ESTUDIOS
FILOLÓGICOS, N° 36, 2001, pp.
194-196
DOI: 10.4067/S0071-17132001003600017
RESEÑAS
La historiografía lingüística ha sido una disciplina más bien tardía, ya que solo a partir de la segunda mitad del siglo pasado comienzan a aparecer manuales de extensión y concepción muy variadas. En la mayoría de los casos se ocupan del desarrollo de la lingüística de la primera mitad del siglo XX, a veces del XIX, prestan poca atención a los periodos anteriores al siglo XIX y prácticamente ignoran las nuevas corrientes y disciplinas que se forman a partir de la segunda mitad del siglo XX. Por otra parte, también son variables en cuanto al ámbito geográfico que abarcan, pues la mayoría dedica sus páginas al desarrollo de la lingüística en occidente, con exclusión habitual de la Europa oriental, y no faltan las que se limitan exclusivamente a países específicos.
Uno de los méritos, y no el menor, de la obra que comentamos está en que pretende superar las limitaciones advertidas, y creemos que lo consigue plenamente. En efecto, y en consonancia con el objetivo declarado de caracterizar claramente las escuelas, corrientes y tendencias que han tenido lugar en la evolución de la lingüística (p. 4), por una parte no solo se remonta a los orígenes de la disciplina, sino que dedica una atención especial a la segunda mitad del siglo pasado –prácticamente la mitad del libro–, y por otra, analiza, con gran lucidez, la lingüística occidental, pero también se ocupa del desarrollo de la disciplina en la Europa Central y del Este, lo que ciertamente abre enormes perspectivas especialmente a los estudiantes de lingüística, a quienes está destinada. Este último hecho explica que a los capítulos que tratan de la historia de la lingüística propiamente tal el autor haya antepuesto uno dedicado a temas generales –lo que no es habitual en obras de este tipo–, tales como la clasificación de las disciplinas lingüísticas, los rasgos y funciones principales del lenguaje, la comunicación de los animales, etc.
Los 20 capítulos en que Cerny divide su obra no permiten, a simple vista, revelar su concepción acerca de la historia de la lingüística. El autor distingue tres períodos: el prehistórico, el histórico precientífico y el histórico científico (p. 41), independientemente de que esté consciente de las deficiencias que suponen no solo los límites que establece sino incluso su denominación. El primero, al que dedica un breve capítulo, está ligado naturalmente a las primeras civilizaciones y a los hallazgos de sus sistemas de escritura, dado que no se dispone de información alguna sobre su pensamiento lingüístico.
Respecto del período histórico, es decir, del que se conservan documentos escritos, el periodo precientífico incluye todas las opiniones y teorías sobre la lengua que aparecieron desde la Antigüedad hasta los comienzos del siglo XIX. A él destina el autor los capítulos 2 y 3. El período científico, que se constituyó en el segundo decenio del siglo XIX y llega hasta nuestros días, es sin duda el que más importa. Desde el capítulo 4 al 10, la obra ofrece un resumen del desarrollo de las principales escuelas y corrientes lingüísticas, desde la Gramática comparada e histórica del siglo XIX (cap. 4) hasta el estructuralismo lingüístico y su variante americana, la Lingüística descriptiva (cap. 10), pasando por las nuevas teorías desarrolladas a fines del siglo XIX y comienzos del XX, la aparición de Saussure y la escuela de Ginebra, y las diferentes escuelas estructuralistas a que dio lugar su pensamiento: la escuela de Praga y la de Copenhague entre las más importantes, y los desarrollos de la lingüística estructural en Europa, incluyendo a Polonia y a la Unión Soviética. Hasta aquí –pensamos– podría extenderse un primer subperíodo del período científico distinguido por el autor, ya que a partir de los años cincuenta –como él mismo lo señala– surgen una serie de corrientes, escuelas y disciplinas que van a caracterizar la segunda mitad del siglo XX, a las que destinará los capítulos 11 al 20.
En efecto, a partir de la fecha mencionada no solo aparecen la Gramática generativa y transformacional y se desarrollan la Semántica, la Semiótica y la Fonética experimental moderna, sino que surgen, en virtud del desarrollo de todas las ciencias, una serie de disciplinas que, por lo general, están ubicadas en los límites de dos o más disciplinas tradicionales y, por lo mismo, son muy difíciles de describir con precisión en cuanto a su contenido. A las ciencias tradicionalmente dominantes –física, química y biología– se les unieron la matemática, la lógica y la informática, pero ahora, a diferencia del siglo XIX, lo que tiene lugar es la influencia recíproca de las más diversas ciencias, entre ellas la lingüística con varias de las mencionadas, y naturalmente con otras ciencias sociales, sobre todo con la sicología, la sociología, la filosofía. De allí que, y por razones de tipo práctico, el autor haya fijado un número limitado de disciplinas que pudieran incluir todas las cuestiones, temas y problemas (y también a las disciplinas menores) que caracterizan la lingüística del período ya mencionado, reduciendo las ciencias interdisciplinarias solo a seis: sicolingüística, neurolingüística, sociolingüística, etnolingüística, semiótica y filosofía del lenguaje (p. 487).
Sin embargo, y por esa misma eclosión de corrientes y disciplinas surgidas en el período mencionado, y que tan bien describe el autor, si de etapas del desarrollo de la lingüística se trata, en los años setenta pensamos que habría que establecer otro límite, que iniciaría el tercer subperíodo del período científico, estando el anterior prácticamente dominado por el generativismo: con el surgimiento de la pragmalingüística, de la teoría de los actos de habla (a partir de Searle) o teoría de la actividad del lenguaje (continuadora en la Unión Soviética de algunas ideas de Vygotsky), de la teoría del texto o discurso, que prontamente estableció vínculos con la pragmática, e incluso de la corriente cognitiva (que algunos ya denominan "lingüística cognitiva") en cuanto estudio de las estructuras internas o mentales de la actividad del hablar en general, se produce un vuelco enorme en el desarrollo de la disciplina, la verdadera revolución de la lingüística, que ahora comienza a descubrir la actividad del hablar, el discurso, aquella parte de la lingüística que Saussure (y el estructuralismo tanto como el generativismo) dejó expresamente fuera de los estudios de la disciplina al privilegiar la lengua: la Lingüística del habla.
Esta Historia de la Lingüística tiene además el gran mérito de su presentación pedagógica, lo que la hace sin duda muy atractiva. Cada capítulo se inicia con un listado de los diferentes aspectos que en él se tratan, los que tienen, por su parte, la virtud de su relativa brevedad. Pero no solo esto: el primer apartado de cada capítulo proporciona al lector la visión de contexto necesaria que permite situar el aspecto que se trata no solo nocional sino temporal y espacialmente, y se cierra con el desarrollo actual o la importancia que se asigna a la escuela, corriente o disciplina analizada. Las frecuentes remisiones a otros capítulos del texto donde un determinado tema es tratado con mayor profundidad, así como las numerosas figuras, cuadros, gráficos, diagramas y hasta fotografías de algunos lingüistas de renombre, son otros tantos recursos que facilitan la lectura. Igualmente muy instructivos son los diferentes cuadros comparativos o de relaciones –propios o adaptados de otros autores–, que proporcionan al lector síntesis orientadoras y siempre interesantes.
La lectura de esta obra le permite al lector atento darse cuenta, con el autor, de que determinadas corrientes pueden ir creciendo día a día en importancia por llamar la atención sobre cuestiones que hasta hace poco ni siquiera se habían planteado, y llegar a constituirse en ciencias interdisciplinarias independientes. Ha pasado con la geolingüística (o geografía lingüística), está ocurriendo con la pragmalingüística y el cognitivismo lingüístico y podría suceder con la teoría de los actos de habla o la lingüística del texto. Bien es verdad que quienes generan o cultivan una nueva corriente tienen bastante que ver, ya que la nueva disciplina, considerada progresista, los lleva a menudo a sobrestimarla, hasta el punto de, muchas veces, pretender convertirla en sinónimo de toda la lingüística. Pero no hay tal, por lo menos no en lingüística. En efecto, la aparición de nuevas corrientes o disciplinas no significa, como ocurre en otros ámbitos del saber, que todos los cuerpos de doctrina correspondientes a las disciplinas anteriores quedan automáticamente obsoletos y las disciplinas mismas desaparecen. Ellas normalmente continúan subsistiendo y, luego que ha cesado el encandilamiento producido por la novedad, cobran nuevos impulsos renovadores, porque los problemas de su interés persisten, ya que las lenguas naturales son –ˇquién lo duda!– formaciones complejas que pueden abordarse desde muchas perspectivas, y los nuevos enfoques, teorías o métodos lo que hacen es ampliar nuestro conocimiento de las lenguas y del lenguaje, que en definitiva es lo que nos importa.
Ante la enorme información que entrega esta magnífica obra, reveladora de la amplitud y profundidad de lecturas del autor, apenas si tiene importancia el que algún tema no haya sido tratado, como ocurre con la lingüística aplicada a la enseñanza de lenguas, y otros lo hayan sido insuficientemente, como sucede con la geolingüística, de cuya situación actual en Europa y América nada se dice.
Finalmente, no son méritos menores del texto que comentamos el gran cuidado puesto en la edición y la claridad y fluidez del lenguaje, que revelan la buena traducción realizada por el propio autor del texto original checo de 1996, versión ya reelaborada y aumentada de una publicación universitaria aparecida en Praga, en cuatro tomos, entre 1975 y 1989.
Un excelente manual para cualquier estudioso de la lingüística.
Universidad Austral de Chile
Facultad de Filosofía y Humanidades
Instituto de Lingüística y Literatura
Casilla 567, Valdivia, Chile