Revista de Derecho, Vol. VI, diciembre 1995, pp. 145-149

ESTUDIOS E INVESTIGACIONES

 

HEROISMO COTIDIANO

 

José Luis Cea Egaña * **

* Universidad Católica de Chile, Universidad Austral de Chile.
** Discurso de Despedida de la Primera Promoción de Egresados de la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales de la Universidad Austral de Chile, pronunciado el 5 de mayo de 1995 en el Aula Magna del Campus Isla Teja, de dicha Universidad, en Valdivia.


 

Se me ha pedido dirigirles la palabra en esta ceremonia, emotiva y solemne, con que despedimos a los primeros egresados de nuestra Facultad. Hacerlo es una distinción que agradezco, pero que interpreto como otra evidencia del aprecio con que me ha distinguido la decana, a quien por ello y muchas pruebas de ayuda, comprensión y afecto le debo gratitud profunda, a lo que añado mi admiración por su valor y esfuerzo.

La profesora Karin Exss ha pensado que soy la persona adecuada para cerrar este acto, tal vez por mi participación, desde el comienzo, en la trayectoria, espléndidamente reseñada por ella, de llevar un proyecto a la hermosa y promisoria realidad que hoy es nuestra Unidad Académica. Pero creo, además, que ella ha optado por mi a raíz de ser un profesor ya antiguo, que puede narrarles a ustedes, queridos alumnos y egresados, algo más que mis pares sobre el duro y maravilloso oficio de universitario dedicado a la investigación y enseñanza del Derecho, la Política y otras disciplinas afines.

Espero no defraudar tales esperanzas, aunque pido disculpas por haber decidido apartarme levemente de esa línea de pensamiento.

Efectivamente, me propongo hablarles, con espíritu abierto y la pasión de un corazón lleno de afecto por esta Universidad, su Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales, las autoridades, docentes y estudiantes que conviven en ella.

Pero decirles nada más que lo que expreso a mis alumnos en clase en las asignaturas que enseño. Estas últimas, lo observo, no pueden ser comprendidas ni practicadas sin fe en la Democracia y el Derecho, en el Humanismo que postula la dignidad de la persona en paz, libertad y seguridad, participando todos de los frutos del progreso.

Quiero, por ende, hablarles sin retórica hermosa, a la cual no desprecio, pero que en este instante sacrifico en aras de confesarles, con el contrapunto que trazaré luego, mis alegrías y penas de académico, contarles de mis éxitos y fracasos, de las inquietudes y proyectos, de las aspiraciones a que no renuncia un profesor dedicado, más que al ejercicio profesional, a estudiar y transmitir el Derecho.

Y declaro que he obrado así porque me preocupa el porvenir de ustedes, la juventud en general, y hoy, aquí, principalmente la de esta Facultad.

Y me desasosiega la juventud, la que sigue junto a nosotros y la que se aleja, porque me veo rodeado de conformismo y comodidad, de falta de inquietudes y afanes, de indolencia y satisfacción, de materialismo y ausencia de espiritualidad, religiosa o de otra índole.

Me angustia pensar que sean demasiado fuertes para resistirlas la oprimente seducción del consumismo, la búsqueda del éxito fácil y efímero, la genuflexión para extraer provecho de las circunstancias, la insuficiencia de coraje para defender los principios con que uno se identifica y otras secuelas que los amenazan a ustedes, quienes necesitan ejemplos, los buscan y no los encuentran, frustrándose vocaciones por ello.

Y llego aquí para hablarles no con la autoridad de quien critica porque sea -o se presuma- intachable en el ejercicio de sus escasos talentos. Yo no tengo tal dignidad y prefiero, sinceramente, seguir convencido de que hallar cada día más sentido a la modestia debe ser uno de mis más constantes esfuerzos.

Pero por la edad y la experiencia, me atrevo a decirles que ustedes, jóvenes, se encuentran en peligro más intenso que el de la generación mía. Por eso les dedico estas reflexiones, de desafío y no de sosiego, para alentarlos y ojalá remecerlos, para entusiasmarlos por las tareas difíciles, comprometerlos con lo que a tantos jóvenes de hoy parece algo incomprensible por lo que demanda de esfuerzo. En definitiva, les pido, con fuerza, que ustedes piensen en los valores que dan sentido y trascendencia a nuestra vida, los comprendan y asimilen sin complejos, los hagan norma de su existencia, los difundan y defiendan en estos tiempos, a los que, con frecuencia, se llaman de crisis, término que no significa decadencia ni derrota, sino que oportunidad para mover las fuerzas hacia el desarrollo del espíritu, rumbo al humano progreso.

Y en esta mañana he resuelto concentrarme en la exposición breve de un tipo de personalidad que condensa muchos de los valores que propugno.

Quiero, efectiva y concretamente, transmitirles lo que, en mis clases, tal vez con insistencia, enseño sobre el heroísmo. Y en ligamen con él, lo que también enseño acerca de la valentía, la prudencia y la responsabilidad, la tolerancia y el respeto, el sentido del sacrificio y del renunciamiento, del trabajo con rigor o método.

Y entro al tópico propuesto diciendo que el heroísmo fue, en las influyentes civilizaciones helénica y latina, concebido como el rasgo de los semidioses, es decir, la superioridad atribuida a poquísimos hombres, por reputárselos dotados de cualidades o virtudes señeras, de modo que se los elevaba hasta acercarse, sin llegar a serlo, a las deidades de la mitología en aquel tiempo.

Pero no pienso, queridos jóvenes y egresados, en ese heroísmo homérico ni en el de magníficas epopeyas, porque ellos son más propios de leyendas que de seres de alma y cuerpo. No. Tengo en mente otro heroísmo: Trátase del heroísmo cotidiano del joven o adulto que, en jornadas sin sosiego, se enfrenta con desafíos que lo hieren y acucian, que a veces los superan pero que, cuando nos sobreponemos a la adversidad, al vicio, al ocio, al egoísmo y a la vida sin esfuerzo, entonces nos hace vibrar al modelar nuestra personalidad, por la victoria que se logra en medio de tantos motivos para resignarse o quedar sumido en la indolencia o el desaliento.

Proyectemos estas amplias ideas hacia el futuro que los espera como licenciados de esta Facultad y abogados en nuestro Estado de Derecho. Ante el tiempo que viene ¿qué espero que ustedes sean?, ¿cuáles son los retos que, ojalá, enfrenten con determinación y éxito?

Mi tesis es que ustedes tienen que ser sujetos que entiendan el sentido del heroísmo modesto y anónimo; ese que derrota -día a día- a las tensiones y presiones, a las tentaciones y desviaciones del limpio camino que, en la familia, la profesión o la academia se nos presentan como duras pruebas o encrucijadas que, no rara vez, vacilamos acometer porque es más fácil evadir las dificultades o evitar los tropiezos.

¿Y qué significa esto, ahora, aquí y más en concreto?

Pienso en el heroísmo del joven o adulto, de uno y de otro sexo, que no cede ante la corrupción, la droga ni demás vicios, porque los combate con su ejemplo personal de honestidad y recto comportamiento.

Pienso en quien sirve al prójimo con afecto y eficiencia, sin aprovecharse de su buena fe ni confiada entrega.

Pienso, igualmente, en quien busca hasta que encuentra significado a la Justicia en el Derecho; al trabajo planificado y disciplinado; en quien cumple con puntualidad su palabra y el deber con renuncia a la holganza para, en cambio, asumir sacrificadas tareas; en quien estudia y se esmera, doblegando limitaciones y carencias merced al tesón, al amor propio y la conciencia de que no puede caer en el abatimiento.

Pienso en varones y mujeres que no sucumben a la adulación ni al cinismo y que creen, con toda su alma, en la nobleza de la amistad, de la solidaridad y la generosa entrega.

Pienso en el joven que admira la belleza y el amor; el afán de conocimiento y la verdad; que respeta la tradición pero que tampoco duda del progreso; que procede sin egoísmos, opacidades o, como se la llama hoy, ausencia de transparencia. Pienso en quien lucha por humanizarse, es decir, y en las palabras de Jorge Millas, inolvidable maestro de esta Universidad, que organiza su personalidad para vivir como hombre entre los hombres, haciendo bien no sólo su labor profesional, sino que, además, una multitud de cosas que no son el ciego practicismo1.

Pienso en el joven que no sufre del carácter vertiginoso de la vida y que goza con las que Hermann Hesse llamó "las pequeñas alegrías", con serenidad, amor y poesía, es decir, el joven que sabe que las más bellas alegrías son siempre las que no cuestan dinero.

Pienso que es un rasgo heroico ser valiente en la crítica constructiva, en la proposición del alternativas y en declararse persuadido por argumentaciones que llevan a abrazar tesis ajenas.

Pienso en que es héroe, en su callada y diaria existencia, aquel que funda una familia, la mantiene con generosa entrega, inculca valores en sus hijos y da testimonio de lealtad a ellos y a su pareja.

Pienso que es heroísmo, además, perdonar y olvidar cuando todo compele al odio, a la venganza o el resentimiento, haciendo que, en su lugar, exista reconciliación y cooperación con quien fue enemigo o adversario, pero que debe ser ahora y para siempre hermano.

Pienso en quien rechaza la murmuración y la envidia, no valiéndose jamás de manipulaciones, favoritismos o discriminaciones para sacar ventaja o derrotar al prójimo con maniobras inmorales o coartadas arteras.

Pienso en el alumno o egresado con sentido de Patria y región, que impugna razonablemente los intereses mezquinos, aquellos que fracturan nuestra concordia precaria o arrasan lo que resta de nuestros bosques, mares o ríos y sementeras.

Pienso en ti, joven chileno o chilena, que siente vocación por los oficios o profesiones que muchos hoy menosprecian, porque no rinden honores, tampoco dan figuración ni motivan suculentas recompensas. Por eso, admiro al joven que ingresa, por ejemplo, a la Magistratura, permanece en la Universidad, sirve en obras filantrópicas o de pública beneficiencia, se demuestra infatigable en su labor de policía o profesor de una escuela rural, ejerce algún apostolado u opta, en general, por dar antes que recibir o demandar honores, premios, cargos o prebendas.

Pienso, por eso y para finalizar, que es heroico en nuestro tiempo hallar gente con espíritu de servicio público, sin horario para hacer patente su vocación de compartir, que antepone el bien común al propio o de grupos, que siente como suyo el dolor, la miseria, el desamparo del prójimo y la injusticia en todo lugar y esfera.

¿Por qué, pueden ustedes preguntarme, abro con vehemencia mi espíritu a la defensa de estas ideas?

Y respondo: Porque tengo la certeza que un pueblo sin élites y juventud que, al menos en su mayoría, crean y se jueguen por tales ideas, es un pueblo sin porvenir; es gente que no descubre ni se esfuerza por realizables quimeras.

Por eso, en aquel joven, héroe cotidiano como ustedes, ahora comprenden, pienso al mirar a nuestros egresados, deseándoles que no teman seguir el camino que culmina en cima tan señera.

De ellos evoco lo que escribió Goethe, el magnífico poeta, filósofo y abogado alemán, en su Fausto:

 

Habrá que decir que recibieron coronas de gloria para recompensar el mérito demostrado en su tarea. Ellos sabrán, como jóvenes justos, en medio de la turbulencia, donde está el verdadero camino que se les plantea2.

Si nuestra Facultad entrega a la sociedad licenciados de tal calidad, entonces se dirá de ella que como el arbusto de esta hermosa tierra empieza a cubrirse de hojas, así también se cubrirá en los años siguientes de flores y frutos, típicos de su robusto crecimiento y sabia buena. Por eso, también, si nuestra Facultad educa y enseña profesionales de esa calidad, entonces y con paráfrasis de lo que leí en Tomás Calleja, será elogiada porque sus egresados no sólo pasaron por ella, sino que la Facultad pasó por ellos, marcándolos con la impronta de los valores que he reseñado.

Es Goethe, nuevamente, quien me ayuda a ir cerrando estas reflexiones con sus hermosas ideas:

 

No hay esperanza más que para los seres limitados y por eso anhelamos la espera (...). Ha llegado el momento de probar con obras que la dignidad humana no cede (...). ¿Cómo saber lo que debo evitar? (...). ¿Dónde encontrar lo que me falta?3. Pero no turbemos la alegría de esta hora con tristes recuerdos ni palabras lastimeras. La razón eleva de nuevo su voz y la esperanza renace. Abramos al prójimo nuevos espacios, enseñémosle la vigencia de perennes valores, ayudémoslo a disfrutar de la libertad en la existencia. Recordemos, sin embargo, que nadie es digno de la libertad y de la vida si no sabe conquistarla día a día4.

Ese héroe cotidiano que he bosquejado se los dejo a ustedes, queridos egresados, como paradigma, porque bien merece premio el que ha sabido luchar constantemente, aunque alguna ve se haya visto expuesto a sucumbir por la humana flaqueza. Basta que, ya caído pero con ánimo de levantarse para reanudar la diaria faena, implore el perdón de los cielos, emprendiendo así su vuelo hacia las ardientes noches, hacia la eternidad que espera5.

Señor Rector, señora Decana, autoridades, profesores y alumnos:

Gracias por oír estas reflexiones, que les ruego disculpar si han resultado prolongadas y densas.

Gracias también por haberme dado la oportunidad de regresar a esta Universidad, con la cual me unen ligámenes desde los tiempos difíciles que siguieron a la catástrofe de mayo de 1960.

Gracias, por fin, a tantos años de recuerdos hermosos, encuentros fructíferos, trabajos fecundos y noble amistad.

El tiempo, ese fenómeno cuyo estudio ha sido para mí fascinante, va pasando, obrando cambios en nosotros y en lo que nos rodea. En esta solemne ceremonia de despedida de nuestros primeros egresados, así lo sentimos y quisiéramos comprender la huella que el verbo, o sea la acción humana en el tiempo, dejó en quienes se van y la esperanza con que los vemos alejarse.

Para mí, ese transcurso del tiempo tiene aquí un significado especial y que resumo, leyéndoles dos bellas reflexiones:

 

Fue Pascal quien escribió, a propósito de las contrariedades, que6:

No nos atenemos jamás al momento presente. Nos anticipamos al porvenir como que viniera lentamente, para apresurar su curso; o nos tornamos al pasado para detenerlo, como demasiado ligero (...); y no pensamos nada en el único tiempo que nos pertenece.

Es que el presente, de ordinario, nos lastima; y si es agradable nos lamentamos al verlo escapar (...).

Examine cada uno sus pensamientos y los hallará ocupados todos en el pasado y en el porvenir (...); y si pensamos en el presente no es más que para que nos dé luz con el fin de disponer del porvenir (...). El pasado y el presente son nuestros medios; sólo el porvenir es nuestro fin. Así nosotros no vivimos nunca, sino que esperamos vivir.

Y de Goethe es este nostálgico adiós:

Corren mis lágrimas; tibio y suave consuelo sucede a mis aflicciones; el presente huye lejos de mí; el pasado recobra su imperio.

Les reiterio mi gratitud por venir y escucharme.

NOTAS

1 Sociedad Chilena de Filosofía Jurídica y Social (editora): Estudios en Memoria de Jorge Millas (Valparaíso, EDEVAL, 1984), p. 36.

2 JOHANN WOLFOANG VON GOETHE: Fausto (1808) (Barcelona, Gráficas Ramón Sopeña, 1976), pp. 9-10.

3 Id., pp. 20-21.

4 Id., pp. 33 y 288.

5 Id., p. 296.

6 BLAISE PASCAL: Pensamientos (1670) (Madrid, Editorial Sarpe, 1984), p. 78.