ESTUDIOS FILOLÓGICOS, N° 33, 1998, pp. 176-178
DOI: 10.4067/S0071-17131998003300017

RESEÑAS

 

SIERVO MORA MONROY: Lexicón de fraseología del español de Colombia. Instituto Caro y Cuervo. Bogotá 1996. Formato 1/2 carta. 224 págs. y 4.800 entradas, aproximadamente

 

Augusto Alcocer Martínez


 

Con sincero regocijo saludamos a Siervo Mora, digno continuador de una honrosa tradición lexicográfica reconocida en el mundo hispánico que, desde la obra del fundador de la escuela, Rufino José Cuervo, a la fecha, ha sabido presentar a la comunidad científica esclarecedores estudios sobre repertorios sintagmáticos de carácter teórico (A. Zuluaga 1975; XXX, 1 y 2, 1980), tanto como práctico (Julio C. García ¿1948?, 1951), H. Molina (1951), L. A. Acuña (1951), J. Tobón (1962), Carlos García (1988, 1992), M. Alario di Filippo (1983), J. Sierra (1983). No se está fuera de contexto si a la lista anterior añadimos a G. Haensch y R. Werner (1993).

El trabajo que comentamos se propone explorar los usos actuales de locuciones, modismos y colocaciones habituales. Para el efecto se emprendió la ingente tarea de despojar la fraseología de los cinco principales diccionarios de colombianismos; se utilizó el material léxico reunido para la modalidad cubana por la especialista Antonia María Tristá (1988), que coincide en ciertos empleos con la variedad colombiana. Igual procedimiento se adoptó con el Diccionario de la Real Academia (1992). En consecuencia, el corpus que se muestra a la consideración del público resulta del aprovechamiento casi exclusivo de fuentes escritas.

Por la relativa extensión del campo léxico considerado, se puede caracterizar el Lexicón de fraseología como una aproximación a un diccionario particular de restricción interna o selectivo (exclusivamente lingüístico). La restricción se ofrece en la presentación de un estimado de 4.800 unidades fraseológicas fijadas por el uso y limitadas al espacio lingüístico de Colombia.

Una antigua práctica lexicográfica indica que las expresiones fijadas por el uso se deben presentar en los diccionarios generales semasiológicos del siguiente modo:

 

Boca. . . // a boca de jarro (DRAE 1992: 300)

. . .// M. Adv. A boca de jarro (VOX 1971: 249)

. . .// A BOCA DE JARRO (Dicc. de uso 1994: 387)

. . .// A boca de jarro, m.adv. (P. Larousse 1990: 152)

 

De esta manera, siguiéndose un orden jerárquico semántico-gramatical se considera en la cabecera del artículo que corresponda al primer sustantivo de la unidad pluriverbal, si fueran varios los que entraran en su composición; si no apareciera ningún sustantivo, se abordará, según el caso, el verbo que formara parte de ella; y si en la frase hecha no figuraran ni sustantivos, ni verbos, se ordenarán sucesivamente un adjetivo o un adverbio. A la vez, cada una de estas clases gramaticales pertenecientes a cada unidad fraseológica, de manera rigurosa se situará en el orden alfabético que le corresponda dentro de la macroestructura del diccionario.

No obstante, se verifica en todo el cuerpo del Lexicón de fraseología ordenaciones alfabéticas como: patinarle el coco, pegar el brinco, pisar la cáscara, poner conejo, prender la mecha, punto por punto, etc., que lematizan cada artículo de acuerdo a la primera letra de la combinación idiomática. Es obvio que la propuesta alfabética de Siervo Mora –que es la misma de Ramón Caballero (1905)– atiende a poderosas razones prácticas, ya que facilitará el uso al lector común y corriente, quien podrá localizar una unidad idiomática con seguridad y rapidez, aunque se deje de lado la técnica de distribución ya señalada líneas arriba y que, en nuestros días, siguen, por ejemplo, Fernando Varela y Hugo Kubart en su Diccionario fraseológico del español moderno (1994).

El consultante queda perplejo cuando en algunas definiciones sinonímicas el autor desliza involuntariamente su largo trato con las variedades geolingüísticas del español de Colombia, olvidando que Julio Casares (1950: 143) aconseja al lexicógrafo que "las equivalencias o definiciones no responderán adecuadamente a su fin mientras no estén concienzudamente esterilizadas de todo germen capaz de originar un efecto estilístico", verbi gratia, las equivalencias coloquiales: a media voz ‘pasito, blandamente’; al rape ‘tusado’ (rapado); dar caramelo ‘entretener, envolatar’; echar una pestañeada ‘dormir un ratico durante el día’; enmochilar el cuento ‘envolatar’ (atarear, distraer); en aulagas ‘acosado, atafagado’ (atosigado); hacer maña, hacer pachorra, hacer roña ‘roncear’ (ronzar); tener de las cuatro ‘tener atafago’ (atarearse); salir como perro regañado, salir rabo entre piernas ‘quedar achantado’ (desmoralizarse, decaerse), (las indicaciones entre paréntesis son nuestras).

También llaman la atención las definiciones ‘emproblemarse’ para las fraseologías meterse en la grande, meterse en un berenjenal, meterse en una bollada y ‘ventajear’ para tirar para su raya, tirar raya. El idiolecto que maneja el investigador evade respectivamente las perífrasis verbales buscarse, crearse problemas y sacar ventaja o aventajar; si bien la primera cae dentro de las posibilidades derivativas de la lengua, suena extraña al español general; parecida explicación merecería el coloquialismo ‘ventajear’.

La codificación general de un diccionario está directamente vinculada a lo que se ha denominado macroestructura. De ésta depende la microestructura o composición de los artículos, es decir, el lema y el artículo propiamente dicho (definición). El autor encaró dos posibles soluciones: una primera, presentar una sola frase como lema, tal vez la más usual o frecuente y, dentro del artículo, las otras de parecido significado, es decir, las sinonimias. Si el lexicógrafo se hubiera decidido por esta solución tal vez las 4.800 entradas que parece contener el Lexicón se hubieran visto reducidas a un número significativamente menor; la segunda, por la cual opta el lexicógrafo, consiste en otorgarle una entrada independiente, distinta, a cada una de las unidades fraseológicas, y esta elección explica lo copioso del repertorio. Se observan frases que, repartiéndose un mismo contenido, merecen 16, 12, 10, 8, 6, 4, ó 2 diferentes entradas:

Ni a bala, ni a cañón, ni a garrote, ni a palos, ni a tacos, ni a tiros, ni dándole con qué, ni de fundas, ni de vainas, ni en ñanga, ni en sueños, ni pensarlo, ni por el putas, ni por esas, ni por imaginación, ni porque pinten pajaritos de oro, ni remotamente, ni soñarlo; igualmente,

quedarse bizco, quedarse con la boca abierta, quedarse de una pieza, quedarse de una sola pieza, quedarse frío, quedarse helado, quedarse petrificado, quedarse sin habla, quedarse sin respiración, quedarse súpito, quedarse tieso,

que comparten respectivamente las significaciones ‘de ninguna manera’ y ‘sorprenderse, paralizarse’. O en los pares que la obra comentada exhibe a raudales:

Abrir la puerta, abrir las puertas;

Ser más cumplido que novia fea, ser más cumplido que novio feo;

Atrasado de noticias, atrasado en noticias;

Coger el cielo a dos manos, coger el cielo con las dos manos;

Echar una cana al aire, echar una canita al aire, etc.,

que en menor o mayor medida configuran simples variantes o fenómenos de polimorfismo. Nos arriesgaríamos a afirmar que las ya citadas y muchísimas otras que figuran en el Lexicón constituyen combinaciones que están en proceso de nivelación, de fijación. Las preferencias de la comunidad social determinarán el uso futuro y consagrará a una de ellas como unidad triunfante, ‘expresión fija’, diría Alberto Zuluaga.

De otro lado, se sustenta la escritura sin espacios en blanco utilizada en frases tales como: hacer la patadeperro, montar la vacaloca porque las autorizan el uso y la pronunciación. La misma razón debería fundamentar ponerle el tate quieto, ponerle su tate quieto (tatequieto). Quedan ciertos usos de difícil asignación escrita: entre gallos y media noche (¿Medianoche?), no hay tu tía (¿Tutía?), pasar las negras (¿Pasarlas?).

Se constatan en la edición algunos descuidos que en el futuro serán fácilmente corregidos. Obsérvense la doble aparición de las entradas tener piedra (págs. 205, 206) y caer en la celada (43) y la presencia de las disortografías de las páginas 25, 75, 80, 127, 142, 173, 195 y 216.

Hay que resaltar que el tamaño de las letras y la diagramación ofrecida por la Imprenta Patriótica garantizan al lector una agradable lectura.

Finalmente, en el panorama hispanoamericano la fraseología viene alcanzando un buen nivel de desarrollo en Cuba con los trabajos de A. M. Tristá y discípulos; se debe señalar también la creciente atención que en estos últimos años brindan al tema la Lexicografía y la Dialectología. Recuérdense las experiencias de M. J. Tejera y su equipo para presentar las "expresiones" (fraseología) en el Diccionario de venezolanismos (1983), las del cuerpo dirigido por Luis Fernando Lara para el Diccionario básico del español de México (1986), la serie del Nuevo diccionario de americanismos dirigida por G. Haensch y R. Werner, el de colombianismos (1992: T. I.), argentinismos (1993: T. II) y el de uruguayismos (1993: T. III).

A este incompleto conjunto debe sumarse la recomendable obra de Siervo Mora Monroy, quien con un estimado de más de 4.800 fraseologías, a la vez que cancela una situación de carencia para el dialecto colombiano, se aproxima firmemente al ideal de escribir de manera más exacta nuestra lengua.

Templo del Sol 320
Urb. Mangomarca
S.J.L., Lima
Perú