ESTUDIOS FILOLÓGICOS, N° 33, 1998, pp. 55-67
DOI: 10.4067/S0071-17131998003300004

 

 

Sustrato y superestrato multilingües en la toponimia del extremo sur de Chile*

Multilingual substratum and superstratum in the toponymy of the south of Chile

 

Guillermo Latorre

* Agradezco a la Srta. Guisela Latorre por poner a mi alcance los recursos bibliográficos de la University of Illinois, Urbana-Champaign.


Los topónimos autóctonos ocupan un lugar especial entre los aportes nativos al castellano de América. A diferencia de los sustantivos comunes de origen similar, estos vocablos no conocen limitaciones geográficas ni sociales y son usados por los hablantes en todas las regiones y clases sociales. Incluso, retienen su validez aun cuando los idiomas originales han sido totalmente desplazados por las lenguas dominantes.

Se estudian los topónimos en un área comprendida entre aproximadamente los 42 y 55° Sur a fin de determinar qué lenguas han dejado huellas. El sustrato incluye contribuciones de por lo menos cinco lenguas nativas. El superestrato muestra la influencia de tres idiomas europeos aparte del castellano. Los topónimos presentan una combinación especial de voces nativas y europeas, típica de la zona y muy diferente de otras regiones del país. Hay un buen ajuste entre datos toponímicos y zona geoclimática.


Toponyms from native languages occupy a special position among the contributions of those languages to the Spanish of the Americas. Unlike common nouns of similar origin, native toponyms are not subject to social or geographical constraints and are used by all speakers, regardless of region or class. Moreover, they tend to remain valid even after the original languages have been displaced by the dominant languages.

The toponyms of an area in Chile approximately between 42 and 55 degrees south are studied in order to detect the languages that have left their mark. The substratum includes contributions of at least five native languages. The superstratum shows the influence of three European languages in addition to Spanish. The place names show a unique combination of native and European terms, typical of the region studied and quite different from other regions of the country. There is a good relationship between the geo-climatic region and the toponymic data.


INTRODUCCION

Existe unanimidad entre los estudiosos del español americano acerca de la marca permanente que las lenguas aborígenes han dejado en el léxico castellano, particularmente en forma de nombres comunes y sus derivados. Sin embargo, al privilegiar los nombres comunes, estos estudiosos descuidan aquellos aportes autóctonos cuya presencia se hace sentir con mayor fuerza en las variedades americanas del español. Nos referimos a los topónimos, nombres propios totalmente ausentes de algunas acuciosas descripciones o mencionados al pasar en otras. Los análisis dialectológicos más conocidos enfocan el aporte vernáculo exclusivamente desde la perspectiva de los sustantivos comunes, aunque algunos indican que con frecuencia se exagera la importancia de dichos aportes, los cuales en realidad estarían sujetos a fuertes restricciones geográficas y sociales (para la bibliografía pertinente ver Latorre 1997). No dejan de llamar la atención tales omisiones o alusiones pasajeras, puesto que los topónimos autóctonos, a diferencia de los nombres comunes de origen similar, no conocen limitaciones: se encuentran en los cuatro niveles clásicos en la norma de cualquier dialecto hispanoamericano (Rabanales 1981: 447-448) y son, por consiguiente, vocablos de uso más frecuente que los sustantivos comunes incluidos tanto en glosarios y diccionarios de términos indígenas como en monografías sobre el español americano.

El trabajo que ahora se inicia forma parte de un estudio más amplio, el cual persigue tres objetivos principales:

    1.  Estudiar las tendencias generales de la toponimia a nivel de todo el país.

    2.  Documentar el aporte de varias lenguas a la toponimia nacional y a la caracterización del dialecto chileno del español americano.

    3.  Documentar la manera cómo la influencia de estas lenguas varía de región a región.

Se ha distribuido la información disponible dentro del esquema de las cinco regiones naturales que los geógrafos observan en Chile continental: Norte Grande, Norte Chico, Chile Central, Sur de Chile y Chile Austral (Toledo y Zapater 1989: 21)1. Se preferirá este criterio geoclimático más bien que el actual geopolítico (I Región, II Región, etc.), ya que el primero muestra un paralelismo sugerente con los datos toponímicos, según se verá. El foco del presente análisis será la toponimia de la zona comprendida aproximadamente entre los 42 y 55° Sur, el llamado ambiente templado húmedo frío, oceánico o subantártico (Toledo y Zapater 1989: 94-96). Quedan incluidos aquí tanto la Isla Grande como Chiloé continental como límite norte de la zona estudiada.

El presente análisis se concentrará en las orientaciones principales de la toponimia mayor, es decir, hacia los designata para regiones, cordilleras, lagos, ríos, golfos y canales, montes y ciudades más importantes incorporados en mapas a gran escala, dejando las designaciones para lugares menores (esteros, lagunas y tranques, promontorios, caletas, calles y plazas, etc.) como recurso auxiliar. La información cartográfica para este trabajo provendrá generalmente de mapas a escala no superior a los 8 km por cm, como los publicados en el Atlas de la República de Chile (ARCh) y en la Guía Turística Sur de Chile (Guía).

UN SUSTRATO COMPLEJO

La última zona de Chile continental, designada como ambiente templado, húmedo frío, oceánico o subantártico (Toledo y Zapater 1989: 94 sigs.) está caracterizada por la discontinuidad del territorio, una intrincada geografía de golfos, canales, fiordos, archipiélagos y grandes islas que se extiende hasta el límite más meridional del continente. A esta geografía tan característica corresponde una toponimia igualmente característica cuyos rasgos principales pasamos a discutir ahora.

La Isla Grande marca el límite sur de la influencia mapuche, especialmente en su dialecto huilliche. Esta ha sido muy bien estudiada (Wagner 1964; Ramírez Sánchez 1988: 16-18, 21 sigs.), con lo cual caben sólo algunos alcances muy generales. Así vemos que el propio nombre de la Isla es la forma castellanizada de un compuesto huilliche: chille ‘gaviota chica + –hue ‘lugar’ (Wagner 1964: 294; Ramírez Sánchez 1988: 65). También de origen huilliche es Ancud, de ancuñ, encun ‘secarse, agotarse’ (Ramírez Sánchez 1988: 25). Muy frecuentes son las formaciones con –cura ‘piedra’ (Curahué, Curaco y Curahueldo) y con –co ‘agua’ o ‘estero’ (Liuco, Detico, Rauco y Huillinco), tan frecuentes en la toponimia de la zona central (Wagner 1964: 293, 297-298).

Las voces huilliches tienden a concentrarse al interior de la Isla, con algunas incursiones en los golfos de Ancud y Corcovado y en Chiloé continental. De esa procedencia serían Chaitén ylos volcanes Hornopirén y Michimahuida, entre los topónimos mayores. Asta-Buruaga y Riso Patrón los incluyen en sus diccionarios pero sin ofrecer etimología alguna, mientras que los estudios más modernos ni siquiera los mencionan. No queda más que recurrir a Armengol Valenzuela, quien se pronuncia inequívocamente por étimos mapuches.

En la Isla Grande, extremo norte del ambiente subantártico, se hacen notar indicios del contacto del huilliche con una segunda influencia vernácula, la de los chonos, etnónimo que designa a unas seis etnias distintas (Ramírez Sánchez 1988: 220). Desde hace unos 90 años que existe conciencia de topónimos con este origen (Ibar Bruce 1960: 67), aunque sea imposible determinar con precisión los étimos de muchos vocablos chonos actuales. Se han asignado al chono los siguientes elementos geonímicos: lin, ao(au) y ec (ac). El primero significa ‘cerro’, el segundo destaca lugares con bahías o caletas, y el tercero indica lugares sin bahías o caletas. Los tres vocablos reflejan la importancia de los cerros como puntos de referencia y de lugares que ofrecen protección o no contra las tempestades. En los tres casos, los nombres geográficos contienen información esencial para un pueblo de nómades marítimos. Se han documentado nombres híbridos en los cuales se unen términos chonos, mapuches y castellanos (Ramírez Sánchez 1988: 219-220). Resumimos en forma de tabla algunos topónimos chonos todavía vigentes. Nótense los casos de topónimos cuyas etimologías no se pueden dilucidar2.


 
Topónimos de origen chono

    Topónimo: 
         Equivalente castellano:
Abtao   ‘población o caserío de la caleta’ (IB) 
Achao   ‘la arena/playa’ + ‘caleta’ (RS) 
Chacao   ‘lugar de tacas’ (RS)  
Chaulinec ‘lugar con cerro bajo sin bahía’ (RS)
Guafo  Sin significado conocido  
Guaitecas   ‘islas wait (?)’ (IB)
Guamblin   ‘cerro wam (?)‘(IB)  
Guayaneco ‘islas wayan (?)‘(IB)  
Linao  ‘caleta del cerro’ (IB)
Linlin   ‘dos cerros’ (RS) 
Linlao ‘bahía con dos cerros’ (RS)
Puluqui   Sin significado conocido
Tac ‘molusco Venus thaca’ (RS)  
Terao  ‘lugar ter (?) con caleta’ (RS)

Fuentes:  IB (Ibar Bruce 1960); RS (Ramírez Sánchez 1988: 219-222).

 

Vayan algunos comentarios sobre el material presentado. Para Abtao se ha aducido un origen mapuche: avn + tav: "isla límite N del archipiélago de Chiloé" (Ramírez Sánchez 1988: 21). Este autor casi invariablemente atribuye un origen chono a los topónimos terminados en –ao. Habría que aceptar la versión de Ibar Bruce, ya que no hay indicios directos para favorecer una interpretación mapuche. El mapudungu también está presente en Nalcayec, isla de buen tamaño situada en el fiordo Elefantes, aproximadamente en los 43° S y los 74° W. Este sería uno de los topónimos mayores más septentrionales del idioma chono. Podría tratarse de un híbrido ya que Nal– parece provenir del mapudungu nagh ‘el vado’ (Ramírez Sánchez 1988: 115) más el referido elemento chono –ec.

Otros topónimos chonos han desaparecido o tienen existencia incierta. Por ejemplo, existen alusiones a un "puerto americano o Tangbac" en el archipiélago de Chonos (Anrique y Silva 1902: 279). No hay indicios de tal lugar en la cartografía actual, pero existe un historial relativamente extenso de alternancia entre Americano y Tangbac (Riso Patrón 1924: 27). El nombre Queulat, actualmente perpetuado en un parque nacional (Guía, mapa 13a), es posiblemente de origen chono aunque su etimología es oscura (lbar Bruce 1960: 70). Como hidrónimo ya había sido registrado en 1766 por el padre García Martí (Riso Patrón 1924: 731). Finalmente, en el canal Moraleda a la altura de Puerto Cisnes encontramos la pequeña isla de Guaipanec, no incluida ni en el ARCh ni en ninguna de las investigaciones citadas (ver Guía, mapa 13b). En las inmediaciones de la anterior encontramos otra isla, Tuap (44° 00’ S, 74° 00’ W, ARCh: 145-146), cuya grafía actual sugiere una acomodación a un posible étimo chono. Estos últimos nombres caen dentro del radio de acción de la cultura chona, la cual parece haberse extendido hasta regiones al sur del Golfo de Penas (Simpson 1871, citado por Ramírez Sánchez 1988: 19).

Queda claro que el aporte chono es más numeroso que lo indicado en la tabla. El ARCh consigna unos quince nombres en sus mapas a gran escala; algunos de ellos estarían en el límite inferior de la toponimia mayor. Una buena cantidad de vocablos chonos adquirieron carácter oficial en 1826 con la creación de la provincia de Chiloé

El decreto correspondiente instauró 10 departamentos, dos de los cuales llevaban nombres chonos: Quinchao y Quenac. Este último fue eliminado en 1854 y pasó a ser parte del primero junto con Achao y Quenac. Posteriormente, una ley de 1885 fijó más topónimos chonos, especialmente en materia de subdelegaciones y distritos de los departamentos de Castro y Quinchao: Terao y Chelín (¿híbrido?) para Castro y Achao, Quenac y Apiao para Quinchao. A su vez, cada subdivisión consignaba terminología adicional: Aguantao, Tei (?), Laullao, Quinched, Cucao, Terao, Cailín, Chaiguao, Ichuac y Cuchao, todos en el departamento de Castro. Para Quinchao se reconocieron los siguientes: Linlín, Huenao (híbrido), Tac, Chilao, Alao, Chaulinec y Chulín (Echeverría 1888, tomo I: 11-29). Con excepción de Tei, todos los demás vocablos permanecen vigentes. Otros dos citados por Echeverría han dejado de existir: Cuchao y Huenao. Como contrapartida, la expedición inglesa de Phillip P. King (1825-1830) bautizó como Wickham a uno de los tantos canales en el archipiélago de los Chonos, ubicado en los 45° 45’S y 74°20’ W (Asta-Buruaga 1899: 587). Los mapas actuales ignoran el vocablo inglés y optan por uno autóctono: Pulluche.

El léxico chono citado por Echeverría en 1888 es de antigua data y lo encontramos en mapas publicados en las postrimerías del período colonial. El más reciente es el "Plano de una parte de la Ysla Grande de Chiloé", diseñado en colores por Francisco Hurtado en 1788, que ilustra el sector norte de la Isla Grande e incluye un cierto número de vocablos chonos: Enzenada [sic] de Manao, Puerto de Linao, Rio y Punta de Queniau, Punta de Tenaun, e Isla Linlin, entre otros. Todos ellos se sitúan en la costa oriental de la isla. Otra carta anterior, fechada alrededor de 1759 (Medina 1924: 33), es la titulada "Missio Chiloensis Geographice Descripta", confeccionada por los jesuitas para describir trabajos de la orden en la Isla Grande. El mapa va acompañado de una larga lista de lugares donde se hicieron "oratorios y ministerios": se acogen no menos de 23 lugares con nombres chonos, algunos de los cuales han llegado hasta nuestros días, con las modificaciones ortográficas que es dable esperar (ver ambos mapas y un tercero sin autor ni fecha en la Cartografía 1952). La existencia de un sustrato chono está bien documentada, tanto por los estudios de Ibar Bruce y Ramírez Sánchez como por la citada cartografía colonial.

Parece no existir entre los expertos un acuerdo completo para decidir entre topónimos huilliches y chonos, especialmente respecto al enclítico –ao–. Para Claudio Wagner, términos como Chacao, Chiguao y Terao provienen del mapudungu y la grafía actual disfraza una acomodación –hue———> –ao, una "abertura de la vocal átona [...] cosa corriente en los topónimos de la región" (Wagner 1964: 300). Datos posteriores sugieren un origen ya sea mixto o chono. Así, Chacao estaría basado en la designación tanto del mapudungu como del chono (chaca) para el marisco Venus thaca, más el enclítico –ao. Para Terao, el étimo sería oscuro, pero totalmente chono (Ramírez Sánchez 1988: 83 y 174).

En principio es posible decidir entre términos chonos y mapuches considerando la distribución geográfica. Se ha determinado que las palabras con –ac/–ec y con –au/–ao se concentran a lo largo de la costa este de la Isla Grande e islas aledañas, sin incursiones tierra adentro. Otro tanto vale para los compuestos con –lin. Esta ubicación coincide con el área frecuentada por los chonos: "el sector del archipiélago de Chiloé, concretamente en la zona del canal de Chacao al sur, sin penetrar en el seno de Reloncaví" (Ramírez Sánchez 1988: 221 y mapas 18 y 19). Investigaciones anteriores ya habían explorado este criterio geográfico para identificar vocablos chonos (Ibar Bruce 1960: 66-67). No obstante, ambas toponimias manifiestan un alto grado de superposición (Ramírez Sánchez 1988: mapa 18), con lo que se dificulta una asignación precisa a una u otra lengua.

Las restantes voces vernáculas forman un sustrato detectable principalmente en el límite inferior de la toponimia mayor. Todas ellas se originan en idiomas ya sea de existencia actual muy precaria o de extinción históricamente reciente. Las primeras incluyen al qawaskar o alacalufe, al yámana o yagán y al selk’nam u ona, aunque el primero contaba apenas con 47 hablantes mientras que se daba por casi extinguido al segundo, según datos publicados en 19963. En cuanto al selk’nam u ona, actualmente se le considera como totalmente desaparecido (The Ethnologue 1996). A estos tres habría que agregar el tehuelche, también desaparecido. Rastros del tehuelche, el ona y el yámana han sobrevivido y son detectables aún en mapas a gran escala. Tomemos el caso de la segunda ciudad más importante de la zona: Coihaique (37.217 habitantes). El topónimo, compartido por un río y el valle correspondiente, es de origen tehuelche: koi ‘laguna’ y áiken ‘paradero o campamento’. La expresión originalmente designaba a otros lugares y fue aplicada al sitio actual por los primeros exploradores de la zona (Contreras 1977: 85).

Mención aparte merece Aisén, designación para un río, una ciudad, una provincia y la actual Undécima Región. Entre los estudios más antiguos, solamente Armengol Valenzuela (1918, I: 19) aventura una hipótesis: se derivaría "de atten, desmoronarse, ablandarse". Entendemos que el étimo propuesto es mapuche, la única lengua autóctona considerada en el glosario citado. Otro investigador concuerda con Armengol Valenzuela pero propone un origen alternativo en una voz huilliche que significaría "que se interna más al interior, más al oriente" (Plath 1994: 354). Tales hipótesis no son enteramente descartables, ya que hubo contactos entre tehuelches y mapuches; hay evidencias de que los primeros llevaron terminología mapudungu hasta la zona austral. Por otra parte, el río fue reconocido por Moraleda a fines del siglo XVIII (Asta-Buruaga 1899: 15-16) e incluido en la cartografía de años posteriores como parte de la entonces provincia de Chiloé (Espinoza 1903: mapa N° 33). La ciudad de Puerto Aisén es de fundación más reciente (1920). Una explicación alternativa implicaría un hidrónimo ya que el río en cuestión es fácilmente identificable, particularmente por lo extenso de su fiordo. De allí, el vocablo se aplicó al valle y después a la ciudad y la región. En cuanto al origen, la grafía actual puede ser una corrupción de –aike o –aikén, elementos tehuelches cuya frecuencia en la toponimia actual ha sido bien establecida. Más aún, se han registrado dos pronunciaciones: /ájken/ y /ajkén/; esta última se acerca bastante a la actual pronunciación del topónimo: /ajsén/ (Contreras 1977: 84-85).

Otro topónimo refleja la influencia de los mapuches, resultado de los contactos entre éstos y los tehuelches en las llanuras argentinas (Contreras 1977: 86-87). Dichos contactos explican la presencia del mapudungu paine ‘celeste’, el cual nombra al espectacular complejo montañoso al norte de Puerto Natales. Este étimo se ve confirmado por la existencia del mismo nombre en la Zona Central: Paine (al sur de Santiago) y Valdivia de Paine (al norte de la laguna de Aculeo).

Las motivaciones tras la vigencia o extinción toponímica están bien ilustradas en un orónimo mayor, el del monte más importante del Campo de Hielo Sur (3.406 msnm). Los tehuelches lo llamaban Chaltel o Chalten, nombre desplazado en 1877 por el de Fitzroy, a instancias de los exploradores argentinos Moyano y Moreno. Así aparece consignado en la cartografía de la época (Espinoza 1903: mapa N° 34). Mapas más modernos establecen la doble denominación Chaltel o Fitzroy (ARCh: 155-158; Guía: mapa 13c), indicando que es parcial la extinción de la voz autóctona. El topónimo inglés ha sido favorecido en las presentes negociaciones chileno-argentinas en torno a la soberanía de la zona.

El hidrónimo tehuelche Ciaike designa un río pequeño que nace en territorio chileno y desemboca en el Atlántico cerca de la localidad argentina de Río Gallegos con el nombre oficial de Río Chico. La porción argentina se conoce por el nombre castellanizado; la chilena retiene la designación tehuelche (Contreras 1977: 85, Arch: 163-164, Guía: mapa 14c).

El aporte ona está reducido a tres nombres vigentes actualmente: Carukinka, punta en el fiordo Almirantazgo, Timaukel, caserío en la costa occidental de Tierra del Fuego, y Anika, canal situado en los 54° 7’ S y 70° 30’ W. Este último parece derivado del ona ani’ká ‘el brazo izquierdo’. Causa extrañeza un topónimo marítimo de origen ona ya que estos aborígenes eran cazadores terrestres y no nómades marítimos. La explicación más probable está en los traslados, a fines del siglo pasado, de yaganes y onas a la isla Dawson a fin de ser evangelizados por los salesianos (Contreras 1977: 88-89). A los anteriores corresponde agregar la punta Arska en el extremo septentrional de la isla Dawson. Este topónimo no figura en el ARCh pero sí aparece en la Guía (mapa 14c).

Respecto a los yámanas o yaganes, solamente se han documentado los siguientes nombres: Onaisín u Onasín, Wulaia, Yendegaia, Yashalaia y Marnaia. El primero fue impuesto por hispanohablantes a un pequeño poblado al sur de Puerto Porvenir, aunque era la designación original para toda la isla grande de Tierra del Fuego (Contreras 1977: 90). Una caleta en la costa occidental de la isla Navarino lleva el nombre actual de Wulaia, grafía que ha prevalecido sobre intentos anteriores: Gulaya, Wollya y Wollia (Asta-Buruaga 1899: 306), Uallaia (Espinoza 1904, mapa N° 35) y Walaia (Coloane 1973: 9). En cuanto a Yendegaia, Yashalaia y Marnaia, dichos nombres corresponden respectivamente a una localidad, bahía y río en la costa sur de Tierra del Fuego y a una caleta y una bahía en la costa del canal Beagle. En territorio argentino se destacan Lapataia y Ushuaia. El término aia designaría a los refugios costeros usados por los canoeros yámanas.

Junto a los anteriores hay que mencionar a Lakar, isla al sur de Navarino (no incluida ni en el ARCh ni en la Guía) y Tekenika, bahía en la costa oriental de la isla Hoste. Se ha sugerido un origen anecdótico para esta última (Contreras 1977: 92-93). De aparición reciente es un topónimo de raigambre aparentemente yámana, Yocalía, designación para el aeródromo de la isla Picton. Su ausencia del ARCh y su inclusión en cartas más recientes (Guía, mapa 14d) indica que se trata de un neotopónimo.

Un desplazamiento de origen relativamente reciente es el de Leuaia, caleta situada en los 54° 56' y 68°21', en el sector NW de la isla Navarino. Dicho topónimo parece ser de origen yámana y tenía un historial bastante antiguo (Riso Patrón 1924: 476). Ha desaparecido de la cartografía actual y su lugar ha sido tomado por el de Puerto Navarino.

La toponimia alacalufe está representada por Caicaixixais, isla al sur del paralelo 53, y Xaultegua, prominente golfo en el extremo NW del Estrecho. La primera no aparece ni en el ARCh ni en la Guía. Estos serían los últimos vestigios de la que fuera rica nomenclatura alacalufe (Contreras 1977: 94-95).

Los datos recopilados anteriormente nos llevan a considerar la extinción de la toponimia vernácula en el extremo sur. La historia de la región atestigua un inexorable avance del castellano y otras lenguas a expensas de los idiomas nativos, con la consiguiente extinción de éstas. El desplazamiento toponímico correría paralelo a la extinción de las lenguas autóctonas. Tal panorama es aceptable solamente si vemos la extinción toponímica como fenómeno relativo comparado con el fenómeno absoluto: los hablantes desaparecen pero los topónimos quedan.

LAS LENGUAS DEL SUPERESTRATO

Hemos visto que la región comentada presenta un sustrato que aunque débil es detectable en la toponimia mayor. Este sustrato incluye por lo menos el aporte importante de tres lenguas. Otro tanto vale para el superestrato: tres idiomas, aparte del castellano, han dejado su aporte a los nombres de lugares en esta zona. Ellos son el inglés, el francés y el holandés. La razón de estos aportes está en la historia, ya que a partir del siglo XVI la región al sur de las Guaitecas fue visitada por una serie de expediciones europeas. Entre 1577 y 1883 hubo 9 expediciones inglesas, 2 holandesas y 4 españolas (Mantellero 1991: 3)4. Uno de los efectos de estas visitas fue llenar el territorio de nombres europeos, tanto ilustres como desconocidos.

La primera avanzada de la toponimia europea no-hispana la encontramos en el archipiélago de las Guaitecas: Melinka, puerto llamado así por el ruso Felipe Westhoff, su fundador, en honor a otro lugar de su país natal, según unos (Asta-Buruaga 1899: 437-438) o en memoria de su hermana, al decir de otros (Espinoza 1903: 503, Riso Patrón 1924: 543). Según documentación del siglo XVII, el lugar tenía nombres autóctonos: Ynac y Latuan, los cuales figuran en los volúmenes xi y xiv (págs. 528 y 40, respectivamente) del Anuario Hidrográfico de la Armada (citado por Riso Patrón 1924: 534).

El alto número de expediciones inglesas ha producido una correspondiente abundancia de topónimos, tanto mayores como menores. Una buena proporción de ellos se originaron en los viajes de Phillip Parker King (1825-1830) y de Robert Fitz Roy (1825-1830). De una muestra de 30 nombres ingleses recopilados por Asta-Buruaga, 22 son atribuibles a esas dos expediciones, no habiendo documentación para las restantes. Estamos hablando de accidentes geográficos mayores, como las islas Wellington, Dawson, Hoste y Navarino, los golfos Skyring y Otway, el volcán Burney, el canal Beagle, las islas Picton y Lennox y el islote Snipe, todos en el mismo canal, y el grupo de islas Wollaston ya en el extremo sur del continente. Incluso hay indicios de que las designaciones inglesas desplazaron a nombres castellanos mucho más antiguos. Así vemos que el topónimo Narborough, impuesto por King en 1827, desplazó al de Islas de Cevallos, nombre dado por Antonio de Córdoba en 1788, para honrar a su teniente Don Ciriaco Cevallos (Asta-Buruaga 1899: 468-469). Otro aporte de King y Fitz Roy fue Hannover, isla anteriormente designada como Isla de las Virtudes (Asta-Buruaga 1899: 308-309).

La toponimia autóctona fue objeto de desplazamientos similares, ya que las actuales islas Hoste, Picton, Lennox y Gable, más el islote Snipe, tenían designaciones yámanas, a saber, Usin o Pajawaia, Ullalanuj y Analij, respectivamente (Contreras 1977: 91). El actual canal Murray debe su nombre al piloto del "Beagle" pero parece haber tenido designación previa de origen yámana: Yaaganasciaga (Riso Patrón 1924: 575 y 915). También fue afectada la toponimia holandesa, impuesta por expediciones durante el siglo XVII. Por ejemplo, Lennox terminó por desplazar a Terhalten, nombre dado por el vicealmirante Schapenham de la escuadra holandesa de Nassau en 1624 (Asta-Buruaga 1899: 810). Actualmente Terhalten ha sido perpetuado en una isla pequeña situada entre los 56° 26’S y los 67° 04’ W, a la entrada de la bahía Nassau. Encontramos un ejemplo de desplazamientos complejos en el nombre de la ciudad más importante de la zona. La actual Punta Arenas fue fundada en un lugar originalmente designado por Sarmiento de Gamboa (1580) como Cabo de San Antonio de Padua (Asta-Buruaga 1899: 589). Más tarde, la expedición Narborough (1670) rebautizó el lugar como Sandy Point; la visita posterior de John Byron amplió la designación a Sandy Bay. La instauración de la ciudad como capital de provincia en 1853 retrotrajo el topónimo a la designación inglesa original pero en versión castellana (Plath 1994: 369-370).

Debemos la presencia del holandés a los viajes de Guillermo C. Schouten (1615-1616) y de Jacobus L’Hermite (1669-1671). El vocablo más conocido es por supuesto el del Cabo de Hornos, bautizado así en 1616 por Le Maire y Schouten en honor a Hoorn en Holanda, lugar natal de Schouten. Posteriormente fue re-bautizado como Cabo de San Ildefonso por los españoles García y Nodal (1619). Así figura en el "Mapa del Estrecho y del Nuevo del Mayre...", posiblemente publicado alrededor de 1620 (Cartografía 1952, Medina 1924: 32), pero esta designación no prevaleció (Asta-Buruaga 1899: 313). El topónimo castellano pasó a un pequeño grupo llamado actualmente Islas Ildefonso (55° 45' S, 69° 27' W).

Los navegantes holandeses venían ya sea en busca de rutas alternativas a las Indias Orientales o bien para hostilizar las posesiones españolas en América, y no tenían mayor interés en explorar la región. Por eso los topónimos holandeses que se concentraron desde el Estrecho hacia el sur, son de data anterior a los viajes ingleses y, por consiguiente, mucho más restringidos. Aparte del cabo de Hornos, el único topónimo mayor es el de la bahía Nassau, al sur del Beagle, llamada así por Jacobus L’Hermite en 1624. El mismo marino figura en las islas L’Hermite,cercanas al Cabo de Hornos. El resto está en el umbral inferior de la gran toponimia: Windhond (bahía y lago en la isla Navarino, designada así por la expedición Nassau en 1664), Barnevelt (isla pequeña al NE del Cabo) y vauverlant (isla pequeña en la bahía de Nassau).

Un caso especial corresponde a dos topónimos en territorio argentino. En la Relación Diaria del viaje de Jacobo Demaire [sic] y Guillermo Cornelio Schouten (1616) leemos del bautizo de "la tierra descubierta hacia la parte del oriente del Estrecho, la cual pasó a llamarse Statenlant". La parte occidental recibió el nombre de Mauricio de Nassau (Relación Diaria: 22-25, en Anrique 1897). La primera de éstas prosperó en su versión castellana, Isla de los Estados, mientras que la segunda fue sustituida por Península Nitre. Schouten y Le Maire se disputaron no muy amigablemente el nombre del estrecho que separa la Isla de los Estados de la tierra firme (Relación Diaria: 26-27, en Anrique 1897), prevaleciendo el nombre de este último en los mapas actuales5. De hecho, el vocablo holandés terminó por imponerse a la designación posterior de Estrecho de San Vicente, propuesta por los hermanos Nodal en su viaje de 1618-1619 (Anrique y Silva 1902: 387-388). Curiosamente y pesar de su título, el mencionado "Mapa del Estrecho de Magallanes y del Mayre..." emplea la designación "Nuebo [sic] Estrecho" en el lugar correspondiente (ver Cartografía 1952).

La toponimia de origen francés es más difícil de documentar, contando con solamente un topónimo mayor, el bien conocido canal Messier, llamado así en memoria del astrónomo Charles Messier. El originador más probable es Joapchin [sic] d’Arquistade, quien exploró la zona entre 1714 y 1717 (Mantellero 1991: 3). Un grupo reducido de vocablos galos se encuentra en el extremo sur de la isla Hoste,específicamente en islas como Peyrot, Mouchez, D’Urville y Duperre, en el seno Año Nuevo al sur de dicha isla. En los mismos parajes damos con la bahía Bouchier y el canal Romanche, el cual separa a la Hoste de islas menores al sur. De tales escasos datos es posible discernir la influencia de dos expediciones, siendo la de Dumont d’Urville (1836-1840) la que asignó los nombres en el seno Año Nuevo. Casi con seguridad el canal Romanche fue designado así por la nave capitana de la expedición Louis F. Martial (1882-1883). Vemos claramente que el aporte francés a la toponimia regional es de muy poca monta, considerando las tres expediciones de esa nacionalidad y también el interés de Francia por asegurarse un enclave en el Estrecho.

CONCLUSIONES

Al igual que otras regiones del país, el extremo sur muestra en su toponimia una bien definida y muy característica combinación de lengua dominante y lenguas dominadas, al paso de exhibir un buen ajuste entre zona geoclimática y datos toponímicos. En la región que hemos comentado, los topónimos del sustrato difieren de los de otras regiones del país y se distribuyen de manera que refleja perfectamente la presencia y desplazamientos de etnias hoy desaparecidas. Cinco idiomas nativos han dejado trazas visibles en mapas a gran escala; de norte a sur ellos son: (a)  en la Isla Grande de Chiloé el huilliche, con importantes aportes chonos; (b) estos últimos limitados a la costa este e islas adyacentes; (c) qawaskar o alacalufe, desde el Golfo de Penas al Estrecho; (d) selk’nam u ona, en la parte isleña de Tierra del Fuego; (e) yámana, en islas y canales al sur del Canal Beagle.

Al igual que lo observado en otras partes de Chile, la extinción de vocablos vernáculos se ve parcialmente compensada por la tendencia opuesta de mantenerlos e incluso reinstaurarlos, tendencia que parece ser estimulada por los propios usuarios de la lengua dominante. Casos típicos son Ancud (antiguamente San Carlos de Chiloé), Aisén y Coihaique, todos ellos designaciones de importantes núcleos urbanos. Un ejemplo más notorio es la pérdida del nombre Nueva Galicia, designación conferida por Martín Ruiz de Gamboa en 1567 para la actual Isla Grande de Chiloé. La reducción de un hagiónimo mixto a su componente vernáculo está ejemplificada por San Carlos de Chonchi y San Antonio de Chacao, ciudades actualmente conocidas simplemente por sus nombres autóctonos (Wagner 1964: 288 y 294).

Más al sur encontramos una isla bautizada en 1557 como Nuestra Señora del Socorro por el explorador español Cortés Hojea (Riso Patrón 1924: 371-372). Actualmente se conoce como Guamblin, vocablo chono compuesto de wam (palabra de significado desconocido) más lin ‘cerro o monte’ (Ibar Bruce 1960: 69-70). Una vez más la toponimia autóctona se ha impuesto a un nombre en la lengua dominante.

El caso de la isla Guafo ilustra cómo las voces vernáculas a veces se imponen incluso a la poderosa toponimia inglesa tan importante más al sur. En efecto, en 1670 esta isla fue bautizada como No-Man por John Narborough y como tal figuró en algunas cartas inglesas (Espinoza 1903: 503). Pero el topónimo inglés fue desplazado por el vocablo actual, castellanización del mapuche huavun ‘colmillo’ (Armengol Valenzuela 1918, I: 332) o guafun ‘el colmillo’ (Ramírez Sánchez 1988: 75). La alternativa Chaltel para el monte Fitzroy es otro caso parecido, consignado en mapas que van desde 1903 hasta 1994. En cuanto a instauración, ya hemos citado Yocalía, designación reciente para el aeródromo en la isla Picton.

También se dan ejemplos de desaparición parcial, en la cual un topónimo aborigen que cubría un área extensa se ha visto reducido a un lugar de menor importancia. Tal reducción está ilustrada en la voz yánama Onasín/Onaisín, como ya hubo ocasión de comentar.

Llama la atención la supervivencia de la toponimia aborigen, particularmente tratándose de culturas nómades, ya sea terrestres o marítimas, como lo eran chonos, alacalufes, yaganes, onas y tehuelches, de quienes no era dable esperar asentamientos permanentes fácilmente perpetuables en la toponimia. Debemos buscar la causa de esa supervivencia en la cartografía, especialmente la que data de las postrimerías de la Colonia. Vemos esto claramente ilustrado en la toponimia chona de Chiloé y aledaños, consignada por los primeros intentos cartográficos de las misiones jesuitas a fines del siglo XVII y también en las exploraciones de la Orden en territorios más al sur, como la del padre José García Martí en 1766 (Ibar Bruce 1960: 64-67).

Hemos comentado en detalle la naturaleza multilingüe del superestrato, reflejo de los afanes colonialistas europeos del siglo XIX. La resistencia a tales afanes todavía se hace sentir. Así, se ha sugerido que el Mar o Paso de Drake sea rebautizado como Mar de Sarmiento de Gamboa, la península Wilcok como península Coloane, la bahía Cook como bahía Piloto Pardo, el archipélago Reina Adelaida como archipiélago Inés de Suárez, la isla Lennox como isla Coronel Videla y el canal Beagle como Canal Fraternidad (Godoy 1995: 3). No es del todo difícil simpatizar con tal propuesta, pero ella ignora que la cartografía y las divisiones administrativas de una región ayudan a perpetuar una toponimia dada, haciéndola especialmente resistente a los cambios. Las exploraciones y colonizaciones generan topónimos, los mapas y las decisiones geopolíticas los perpetúan. Y así resulta que las mismas fuerzas que han conservado la toponimia vernácula militan en favor de mantener la toponimia europea no castellana en la zona austral6.

NOTAS

1 Estas divisiones algo tradicionales corresponden muy bien a los geosistemas o ambientes naturales existentes en el país, a saber: (a) árido, (b) semiárido, (c) templado o mediterráneo, (d) templado húmedo, (e) templado húmedo frío, oceánico o subantártico. A estas cinco divisiones corresponde agregar el ecosistema antártico y el ambiente oceánico (Toledo y Zapater 1989: 50-106).

2 ¿Dónde está el volcán Montolat o Matalot, ubicado por Anrique y Silva en la isla Magdalena? Ni Armengol Valenzuela, ni Asta-Buruaga lo mencionan a pesar de que también aparece consignado como Montalat en una carta de comienzos de siglo (Espinoza 1903: mapa Nº 33). Un estudio posterior lo consigna bajo el nombre Mentolat, detalla sus características principales e indica variantes: Menlolat (según carta de Moraleda de 1795), Montalat, Montolat y Matalot (Riso Patrón 1924: 546). El topónimo ha sido tentativamente incorporado como "Ment (o) lat (término "por descifrar") en un estudio de vocablos chonos (Ibar Bruce 1960: 7), pero lo excluyen los mapas más modernos a escalas grandes.

3 El último representante de esta etnia falleció en septiembre de 1997 (Barkan Szigethy 1997: s.p.)

4 Mantellero omite una décima expedición inglesa, la de Robert O. Cunningham y su nave capitana "Nassau" de 1866-69 (Anrique y Silva 1902: 403).

5 Sabemos de las fuertes tensiones entre Le Maire, jefe de la expedición e hijo del principal accionista de aquélla, y Schouten, capitán de una de las naves. La resultante minibatalla de relaciones públicas terminó por resolverse en favor del representante del capital aportado: Le Maire (Groussac 1912: 397-398, nota (2)).

6 Como ejemplo de la inercia conservadora de los geógrafos, baste el caso del río y puerto Coyle, en territorio argentino (50° 57’ S, 69° 14 W y 51° 10’ S, 70° 33’ W, respectivamente). La evidencia de su origen castellano es decisiva, pero la recomendación de enmendar, hecha en 1912, ha sido cons-tantemente desestimada (Groussac 1912: 408). El seudoanglicismo se mantiene aun en mapas recientes.

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