana se ha ido fraguando irremisiblemente en las últimas generaciones de forma que hoy la mayoría de los anglo-argentinos no emplean el inglés como primera lengua en el hogar. Y ello, lógicamente, pese a la conciencia del estatus privilegiado de ésta como lengua internacional e instrumental. El contraste con el estatus de ambas lenguas en otras comunidades americanas es, así, abrumador. Pero no es un caso único. Otras situaciones de inmigración en Argentina han podido atestiguar también cómo unas actitudes positivas hacia una lengua y una cultura de prestigio no son suficientes para preservar el mantenimiento del idioma, especialmente en situaciones de relativo aislamiento. Flodell (1991), por ejemplo, ha destacado cómo en la pequeña comunidad de origen sueco afincada en Argentina en el siglo XIX el desplazamiento de la lengua nativa por el español ha sido irremisible en las últimas décadas y ello pese a la lealtad y fidelidad de los individuos a sus orígenes suecos, a la participación en manifestaciones locales de la cultura sueca y, en fin, a las actitudes positivas hacia el sueco4.

Como es sabido, una corriente importante de la investigación sociolingüística ha insistido en la estrecha relación entre el lenguaje y la identidad de los individuos, relación que halla su expresión más directa en las actitudes de los individuos hacia las lenguas y sus usuarios. A partir de la noción de acto de identidad (act of identity), Le Page (1980: 14) afirma que los individuos crean sus reglas lingüísticas para parecerse a aquellos grupos con los que quieren identificarse. En un sentido similar, los psicólogos sociales han desarrollado la denominada teoría de la acomodación (accommodation theory) para intentar explicar el hecho probado de que los hablantes modifican sus pautas de comportamiento lingüístico de acuerdo con la identidad de los individuos que tienen delante. Dos resultados sobresalen: los hablantes convergen o divergen entre sí (vid. Thakerar et al. 1982).

Si trasladamos estas conclusiones desde la simple comunicación interpersonal al terreno de lo social, observamos, siguiendo a Giles y Smith (1979: 45-65), que la gente quiere emular a aquellos que percibe por encima en la jerarquía social. El sistema educacional, con la ayuda de los medios de comunicación social de masas, es decisivo para la formación de esa corriente social de comportamiento convergente. La hipótesis valdría incluso para explicar la deliberada conducta desviante de algunos subgrupos: en este caso prima la necesidad de ser distintos, lo que, a diferencia del comportamiento convergente, suele implicar la desaprobación social, es decir, las reacciones negativas del resto de la sociedad.

Esta teoría es en cierto modo compatible con otras que han intentado categorizar las formas de conducta social. Becker (1973) es el autor de una de las más interesantes. Según este autor, existen cuatro tipos principales de hablantes en una comunidad de habla: a) el desviante puro, es decir, aquel que rompe deliberadamente con las reglas y además es visto como tal por la población; b) el conformista, quien siempre obedece las leyes de comportamiento sociolingüístico y así es percibido también por los demás; c) el desviante secreto, esto es, aquel sujeto perteneciente a las clases privilegiadas de la sociedad y cuyo comportamiento desviante no es interpretado como tal por la comunidad; d) la última categoría es curiosa, el falsamente acusado, es decir, aquel individuo que obedece las normas, pero es frecuentemente acusado de desviante. Una integración sociolingüística de todas estas categorías aparece en un interesante trabajo de St. Clair (1982: 164-88) sobre la historia social de las actitudes lingüísticas.

3. CUESTIONES DE METODO

3.1. La técnica del matched-guise. A pesar de la importancia de las hipótesis anteriores, la mayor parte de la investigación sobre actitudes lingüísticas ha ido de la mano de un considerable desarrollo metodológico, uno de los más notables en la reciente historia de la sociolingüística.

Sin lugar a dudas, el más famoso de los instrumentos ideados hasta la fecha ha sido la técnica conocida con el nombre de matched-guise5, desarrollada en Canadá por Lambert y sus colaboradores a finales de los años cincuenta y comienzos de los sesenta. Ideada inicialmente para el estudio de las actitudes hacia el bilingüismo, el procedimiento consiste en las reacciones de los oyentes (considerados como "jueces") hacia diversas grabaciones de un número determinado de bilingües perfectos que leen el mismo pasaje en prosa en sus dos lenguas. Los individuos objeto de la investigación oyen tales grabaciones bajo la impresión asumida de que cada pasaje corresponde a un hablante distinto, cuando en realidad son leídos por una misma persona (Lambert 1967. Una vez oídas las cintas deben evaluar la personalidad de los hablantes, en la mayoría de los casos a través de escalas de diferenciación semántica (Osgood et al. 1957)6. Entre nosotros debemos una reflexión reciente sobre tales escalas a Lameiras (1995), quien las ha utilizado en su estudio sobre las actitudes lingüísticas entre alumnos gallegos de primaria.

A pesar de las ventajas que presenta, en especial por el control de ciertos factores paralingüísticos como el tono de voz o la fluidez en la lectura, que se han revelado importantes para los juicios de personalidad, la técnica original del matched-guise ha sido objeto de algunas críticas con las correspondientes propuestas de mejora. Shuy y sus colaboradores (1969), por ejemplo, advierten que en la metodología de Lambert los individuos juzgan la cualidad de los hablantes como lectores, y no tanto las variedades de lengua. Por ello, proponen un sistema en el que los pasajes leídos traten del mismo tema, aunque no con las mismas palabras (véanse también Anglejan y Tucker 1973; Wölk 1973). Más graves son las críticas acerca de la artificialidad y la falta de naturalidad del experimento. Para Giles y Bourhis (1976) resulta poco realista preguntar a la gente fuera de contexto, por lo que ellos mismos desarrollaron un sistema original de matched-guise, en el que los sujetos no se percataban de estar participando en un experimento de actitudes lingüísticas. Otros han advertido también la posible falta de congruencia entre la variedad de lengua empleada y el tema de lectura (vid. Kimple 1968). Dada la falta de naturalidad de un experimento hecho a base de lecturas de diversos pasajes, algunos autores se inclinan porque las cintas-estímulo empleadas recojan grabaciones de registros menos artificiales. Kramer (1964), por ejemplo, propone trabajar a partir de diálogos, donde puede apreciarse mejor la interacción de los hablantes. Scherer (1972) utiliza muestras espontáneas grabadas anónimamente por él mismo y que después edita a base de fragmentos monologados. Nosotros mismos (Blas 1996) hemos adoptado un método semejante en una investigación sobre actitudes lingüísticas entre jóvenes valencianos.

Silva-Corvalán (1989: 42), por su parte, ha recordado la dificultad -tampoco menor- de encontrar hablantes bidialectales que puedan participar con garantías en el experimento. Fasold (1984: 160), en fin, cree que la técnica puede proporcionar claves importantes en la investigación de las actitudes lingüísticas, pero, a su juicio, debe obrarse con cautela, acudiendo también a otros conceptos, como los de convergencia y divergencia antes comentados. En este sentido pone como ejemplo el caso de un paraguayo que tenga un sentimiento muy profundo de nacionalismo hacia el guaraní pero se acomode al español para hablar con un vecino en una conversación. Asimismo, en el estudio de Bourhis, Giles y Lambert (1975) sobre la situación bilingüe en Quebec, se demostró que el movimiento nacionalista de este estado canadiense ponía mucho énfasis en la lengua como símbolo de grupo, pero las viejas ideas que consideran "mejor" el francés de Francia persisten en los niveles más profundos. Las diferencias entre las actitudes conscientes e inconscientes parecen notables en bastantes ocasiones, y la técnica del matched-guise debe ser revisada con cuidado si se desea dar cuenta de ellas.

3.2. Los cuestionarios y otras técnicas directas. El uso de otro tipo de técnicas más directas, como cuestionarios o test de diverso signo, se ha revelado también útil para el análisis de las actitudes lingüísticas. Agheyisi y Fishman (1970: 147-50) clasifican los métodos directos en tres grupos: cuestionarios, entrevistas y observación directa. Este último es el modelo favorito de la antropología, pero los datos que de ella se derivan pueden pecar de un excesivo subjetivismo. Las entrevistas eluden este problema, pero no escapan a otros de considerable peso, como el volumen de grabaciones necesario para la obtención de unos datos suficientemente representativos. Ante estas perspectivas, la mayoría de los investigadores han apostado por la utilización de cuestionarios sobre actitudes, que presentan una ventaja considerable ya que son relativamente fáciles de distribuir y de recoger (Dorian 1981: 157). Los cuestionarios pueden ser de dos tipos: de final cerrado y de final abierto. Los primeros suelen emplear unas escalas de diferenciación semántica similares a las ya descritas en el caso del matched-guise o bien ítemes con múltiples elecciones7. Sin embargo, la mayoría de los estudios sobre actitudes se han realizado mediante cuestionarios con respuestas abiertas que permiten una mayor sutileza en el análisis de las respuestas, dado que el encuestado tiene una mayor libertad para exponer sus puntos de vista. Ahora bien, como advierte Baetens (1986: 100), a veces esta misma circunstancia puede convertirse en un inconveniente por la dificultad de tabular este tipo de comentarios adicionales.

Uno de los tests de actitudes más conocidos lo debemos a Walker (1982), técnica que ha sido empleada, entre nosotros, por Miller (1992) en su análisis de las actitudes lingüísticas hacia el quechua y el español en el Perú andino. En el mismo sentido cabe mencionar los estudios de López Morales (1979); Valdivieso (1981); Rojo (1981); Quilis (1983); Malanca et al. (1981); Boretti de Macchia y Ferrer de Gregoret (1978); Donni de Mirande (1978); Silva-Corvalán (1984); Blas (1994); Gómez Molina (1998), entre otros.

Sin embargo, los tests más divulgados son los de aceptabilidad/gramaticalidad e inseguridad lingüísticas, empleados tanto en estudios sobre comunidades monolingües como bilingües. En el primer caso, se trata de una serie de preguntas directas que son formuladas al hablante para que juzgue acerca de la gramaticalidad y/o aceptabilidad de ciertos rasgos lingüísticos presentes en un serie de construcciones (Mackey 1976). Como advierte Silva-Corvalán (1989: 38), este tipo de pruebas, concebidas inicialmente para el análisis de la competencia lingüística del hablante nativo, se han revelado, sin embargo, más útiles para la medición de las actitudes subjetivas hacia tales rasgos. Mediante una de ellas, Serrano (1996) ha evaluado recientemente las actitudes hacia las variantes ra y se para la expresión del imperfecto de subjuntivo en la comunidad de habla de La Laguna (Islas Canarias), estudio en el que se prevé un futuro más prometedor para la primera de las formas. Nosotros mismos hemos hecho uso de cuestionarios de aceptabilidad para medir el grado de inseguridad lingüística de la población valenciana sobre diversas variables de carácter interferencial (Blas 1993a), así como sobre el fenómeno leísta. Y tanto en un caso como en otro los resultados han mostrado, por lo general, una considerable distancia entre el uso real y las actitudes del hablante hacia las variables consideradas.

Con todo, no pueden ocultarse algunas dificultades importantes que se derivan del uso de estos tests, como el hecho de que los hablantes no respondan acerca de la gramaticalidad o aceptabilidad de las construcciones a base de datos puramente lingüísticos (Quirk y Startvik 1966) o juzguen a partir de otros diferentes: es necesario un gran cuidado en la elaboración de los ejemplos para evitar que el informante desvíe su atención hacia otros fenómenos. Silva-Corvalán (1989: 39) recuerda, a propósito de su trabajo en Covarrubias (Burgos), otra dificultad añadida: las diez oraciones de que constaba la prueba debieron ser presentadas en forma oral y escrita a la vez, ya que numerosos informantes demostraban muchos problemas para leerlas.

Una variante de estas pruebas consiste en preguntar al interlocutor sobre la validez de dos frases enfrentadas, una con el rasgo estigmatizado y la otra con el rasgo correcto. Una investigación de este tipo fue emprendida por Valdivieso (1981) sobre diversos fenómenos fonéticos en Concepción (Chile) (véase también Labov 1966: cap. XI).

4. PERSPECTIVAS TEORICAS EN LOS ESTUDIOS SOBRE ACTITUDES EN EL MUNDO HISPANICO

Estas y otras técnicas de evaluación subjetiva han demostrado que, además de identificar variables sociolingüísticas, la gente juzga la procedencia social de los hablantes, y hasta su personalidad, según la forma de hablar que manifiestan. Los psicólogos sociales han creado los conceptos de prototipos, prejuicios lingüísticos e incertidumbre cognoscitiva para dar cuenta, precisamente, de cómo utilizamos el lenguaje como fuente de información sobre las características sociales de nuestros interlocutores (cf. Giles et al. 1977; Smith y Giles 1978). Lambert (1967) categorizó las diferentes dimensiones de la personalidad de los individuos en tres grupos: competencia (v. gr. inteligencia, laboriosidad, etc.), integridad personal (v. gr. amigo, sincero, etc.) y atractivo social (v. gr. sentido del humor, etc.). Otros, como Carranza (1982: 63-84), los han reducido a dos: estatus y solidaridad. Este tipo de asociaciones reciben comúnmente el nombre de estereotipos, aunque no todos los autores coincidan en la caracterización del concepto8. Gebhardt (1980) considera que los prejuicios representan el contenido de estereotipos y clichés, los cuales se retroalimentan en las interacciones humanas dando lugar a nuevos prejuicios y consolidando los ya existentes. Por ello los estereotipos son fenómenos lingüísticos y sociales que manipulan y alientan opiniones y actitudes que se extienden por toda la comunidad de habla.

La investigación empírica sobre actitudes ha demostrado, por ejemplo, que los acentos regionales, de grupos étnicos minoritarios o los de las clases bajas evocan reacciones desfavorables en términos de estatus y prestigio (Edwards 1982: 23-27). A continuación ofrecemos una reseña de algunas de las investigaciones más recientes sobre el mundo hispánico en las que se ha llegado a conclusiones semejantes.

4.1. Actitudes hacia la variación regional. Ortega (1981) ha sido uno de los primeros en estudiar -eso sí, mediante una metodología impresionística, lo que resta algún valor a sus datos- la evaluación que realizan los hablantes de su propia variedad regional. Así, el autor deja constancia de que la mayoría de los hablantes canarios sienten que el español que utilizan es dialectal e inferior a la variedad estándar peninsular. Desde fuera de esta comunidad, nosotros mismos (Blas 1996) hemos llegado a una conclusión semejante al comparar las actitudes de un grupo de jóvenes valencianos ante sendas variedades geográficas del español: castellano norteño, sin acento/canario.

Por su parte, Lamíquiz y Carbonero (1987) han llamado la atención sobre el diferente grado de aceptación por parte de los hablantes cultos sevillanos de rasgos que son propios del dialecto andaluz. Por ejemplo, la presión y el prestigio de la norma castellana están en el origen de que el seseo, rasgo que separa claramente la norma sevillana y la castellana, tenga entre los hablantes sevillanos un índice de aceptación más bajo que el de otros fenómenos teóricamente menos diferenciadores, como la aspiración de -s. Asimismo, Alvar (1986) y Lope Blanch (1972), entre otros, han llamado la atención sobre la actitud positiva que muchos hispanohablantes latinoamericanos demuestran hacia las variedades lingüísticas peninsulares, especialmente la castellana.

Desde una perspectiva histórica, Blanco de Margo (1991) ha analizado recientemente la evolución de las actitudes lingüísticas en Argentina desde los tiempos de la independencia del país americano hasta la década de los 60, ya en el presente siglo. De su estudio se deduce la relevancia de las cuestiones relacionadas con la identidad cultural, por un lado, y por otro con el polimorfismo derivado de la estandarización del español, una vez que esta lengua dejó de ser el idioma de una única nación. El autor encuentra hasta cinco etapas distintas en dicho período, a través de las cuales discurren tres corrientes actitudinales de forma cíclica: el purismo conservador, el nacionalismo independentista y la aceptación de la diversidad lingüística. En la actualidad, y al decir de Malanca et al. (1981: 34), la actitud de hispanofobia que originó la pretensión de una lengua diferente de la peninsular como manifestación más acusada del nacionalismo está ya superada en el hablante argentino, entre otras razones porque es consciente de que su forma de hablar no sólo refleja la acomodación del español a una realidad inédita, sino también la presión de las lenguas de los inmigrantes. Con todo, esta y otras investigaciones (cf. Boretti de Macchia y Ferrer de Gregoret 1978) han puesto de manifiesto la pervivencia de dos tradiciones actitudinales en la nación argentina, una más tradicionalista, anclada en la reafirmación nacional frente a la lengua, que domina en las regiones que recibieron un menor contingente inmigratorio, y otra, asentada preferentemente en las costas y en los lugares de inmigración masiva, que adopta una posición más laxa en torno a la propia lengua.

Por otro lado, ciertos estudios han prestado una atención especial hacia las actitudes que la población dispensa hacia diversas variedades dialectales de las lenguas que viven en situación de contacto. En el área caribeña, por ejemplo, Castellanos (1980) ha comprobado mediante la técnica del matched-guise9 que los hablantes de variedades vernáculas que conviven con otras variedades españolas y de otras lenguas consideran aquéllas como no prestigiosas y en general muestran unas actitudes negativas hacia las mismas. En España, Martín Zorraquino (1998) y sus colaboradores (cf. Martín Zorraquino et al. 1995) han advertido asimismo las actitudes poco positivas de los hablantes de la Franja de Aragón hacia sus propias hablas locales ?chapurreao? a las que ven como "incorrectas" o como "mal catalán".

Pero probablemente sea en el contexto norteamericano donde el esfuerzo por estudiar esta cuestión haya sido mayor. Flores y Hopper (1975), por ejemplo, comprobaron que en las comunidades de habla chicana del sudoeste norteamericano muchos hablantes adjudicaban un valor más alto al español estándar que a su propia variedad, la cual era frecuentemente despreciada10. En otro estudio, realizado al igual que el anterior en una comunidad de habla mexicano-americana, Cohen (1974) comprobó que para la población adulta encuestada el "mejor" español era el hablado en México, seguido a distancia por el estándar peninsular11, y, paralelamente, el "mejor" inglés era el inglés de Inglaterra, no el norteamericano. Asimismo, dichos informantes deseaban que sus hijos hablaran la "mejor" variedad de cada lengua y no la vernácula, fuertemente estigmatizada. Más recientemente, Bills (1997) ha visto cómo los hablantes de las comunidades de Nuevo México establecen con frecuencia una jerarquía actitudinal en la que el inglés ocupa el primer puesto, seguido por una variedad del español hablada preferentemente en las zonas urbanas y, en último lugar, por el dialecto hispano tradicional, relegado en los últimos tiempos a las hablas más rurales. Con todo, estos resultados no son unánimes. Hannun (1978), por ejemplo, comprobó que mientras los estudiantes de naciones donde el español es lengua oficial tendían a menospreciar las variedades del español chicano12, sus homólogos nativos mostraban unas actitudes mucho más positivas, que el autor relacionaba con el sentimiento creciente de orgullo étnico al menos en ese corte generacional.

Otros estudios se han detenido en el análisis de las actitudes hacia aspectos parciales de la variación dialectal. Uno de esos estudios es el realizado por Navarro (1991) en la ciudad de Valencia (Venezuela), en el que el autor ha analizado las actitudes de los individuos hacia tres formas dialectales no estándar: la concordancia entre el objeto y el verbo en oraciones normativamente impersonales con haber13y hacer, la sustitución de haber por ser en la formación de los tiempos compuestos y la alternancia -nos/-mos como desinencia de la primera persona del plural de los verbos. Los resultados del análisis confirman que las variantes no estándar aparecen claramente jerarquizadas respecto a su valoración social y que en el caso que nos ocupa sólo el primer fenómeno se ve libre de connotaciones negativas, frente a los otros dos cuya evaluación es juzgada muy críticamente en el seno de la comunidad. A resultados similares ha llegado Tassara (1992) en su análisis de las actitudes hacia tres variantes de (ch) en el español mexicano: africada, fricativa e intermedia entre las dos anteriores. Los datos obtenidos muestran una hipersensibilidad hacia la variación fónica, como lo demuestra el hecho de asociar inmediatamente con los estratos socioculturales bajos a todos los hablantes que no emplean la variante estándar africada, independientemente de cuál de las otras dos sea la utilizada. Igual de estigmatizados consideran los nicaragüenses los rasgos más peculiares de su español, al menos por lo que se desprende del estudio de Ille (1995) en la ciudad de Managua. De semejante manera, Lipski (1991) ha advertido sobre el hecho de que la estigmatización de los principales rasgos fonológicos del español salvadoreño por parte de las clases medias de ese país provocó una curiosa reacción en contra de las milicias guerrilleras, que pudo advertirse en la radio clandestina patrocinada por éstas durante la sangrienta guerra civil que asoló el país centroamericano. En la misma línea, De Lucca (1996) ha dado cuenta de las impresiones negativas hacia el fenómeno de la neutralización de /r/ y /l/ implosivas en el Caribe y más detalladamente en el español de Puerto Rico. Asimismo destacamos el estudio de Kubarth (1986), quien tras el análisis de las actitudes hacia ciertas variables sociolingüísticas típicas del español bonaerense -seseo, elisión de -s, yeísmo rehilado...- concluye que el nivel de conciencia de los fenómenos lingüísticos para las variantes sin significación social es muy bajo en todo el espectro social.

En otro orden de cosas, una conclusión interesante que se deriva de la mayoría de estas investigaciones es que las actitudes hacia las variables sociolingüísticas son bastante más regulares y uniformes que el uso que de ellas se hace en el seno de una comunidad de habla (López Morales 1979: 124). Estos y otros autores (vid. Geerts et al. 1978) han llamado la atención sobre el hecho de que, pese a evaluar muy positivamente los rasgos estándar, muchas veces los modelos de uso espontáneo de los hablantes distan mucho de aquéllos14. Alvarado, por ejemplo (1982), ha resaltado que, pese a la existencia de actitudes muy negativas hacia el inglés entre la población panameña, tanto el uso de esta lengua como la presencia de la misma en el español, a través de fenómenos de interferencia y toda clase de préstamos léxicos, es constante. Con todo, no faltan casos que muestran lo contrario. Serrano (1996), por ejemplo, ha advertido un gran paralelismo entre el uso y las actitudes manifestadas por una comunidad canaria hacia la variación entre ra y se como formas alternantes de imperfecto de subjuntivo en español.

4.2. Diferencias generacionales. Las diferencias actitudinales hacia la variación lingüística manifiestan correlaciones significativas con ciertas variables sociales, entre las que destaca la edad. La chilena Silva-Corvalán (1984), por ejemplo, ha observado la distribución de los modos verbales en oraciones condicionales en una comunidad de habla rural castellana (Covarrubias), en la que se dibuja claramente un perfil sociolingüístico donde destacan los más jóvenes, y no sólo por realizar con más frecuencia las variantes dialectales sino también por mostrar unas actitudes más positivas hacia éstas. La autora especula acerca del cambio sociopolítico acaecido en España desde finales de los 70 así como sobre el turismo como las causas principales de este particular sentimiento comunitario de los jóvenes, que, incluso, les lleva a juzgar negativamente a aquellos individuos que no participan de las mismas normas. Por su parte, Keller (1974) ha llamado la atención sobre el hecho de que el cambio a favor del en detrimento de usted, que se viene produciendo gradualmente desde hace décadas en diversas comunidades de habla hispánica, ha tenido siempre en el grupo de los adolescentes al principal agente impulsor. Impresión confirmada por nosotros mismos en comunidades valencianas y vascas de la península (cf. Blas 1994-95).

Con todo, estas conclusiones no son definitivas y de hecho no han faltado estudios que contradicen el patrón anterior. Así, en algunas comunidades de habla los grupos jóvenes destacan sobre el resto de la población por su preferencia hacia las variantes panhispánicas o hacia aquellas formas que en la comunidad de habla tienen asociada una marca de prestigio. En la ciudad de Concepción (Chile), por ejemplo, Valdivieso (1983) ha podido advertir la predilección de los jóvenes por las citadas normas en relación con ciertas variables fónicas. En otros casos, como en el estudio sobre las actitudes hacia la variación fónica en el español costarricense, Berg-Selikson (1984) observó que mientras los grupos generacionales adultos y ancianos respondían al modelo actitudinal esperado en la comunidad de habla -el prestigio se asocia a las variantes estándar y consecuentemente a los individuos que las utilizan, mientras que las variantes vernáculas aparecen fuertemente estigmatizadas-, los informantes más jóvenes tenían más dificultades en reconocer la significación social de la variación, lo que a juicio de la autora es una muestra que confirma que la competencia sociolingüística se adquiere gradualmente a lo largo de la vida del individuo. Dorta (1986) ha podido comprobar que en una comunidad de habla tinerfeña, las actitudes más positivas hacia la variante yeísta en la neutralización entre las palatales lateral /ll/ y no lateral /y/, respectivamente, proceden de los hablantes más jóvenes, mientras que, en el extremo contrario, los más ancianos interpretan dicha variante como un signo pretencioso de aculturación.

Sin embargo, suelen ser los estratos generacionales intermedios -generalmente inmersos en el mundo de la competencia profesional, económica y social- los más proclives a las normas de prestigio. Complementariamente, algunos estudios sobre actitudes lingüísticas han puesto de relieve que los hablantes ancianos (70 +) son más tolerantes que los jóvenes con la variación regional (Paltridge y Giles 1984: 79)15.

4.3. Actitudes lingüísticas y diferenciación sexual. En relación con el factor sexo, se ha apuntado en diversas ocasiones que las mujeres tienden a sobrevalorar su habla cuando se compara su actuación lingüística con las actitudes que mantienen hacia la variación, al contrario que los hombres, que suelen manifestar una valoración más negativa de su modalidad expresiva (Labov 1972; Silva-Corvalán 1989; Kramarae 1982). Asimismo se sostiene que, por lo general, las mujeres suelen manifestar en mayor medida que los hombres una predilección por las variantes estándar. Lo cierto es que en la sociolingüística hispánica no han faltado estudios que confirman estos asertos.

En un estudio pionero, Cedergren (1973) comprobó que en Ciudad de Panamá las mujeres mostraban una actitud más positiva hacia las variantes aspiradas que hacia el cero fonético en la realización de /-s/, y en una proporción mucho más elevada que entre los hombres (vid. también Albó 1970). Resultados que han tenido continuidad en otras investigaciones. Así, Cepeda (1990) ha visto que en Valdivia (Chile) la variante prestigiosa de (-s), [s] es preferida por las mujeres, los grupos sociales altos y los hablantes más viejos16. Mientras tanto, en la península ibérica y en un análisis sociolingüístico de la comunidad de habla de Toledo (España), Calero (1990) ha advertido también que la variante prestigiosa y mayoritaria en esta ciudad es preferida por las mujeres, mientras que la aspiración y la elisión son más frecuentes entre hombres, y lo mismo cabe decir de (j), cuya variante fricativa se incrementa entre los hombres mientras es rechazada masivamente por las mujeres, especialmente cuando se asciende en la pirámide social.

Por su parte, Biondi (1992) ha ofrecido un cuadro claro de distribución sociolingüística entre un grupo de inmigrantes árabes en Argentina a propósito de la variante [b], de claro origen interferencial, para la expresión del fonema oclusivo sordo -/p/-. Los datos de esta investigación muestran que [b] es una variante estigmatizada pero es sostenida en el estilo informal por los hombres, preferentemente adultos y en sitios rurales. Para Biondi, la preferencia de los hablantes masculinos por este rasgo estigmatizado se relaciona con el deseo de fortalecer los lazos de identidad grupal, así como con las restricciones que la cultura árabe impone a las mujeres en áreas como el conocimiento y la religión. Por el contrario, las mujeres se ven a sí mismas con una identidad bicultural e intentan compensar, mediante el uso de un lenguaje más estándar, su condición desfavorable de inmigrantes.

La preferencia por las variantes estándar va aparejada a menudo del menosprecio hacia los rasgos vernáculos, más característicos de la comunidad de habla. Valdivieso (1983), por ejemplo, ha podido documentar este hecho en una comunidad de habla chilena (Concepción), al comprobar que las mujeres muestran una inclinación preferente hacia ciertas variantes alofónicas del español estándar en detrimento de las correspondientes variantes locales. Holmquist (1987) ha advertido, asimismo, que en una comunidad rural española (Ucieda, Cantabria) las mujeres manifiestan, en mayor medida que los hombres, una conciencia de la necesidad de seleccionar adecuadamente el estilo de habla en función de las características sociales del interlocutor ?miembro de la comunidad vs. profesional foráneo-.

Conclusiones similares se han obtenido tras el análisis de variables gramaticales en diversas comunidades del mundo hispánico. En un estudio ya reseñado en estas páginas, Navarro (1991) ha documentado que en el habla de Valencia (Venezuela) ciertas variantes estigmatizadas, como la sustitución de haber por ser en la formación de los tiempos verbales compuestos o el morfo -nos en lugar del normativo mos para la primera persona plural de los verbos, son más frecuentes y menos severamente juzgadas entre los hombres, especialmente entre aquellos con un nivel de instrucción y un estatus socioeconómico menor. Del mismo modo, entre nosotros Serrano (1996) ha podido advertir que el cambio en marcha que lleva a la introducción en el español canario de la variante estándar peninsular en la expresión de las oraciones condicionales irreales, está siendo impulsado por los estamentos más elevados de la sociedad así como por los jóvenes y las mujeres.

La relación entre la variable sexo y el prestigio se ha destacado asimismo en los estudios sobre actitudes hacia el bilingüismo, de los que, sin embargo, y como anunciamos al principio, no nos ocuparemos en el presente trabajo. Valga con señalar que las mujeres suelen superar a los hombres tanto en la valoración positiva de las variedades o lenguas de prestigio como en la negativa de las no prestigiosas, al menos en las categorías psicosociales relacionadas con lo instrumental y la competencia. Un ejemplo de este paradigma lo ofrece, entre otros, Van Trieste (1989) en su estudio de las actitudes lingüísticas de universitarios puertorriqueños residentes en Puerto Rico. Entre los resultados obtenidos -el más relevante y coincidente con otros muchos estudios es que el inglés recibe una valoración notablemente superior al español- nos interesa ahora el hecho de que las puntuaciones más elevadas que se conceden a la lengua inglesa proceden precisamente del grupo femenino17.

Ahora bien, para López Morales (1992) el principio general expuesto en los párrafos anteriores debe ser objeto de un matiz esencial para interpretar adecuada mente las diferencias entre el habla de hombres y mujeres en relación con el prestigio. Para el sociolingüista puertorriqueño, en una estratificación sociolingüística estable los hombres usan formas que no son estándar con mayor frecuencia que las mujeres "siempre que la variación se produzca en un nivel de consciencia dentro de la comunidad de habla". Situación que, obviamente no se puede aplicar a cualquier variable sociolingüística, independientemente de su carácter y significación social. A este respecto, Moreno (1998: 37) apunta el ejemplo del yeísmo, fenómeno del que los hablantes no suelen ser conscientes y del que, por tanto, no deberían esperarse diferencias significativas entre hombres y mujeres.

De hecho, y aunque en un número más reducido, no han faltado ejemplos en el mundo hispánico que invierten la tendencia mayoritaria observada hasta ahora. Así, por ejemplo, en relación a la supuesta mejor autovaloración del habla por parte de las mujeres, Berg-Seligson (1984), por ejemplo, ha podido comprobar que no existen diferencias significativas entre hombres y mujeres en la evaluación de variantes tanto prestigiosas como estigmatizadas en una comunidad de habla costarricense. Más significativos son todavía los resultados obtenidos por Kubarth (1986) tras el análisis de las actitudes de la comunidad de habla bonaerense hacia ciertas variables características de su variedad dialectal. Así, la conciencia del prestigio y la estigmatización de algunas variantes se demuestra mayor entre los hombres que entre las mujeres de Buenos Aires.

Tampoco han faltado ejemplos que desmienten la pretensión de que la mujer no abandera los procesos de cambio lingüístico. Con todo, y como se ha advertido alguna vez (cf. Silva-Corvalán 1989: 75), ello no es infrecuente cuando los cambios van en la dirección de una nueva norma de prestigio, impulsada desde las clases elevadas. Lamíquiz (1987: 734), por ejemplo, a partir de una investigación sobre el nivel culto del habla sevillana, ha comprobado ciertas tendencias expresivas más "progresistas" entre las mujeres, como la que lleva a un uso casi exclusivo de las formas en -ra del imperfecto de subjuntivo, frente al mayor conservadurismo de los hombres, entre los que todavía se produce una mayor alternancia entre -ra y -se. Ahora bien, al otro lado del Atlántico, Rodríguez (1978) advirtió un mayor número de variantes ensordecidas en el rehilamiento de ciertos fonemas del español bonaerense en el habla de las mujeres, cuando la norma de prestigio en dicha comunidad de habla está representada, precisamente, por las variantes sonoras. Y Rissel (1989) ha dado cuenta también de una variante fonológica no normativa ?la asibilación de /r/? impulsada por las mujeres de San Luis Potosí (México) y que en dicha comunidad sirve como un índice consciente de diferenciación entre el habla de hombres y mujeres, dato obtenido tras un análisis de actitudes.

Por otro lado, y también en el terreno de las actitudes lingüísticas, se ha observado que la diferenciación sexual refleja una tendencia en la sociedad a la institucionalización de un "doble estándar". En palabras de Silva-Corvalán (1989: 70): "[se] considera aceptable o apropiado que los hombres rompan las reglas y que se comporten de manera ruda, agresiva e incluso más vulgar... [por el contrario, el comportamiento de las mujeres] se espera que sea más cortés, más indeciso y sumiso, más correcto y ajustado a las reglas impuestas por la sociedad". Esta tendencia a la estereotipización tiene consecuencias en la forma de evaluar recíprocamente el habla de ambos sexos: generalmente los hombres creen que el habla de las mujeres es mejor, mientras las mujeres piensan que el habla de los hombres es ruda e incorrecta. En este mismo sentido, Rissel (1981) ha advertido que las diferencias fónicas entre hombres y mujeres detectadas en la bibliografía especializada responden en última instancia a actitudes culturales hacia la masculinidad y la feminidad o, dicho de otra manera, a aquello que se considera adecuado o inadecuado para el habla de cada sexo18.

4.4. Las diferencias sociales y su incidencia en las actitudes lingüísticas. En el ámbito de las actitudes hacia la variación lingüística las diferencias sociales y educacionales son también notables. Navarro (1993), por ejemplo, en su estudio sobre la valoración social de ciertas variantes no estándar en el habla de Valencia (Venezuela) ha visto cómo el nivel cultural del informante determina fuertemente su juicio sobre la variabilidad. Así, la variante ?nos en lugar de mos para la expresión de la primera persona del plural de los verbos es juzgada muy negativamente por los individuos con mayor grado de escolarización, pero no tanto por el resto. En otro estudio, esta vez en el seno de una comunidad de habla chilena (Valparaíso), Tassara (1992) demostró la hipersensibilidad de la muestra analizada ?un grupo de estudiantes universitarios? hacia la variación del segmento /ch/, de tal forma que todos los lectores que no utilizaban la variante africada, forma prestigiosa y característica del español panhispánico, eran sistemáticamente situados en los niveles educacionales y socioeconómicos bajos de la sociedad. Más genéricamente, Solano y Umana (1994) han dado cuenta de la baja estima de la población universitaria costarricense hacia la variedad vernácula del español hablado en ese país. Por su parte, López Morales (1979; 1983a) ha subrayado en sus estudios sobre la comunidad de habla puertorriqueña la mayor conciencia sobre dialectos y acentos sociales entre los miembros de las clases sociales altas y su reconocimiento a partir de rasgos lingüísticos objetivos y no sólo a partir de estereotipos. Asimismo, son conocidos los fenómenos de hipercorrección que suelen caracterizar la actuación de las clases medias y que denotan la mayor inseguridad lingüística de sus miembros por relación a la de los extremos de la pirámide social.

En ocasiones, la aversión hacia las variantes no normativas o prestigiosas es impulsada incluso desde instancias académicas. A este respecto, Martínez de Sousa (1995) ha criticado recientemente el criterio de la Real Academia de la Lengua Española de eliminar sistemáticamente del Diccionario las llamadas palabras "malsonantes", censura que se justifica, a juicio del autor, porque el proceder de la Academia va en contra del uso cotidiano de la lengua, donde el empleo de tales palabras está más que justificado en diversos contextos situacionales.

Un cuadro similar presentan los numerosos estudios sobre situaciones de diglosia, donde, por lo general, las variedades A (altas) superan a las variedades B (bajas) en los atributos relacionados con la competencia y el estatus social. Y sin embargo, no es éste un esquema monolítico, ya que el resurgimiento de los intereses étnicos y nacionalistas puede cambiar la situación. Solé (1987) ha dejado un testimonio empírico sobre las actitudes de los habitantes de Buenos Aires en el que éstos revelan una asociación entre las características más idiosincrásicas del dialecto porteño y el nivel social más alto, por encima de otros acentos, incluido el español19. Por otro lado, en el estudio de Silva-Corvalán recién mencionado, la autora chilena demostró que, en ocasiones, la evaluación positiva de un rasgo no siempre coincidía con una variante estándar. Recuérdense a este respecto los conceptos de prestigio manifiesto y encubierto (overt y covert prestige) desarrollados por Trudgill (1974) y Milroy (1980). Otro ejemplo de esta inversión del paradigma actitudinal más extendido nos lo ofrece Caicedo (1992) tras el estudio de una comunidad, históricamente marginada, del departamento colombiano del Pacífico. El autor ha comprobado que en la población de Buenaventura los principales rasgos fonológicos y gramaticales, así como los considerables africanismos que singularizan la variedad vernácula, reciben una evaluación positiva por parte de la población autóctona, incluida la creencia ?ingenua? de que dicha habla cuenta con las simpatías del resto de los colombianos20. Por su parte, Solé (1991) ha advertido que, entre la población cultivada bonaerense, tanto el uso popular como el uso académico son bien aceptados y sienten un especial orgullo por la singularidad de la pronunciación y el léxico vernáculos.

5. CONCIENCIA E INSEGURIDAD LINGÜISTICA

Probablemente sea López Morales (1979; 1989) el autor que más se ha ocupado en el contexto hispánico del concepto de inseguridad lingüística, elaborado inicialmente por Labov (1972: 133), y al que dedicamos a partir de este momento un interés monográfico. Como recuerda el sociolingüista puertorriqueño, la seguridad e inseguridad lingüísticas pueden estudiarse de formas distintas, pero desde la investigación laboviana sobre el inglés neoyorquino se obtienen fundamentalmente tabulando las diferencias señaladas por el hablante entre las formas que él cree correctas y las que usa normalmente en su empleo espontáneo: "a medida que crecen esas diferencias aumenta el índice de inseguridad y viceversa, sean cuales sean las formas coincidentes: tanta seguridad tienen los que creen que la forma correcta es había sellos y es la que usan, como los que piensan que la estándar es habían sellos y es la que manejan. La coincidencia entre conciencia y actuación lleva a la estabilización de las variedades lingüísticas; la discrepancia, por el contrario, es uno de los motores que impulsa el cambio" (223)21.

El propio López Morales es autor de excelentes análisis sobre inseguridad lingüística en comunidades de habla hispánica. En algunos de ellos, por ejemplo (López Morales 1979; 1983a), ha abordado el fenómeno de la hipercorrección en la comunidad de habla de San Juan de Puerto Rico. Como es sabido, la hipercorrección es un fenómeno que describe el hecho de que los hablantes de niveles medio-bajos sobrepasen a los sociolectos más elevados en la tendencia a usar las formas que la comunidad considera más correctas y apropiadas en contextos formales. Ello hace que sean estos estratos los más caracterizados por la inseguridad lingüística, mientras los extremos del espectro social dan muestra de una mayor congruencia entre lo que hablan y lo que dicen hablar22. En otro trabajo sobre el español americano, Bentivoglio (1980?1) ha demostrado un cuadro semejante a propósito del dequeísmo venezolano: en Caracas son precisamente los hablantes de los niveles medios los más proclives a la aceptación del fenómeno dequeísta, ya que lo interpretan de forma consciente como asociado al habla más educada y refinada.

En otro contexto, el de la inmigración, Fernández (1996) ha comprobado la existencia de dos modelos de inseguridad en función de la generación a la que pertenecen los inmigrantes. En un estudio sobre inmigrantes de origen español en una población suiza (Chaux de Fonds), la autora ha comprobado que mientras los de primera generación se identifican enteramente con la comunidad idiomática hispánica y sus reacciones negativas y puristas a los cambios en su español siguen el modelo clásico de inseguridad lingüística formulado por Labov (1972), los inmigrantes de segunda generación, por el contrario, basan su inseguridad en la discrepancia entre su adquisición incompleta del español y la norma lingüística, lo que deja huellas en la conversación bilingüe a través del empleo de estrategias destinadas a la preservación del face del hablante.

Las relaciones entre la inseguridad y el prestigio de las lenguas y variedades lingüísticas han sido puestas de relieve también por Poersch (1995) en su estudio de la frontera lingüística hispano-lusa en Uruguay. Para el autor, los niños de habla portuguesa se sienten inseguros e inferiores ?lo que se traduce en un fracaso elevado en tareas formales como la lectura y la escritura? debido al bajo estatus de los dialectos portugueses fronterizos de la región.

Los temas de inseguridad lingüística hablan, por otro lado, del diferente grado de conciencia lingüística de los individuos y de los grupos sociales. En la mayoría de los casos es ésta, precisamente, la que proporciona los criterios de corrección que adopta la gente para la identificación de las formas prestigiosas asociadas a los sociolectos más elevados. En otro orden de cosas, y como recuerda López Morales, los problemas relacionados con la conciencia lingüística, aunque bien desarrollados en el mundo anglosajón (vid. Shuy y Fasold 1973; Giles y Poersland 1975), no han encontrado un eco tan significativo en la comunidad idiomática hispánica.

Por su parte, Alvar (1975: 103) ha abordado el tema de la conciencia lingüística desde el punto de vista de la denominación que los hablantes hispanos dan a su lengua. Al comentar las respuestas de unos informantes canarios sobre la cuestión, Alvar concluye: "el español se convierte en el instrumento inmediato utilizado por todos los hablantes de un país con independencia de su carácter regional. Se trata, pues, de un diasistema en el que se integran las realizaciones dialectales (canario, andaluz, etc.), mientras que castellano es a la vez una parcela del español, pero la parcela paradigmática a la que los hablantes dialectales no alcanzan; castellano sería pues la norma ?considerada superior? que sólo utilizan aquellos peninsulares que no tienen en su habla connotaciones regionales" (92).

Un aspecto muy interesante relacionado con la conciencia lingüística es el relativo a los parámetros que sirven como base de evaluación subjetiva (Wölk 1973: 129-47). De nuevo López Morales (1978; 1979; 1983a; 1989) es, entre nosotros, autoridad en la materia. En algunos de sus estudios sobre el español de Puerto Rico este autor ha concluido que los índices que intervienen en la identificación de la procedencia social de los hablantes a partir de sus muestras de habla son de dos tipos: extralingüísticos ?en la mayor parte de los casos detalles relativos al contenido, a la forma de expresarlo, la voz23, etc.? y lingüísticos. Y entre estos últimos, el primer lugar corresponde al nivel fónico, seguido del léxico. La sintaxis, por el contrario, apenas si desempeña papel alguno. Se advierte, además, que sólo los estratos medios y altos reparan en el factor sintáctico y de manera poco específica. Por otro lado, la detección de la procedencia diastrática de los individuos a través de los rasgos lingüísticos suele estar vedada a los individuos de los estratos más bajos (vid. también (Triandis et al. 1966). Asimismo, otros estudios sobre el español han demostrado que la conciencia sociolingüística es también sensible a la diferenciación diafásica (vid. Rezzi 1987; López Morales 1989: 219-20)24.

Sobre los índices lingüísticos en los que se basan las evaluaciones, positivas o negativas, hacia las lenguas o variedades lingüísticas, Buchle (1995) ha realizado un estudio contrastivo entre hablantes de español y alemán como etapa inicial para una clasificación de los métodos para el análisis de las actitudes. Buchle considera que es ésta una cuestión pragmática compleja en la que, en efecto, están implicadas categorías léxicas y sintácticas ?también dedica una atención monográfica a los sufijos peyorativos?, pero a las que se añaden relaciones semánticas que giran en torno a los ejes nativo-extranjero y positivo-negativo. El autor ofrece diversos ejemplos de ecuación entre lo nativo y lo positivo frente a lo extranjero y lo malo, tanto en español como en alemán, ejemplos que permiten distinguir dos categorías: a) basadas en metáforas de etnicidad y b) basadas en metáforas de la familia.

Finalmente, la identificación positiva hacia lo nativo y negativa hacia lo extranjero ha sido comprobada también empíricamente por Gynan (1985) en un estudio sobre el tipo de competencia lingüística ?bilingüe o monolingüe? y las actitudes hacia diversas variedades y acentos del español en una comunidad de habla norteamericana. Los resultados de este estudio muestran que, en efecto, todos los informantes examinados puntúan mejor a los hablantes nativos que a los no nativos y, por otro lado, que esta tendencia es incluso superior entre los bilingües, quienes se muestran más severos en sus juicios que los monolingües.

NOTAS

1 No obstante, nadie oculta que esta línea de investigación presenta también serios problemas, pues los estados mentales no pueden ser observados de forma directa, sino que han de ser inferidos a partir del comportamiento y de las confesiones realizadas por los propios hablantes, lo cual, en ocasiones, menoscaba su validez.

2 Se habla de supuesta cognición, pues aunque las creencias pueden estar ocasionalmente basadas en la realidad, en gran medida no aparecen motivadas empíricamente.

3 No obstante, como subraya St. Clair (1982: 170), la concepción de superioridad de unas variantes sobre otras pervive entre "los guardianes de la lengua, como periodistas, editores, profesores, académicos y otras fuerzas sociales defensoras de la preceptiva". A juicio de este autor, dicha situación se ha acentuado tanto en Europa como en América como consecuencia del auge del darwinismo social a partir del siglo pasado. En general, esta parcela de investigación sobre las actitudes, es decir, las fuerzas sociohistóricas que las han ido creando, no ha sido muy atendida por la bibliografía especializada.

4 Por ello resulta tanto más singular el caso estudiado por Romani (1991) en la ciudad de Chipilo, población mexicana fundada por granjeros italianos en la última parte del siglo XIX y en la que la lealtad lingüística y el mantenimiento de los dialectos vénetos son tales que todavía hoy representan la lengua nativa de la mayoría de la población descendiente de los primeros pobladores.

5 En este caso preferimos seguir utilizando el término inglés, ya que las traducciones al español que se han propuesto no nos convencen excesivamente. López Morales (1979: 158) habla de "técnica imitativa", mientras Silva-Corvalán (1989: 38) emplea una expresión un tanto sorprendente: "apareamiento disfrazado".

6 Dichas escalas representan diversos grados de rasgos binarios de personalidad. Ejemplos: inteligente/tonto; amigo/no amigo; simpático/antipático; agresivo/tímido, etc.

7 Por ejemplo: Califique el dialecto canario de acuerdo con las siguientes escalas: bello/feo; moderno/anticuado; lógico/ilógico, etc.
¿Está de acuerdo con la mayor utilizació valenciano en los programas de radio y televisión? Sí, no, no sé.

8 En este sentido destacan las conceptualizaciones de Labov (1972: 248) y Hudson (1981: 213-4). Mientras para el primero el concepto de estereotipo alude a un tipo de variable sociolingüística que explica las conexiones conscientes entre variables lingüísticas y extralingüísticas, el autor inglés piensa en relaciones mucho más subjetivas e inconscientes como las que se derivan de los experimentos anteriores.

9 Con todo, el mismo autor llama la atención sobre lo provisional de sus resultados dada la escasa muestra analizada (tan sólo 6 informantes).

10 Una cuadro semejante se ha encontrado en otras comunidades idiomáticas. A pesar de la lealtad hacia el francés en la provincia canadiense de Quebec, que ha provocado un cambio considerable de las actitudes lingüísticas en las últimas décadas, Anglejan y Tucker (1973) observaron que en ella se juzga más favorablemente la variedad francófona europea que la local.

11 Entre quienes realizaban esta elección destacaban los padres de elevado nivel socioeconómico cuyas actitudes lingüísticas reflejaban una preocupación porque sus hijos aprendieran inglés como medio de promoción social, pero no estaban tan atados por la idea de mantener el español como una forma de preservar su identidad étnica y cultural.

12 Impresión confirmada posteriormente por Amastae y Elías-Olivares (1978) en otra investigación.

13 A propósito de esta variable De Mello (1991), que la ha estudiado en once ciudades de habla hispana sostiene, erróneamente, que el fenómeno de la concordancia no se produce en el español peninsular. Como he tenido la ocasión de demostrar en diversas ocasiones (Blas 1992, 1996), el fenómeno se produce masivamente en las regiones peninsulares del área de influencia lingüística catalana como un fenómeno de convergencia gramatical entre español y catalán tras siglos de contacto. También en estas comunidades el perfil sociolingüístico coincide con el descrito por De Mello para las ciudades americanas, en el sentido de que el fenómeno no está restringido a niveles de lengua incultos, sino ampliamente extendido por todo el espectro social.

14 Algunos investigadores incluso (vid. Wicker 1969 citado por Gardner 1982:132) han aventurado que el capítulo de las actitudes explica únicamente un 10 por ciento de la variabilidad sociolingüística, lo que ha llevado en algún caso a poner en duda la utilidad del propio concepto de actitud en las investigaciones sobre la variación y el cambio lingüísticos.

15 De igual manera diversos estudios en distintas comunidades de habla han mostrado que los niños son inducidos progresivamente a la aceptación de las normas estándar, mientras que llegada la adolescencia los jóvenes se identifican, al menos durante algún tiempo, con las normas sociolingüísticas locales.

16 De igual modo, la variable (s) en posición inicial ha permitido en la misma comunidad de habla establecer un patrón sociolingüístico similar, con los hombres más inclinados hacia la variante sonora [z] y las mujeres hacia la variante sorda, [s], más prestigiosa (cf. Cepeda 1990).

17 Otro resultado interesante derivado del estudio es que el tipo de evaluación del inglés realizado no muestra correlación con el grado de aptitud adquirido en el aprendizaje de dicha lengua, resultado que contrasta con el obtenido en otros estudios en los que se ha visto una relación positiva entre ambas variables.

18 Las investigaciones de Kramarae (1982: 85) han advertido que los rasgos utilizados por el hombre que son más propios de la mujer son, por lo general, mal vistos por ambos sexos. A juicio de esta autora, este rasgo característico del mundo anglosajón ?sería interesante analizar los resultados en el contexto español, aunque intuimos algo semejante? puede ser un reflejo más del menor poder social de la mujer. En este artículo aparecen múltiples referencias a otros trabajos que se han ocupado de estos temas.

19 Con todo, el estudio revela también que no existe ningún tipo de prejuicio o estigmatización de los individuos como consecuencia de sus acentos extranjeros.

20 Distinto es el caso que ofrece el dialecto antioqueño del mismo país, donde Gómez (1993) ha podido comprobar la existencia de una conciencia comunitaria fuertemente estigmatizada, en la línea de lo hallado por Labov en Nueva York.

21 Es muy conocida la calificación de Nueva York por Labov (1972: 136) como "sumidero de prestigio negativo", es decir, una comunidad de habla donde predomina abrumadoramente la impresión de que se deberían utilizar formas lingüísticas distintas ?más correctas? de las que de hecho se usan. Algo semejante encontró el británico Macaulay (1975) en la ciudad escocesa de Glasgow.

22 Ello ocurre, por ejemplo, en su trabajo sobre la realización lateral de la /-r/ implosiva

23 Algunos estudios empíricos han subrayado la importancia de la voz para las evaluaciones subjetivas. Entre ellos han tenido una especial relevancia los relacionados con el ámbito educativo. Así Seligman et al. (1972) demostraron que la voz era tan significante como la capacidad para la lengua escrita o la composición espacial en las actitudes de los profesores hacia sus alumnos, en orden a la evaluación de ciertas características de su personalidad. (vid. también Frender y Lambert (1973). Por otro lado, Giles y Poersland (1975) apuntaron que tales juicios sobre las voces no eran enteramente gratuitos ya que, si bien algunas condiciones de la voz son de origen anatómico, otras surgen como consecuencia de ciertos ajustes adquiridos por imitación social y mantenidos posteriormente como hábitos inconscientes. Estos últimos, en consecuencia, serían un reflejo de la diferenciación social, algo que ha sido muy poco estudiado en español, pero que juzgamos cierto al menos por los materiales que proporcionan ciertos hablantes de algunas clases sociales (v. gr. el llamado tono "pijo" entre los jóvenes de la alta sociedad barcelonesa).

24 Se trata en ambos casos de investigaciones acerca de si los sujetos reconocen subjetivamente como adecuadas las formas de tratamiento en español y en una serie de estilos y contextos comunicativos (familiar, neutro, formal...). Las respuestas fueron positivas en la mayoría de los casos y demostraron que las apreciaciones comenzaban a afinarse tan pronto como entraban en juego los ejes del poder y la solidaridad en relación con el interlocutor.

 

Universidad Jaume I
Depto. de Filología Inglesa y Románicas
Area de Lengua Española
Apartado 224, 12080 Castellón, España

 

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