ESTUDIOS FILOLÓGICOS, N° 33, 1998, pp. 180-183
DOI: 10.4067/S0071-17131998003300019

RESEÑAS

 

MAXIMIANO TRAPERO, con la colaboración de Juan BAHAMONDE CANTIN: Romancero General de Chiloé. Con transcripciones musicales de Lothar Siemens Hernández, Frankfurt am Main: Vervuert; Madrid: Iberoamericana, 1998, 304 págs.*

 

Constantino Contreras O.

* Parte del trabajo bibliográfico del proyecto de investigación UFRO Nº 9804.


"España es el país del Romancero", decía don Ramón Menéndez Pidal. Y agregaba que el extraño que recorre la Península, si quiere sentir y comprender bien las características del pueblo español, debe portar en su maleta un Romancero y un Quijote. Tal era la valoración que concedía el maestro de la filología española al conjunto de romances hispánicos tradicionales, esas populares composiciones épico-líricas en las cuales, más que en otras, el pueblo español ha proyectado elementos de su identidad. Sabido es que cada romance tiene un número libre de versos, pero éstos tienen un metro fijo: en su estructura tradicional, son versos de dieciséis sílabas, monorrimos. La partición de cada verso en hemistiquios es lo que ha permitido caracterizar el romance como una composición de versos octosílabos, asonantados los pares y sin rima los impares. La transmisión de estas composiciones por tradición oral, de generación en generación, es un proceso recreativo que dura siglos, puesto que las más antiguas de ellas se remontan a los tiempos medievales y asumen los temas heroicos de esa época. Más tarde surgirán romances en torno a otros asuntos vitales. Y tales composiciones son representativas de la tradición cultural hispánica por diversas razones: por su entronque con la temática histórica más sentida por la sociedad española, por los valores de vida humana que comportan, por su métrica tradicional, por la sobriedad de su estilo, etc. Es indudable que este patrimonio cultural no se circunscribe sólo a la Península, puesto que también es posible encontrarlo –aunque con distintos grados de permanencia– en los territorios de expansión española, como son las Islas Canarias y los diversos países latinoamericanos que en el pasado tuvieron la calidad de colonias. No es extraño tampoco que esas composiciones se difundieran por las zonas de habla e influencia catalana y portuguesa e incluso por aquellas áreas tan discontinuas donde se refugiaron los núcleos de población judeo-sefardí.

Es un proceso comprensible que varios elementos culturales hispánicos que se difundieron tempranamente en los territorios de colonización hayan sido o estén siendo desplazados por otras formas culturales. En esa misma medida parece disminuir también el interés por estudiarlos. Sin embargo, cuando hay motivaciones profundas y se dispone de los medios para llevar adelante tareas de investigación relevantes, el objeto que parecía oculto puede desplegarse en su real dimensión. Por eso es plausible que un profesor español, que trabaja en la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria, haya investigado –con rigor y positivos resultados– la vigencia de los romances hispánicos en varias de las islas del archipiélago canario y que, a raíz de una visita al sur de Chile, se haya interesado por investigar también la situación de los romances anclados en el territorio insular de Chiloé. Se trata de Maximiano Trapero, distinguido filólogo y especialista en el estudio de estos valiosos bienes de la hispanidad, quien no ha escatimado esfuerzos para explorar las huellas de la textualidad romancística en la cultura popular chilota. Esta tarea de investigación la ha llevado a cabo con la diligente participación de Juan Bahamonde Cantín, profesor de la Universidad Austral de Chile, sede Ancud, oriundo de Chiloé y entusiasta investigador de los textos de tradición oral de esa parte del país, considerada históricamente como el último reducto o bastión español en Sudamérica, dada su tardía independencia política (1826) del dominio ejercido por la corona.

El contenido de la obra está dispuesto en el siguiente plan: I. Estudio introductorio, II. Romances, III. Indices, IV. Bibliografía, V. Ilustraciones.

La sección II, que comprende el grueso de la obra (71-272), contiene el importante corpus de 58 romances, cada uno de los cuales va acompañado de notas acerca de la identidad y circunstancia de los informantes y de los recolectores y, principalmente, de un comentario acerca de la estructura, contenido temático, filiación de los textos, etc. Además, mayoritariamente, las versiones reunidas están complementadas con la correspondiente transcripción de su línea melódica, trabajo que estuvo a cargo de Lothar Siemens Hernández y que es captable como un aspecto más del rigor científico que está patente en toda la obra y como una muestra de la sensibilidad para dejar testimonio de las formas expresivas en su integridad, más allá de lo puramente verbal.

La sección I, que contiene el estudio introductorio (15-70), se abre con una reseña geográfica, histórica y etnográfica de Chiloé, donde se destaca especialmente la profunda "españolidad" de su gente. Luego se revisa la difusión de los romances españoles en territorio americano, se describen las características que aquí han asumido estos textos y se comenta el aporte que ha significado para su conocimiento y valoración el trabajo de los principales recolectores y estudiosos de los mismos, cuyos primeros pasos se debieron al ejemplo legado por don Ramón Menéndez Pidal a raíz de su visita a América en 1904. No se olvida que también fue este ilustre filólogo español quien encontró en Chile la inmediata y entusiasta respuesta de don Julio Vicuña Cifuentes, investigador que –a juicio de los autores de esta obra– se convirtió en "el mejor y más adelantado alumno del maestro en la recolección y estudio del romancero en América" (35). Y, centrándose luego en la continuidad de esta labor en Chile, se reconoce el trabajo de otros estudiosos, tales como Ramón A. Laval, Cremilda Manríquez, Lina Vargas, Diego Muñoz, Oreste Plath y especialmente la contribución de Raquel Barros y Manuel Dannemann, a quienes se debe "la aportación más valiosa sobre el romancero chileno [...], que reúne 65 versiones inéditas correspondientes a 33 temas romancísticos, recogidas las más por los propios autores y otras por terceros" (39). Se reconoce también el aporte del sacerdote Miguel Jordá, quien a lo largo de varios años ha recopilado y estudiado algunos romances y principalmente muchísimas décimas de contenido religioso. En cuanto a los trabajos realizados por Inés Dölz en torno al romancero chileno, se critican las fallas o debilidades del estudio monográfico que dedicó al tema y que publicó en 1976; y, en cambio, aparece valorada muy positivamente la antología de romances que dicha autora publicó en 1979.

El estudio hace referencia también a la participación de algunos folkloristas nacionales, como Violeta Parra y Gabriela Pizarro, quienes, al rescatar y difundir determinadas versiones de romances, actualizaron la antigua práctica de ligar los textos del romancero a la ejecución musical.

El estudio avanza de lo más general a lo específico, de modo que en seguida se presenta un panorama de las recolecciones romancísticas llevadas a cabo en Chiloé en distintos momentos del presente siglo. En este sentido, reaparece la referencia a la obra de Vicuña Cifuentes, pero principalmente se pone de relieve la participación del sacerdote Francisco J. Cavada, quien a comienzos del presente siglo, en 1914, incorporó en su obra Chiloé y los chilotes 18 versiones de romances que entonces eran populares entre los isleños. Otros autores que constituyen referencia necesaria al estudiar la vitalidad de los romances en la vida cultural chilota son: Lina Vargas, Raquel Barros y Manuel Dannemann, Renato Cárdenas y Gabriela Pizarro. Luego los propios investigadores de este Romancero General, Trapero y Bahamonde, hablan de su trabajo. En su recorrido de pocos días por la Isla Grande, casi a fines de 1993, pudieron entrevistar a varios informantes de diversas localidades, entre ellos algunos ancianos de los Asilos de Ancud y Castro. Del conjunto de informantes destacan a María Marta Oyarzo, de 73 años, de la localidad de Rilán, quien compensa su ceguera y su analfabetismo con una memoria privilegiada. Esta facultad le ha permitido conservar un amplio repertorio de romances, que puede recitar y cantar con claridad.

Trapero y Bahamonde dicen que, antes de su propio trabajo de encuesta, el repertorio de romances recopilados en Chiloé ascendía a "49 versiones correspondientes a 32 temas romancísticos" (50). Ahora, con el producto de su trabajo en terreno, ese corpus se ha ampliado considerablemente, puesto que estos investigadores han podido registrar un conjunto superior a todo el resto de las recopilaciones: en total "65 textos correspondientes a 34 temas romancísticos" (55). Desde luego, como el romance vive en la oralidad a través de versiones y variantes, algunas de estas piezas recogidas in situ coinciden en su identidad temática con versiones recopiladas por antecesores; pero otras son incorporadas por primera vez a un registro sistemático y con ello se amplía también el conocimiento acerca del romancero insular. Los mismos investigadores destacan que en su colección "abundan más los romances tradicionales (...) que los de pliego y los de creación local, llamados generalmente "corridos", justo al contrario de lo que ocurría en las colecciones anteriores" (57). En este sentido, es sorprendente que aún pervivan en Chiloé algunos romances bastante difundidos en otras épocas y en otras latitudes del mundo hispanohablante: Delgadina, Bernal Francés, Las señas del marido, Las tres cautivas, La condesita, Marinero al agua, etc.

Desde luego, este hallazgo es muy significativo, pues indica que aún hay personas en Chiloé que conservan en su memoria varios textos del romancero panhispánico y que conservan también otros romances surgidos del ingenio local o regional, fenómeno que revela cierta preferencia popular por mantener los viejos esquemas de versificación cuyas técnicas métricas facilitan, indudablemente, la retención memorística de las composiciones. Es cierto que algunas de las versiones registradas son fragmentarias, pero de todas maneras ellas están indicando que, aunque desde tiempos relativamente recientes el romancero haya perdido funcionalidad en la vida social de los isleños, la práctica de recitar o cantar romances fue para ellos en otros tiempos una actividad muy vital.

Otro aspecto relevante de esta obra, y que justifica el título elegido, es el hecho de reunir el conjunto de todos los textos del romancero chilote, tanto los recogidos y publicados antes por distintos investigadores y folkloristas como los recopilados in situ ahora por los investigadores de este Romancero General. Efectivamente, al presentar una obra de conjunto, como los mismos autores opinan, hacen "un servicio a los estudiosos del romancero chileno, en particular, y del romancero panhispánico, en general" (58). De ese modo ponen en manos de todos los interesados en el tema no sólo las versiones registradas ahora, sino también los textos que habían sido registrados antes y que, por diversos motivos, estaban dispersos o permanecían prácticamente inaccesibles. Al respecto, es significativo el esfuerzo por reunir una rica documentación bibliográfica acerca del tema y por aplicar también en forma rigurosa el método comparativo al examen filológico del conjunto de versiones estudiadas.

Dos observaciones menores son las que tienen que ver con algunos detalles de la vida de esta parte tan austral de América. Tanto en la p. 22 como en la 296 se alude a la utilización de la madera en la construcción de las iglesias de Chile, en circunstancias que el contexto exige circunscribir la referencia a las iglesias de Chiloé. En otros lugares de la obra (65, 68 y 75) se contraponen los territorios de Chile y Chiloé como si este último no estuviera contenido en el anterior. Es cierto que antiguamente –como se cuenta en la novela Gente en la Isla, de Rubén Azócar– los propios chilotes, por su condición de isleños, tendían a llamar Chile sólo a la parte continental del país, pero actualmente Chiloé está plenamente integrado en la vida nacional, por lo que esa separación parece bastante extraña.

Los romances aparecen clasificados en los siguientes grupos: A. Romances tradicionales, B. Romances de repertorio infantil, C. Romances religiosos, D. Romances vulgares popularizados, E. Romances de pliego dieciochescos, F. Corridos locales, G. Canciones narrativas locales, H. "Alabados" de Navidad. Bien se puede advertir que éste es un punto discutible, pues en esta clasificación se mezclan distintos criterios: épocas de procedencia, difusión geográfica, temática, ocasión en que se actualiza un romance y calidad de los destinatarios. Pero los propios investigadores afirman que no existe entre los estudiosos del romancero un criterio uniforme para la clasificación de los textos y, por otra parte, es difícil aplicar un criterio de clasificación más riguroso a un corpus relativamente corto como es el de los romances de Chiloé (cfr. p. 60).

Si se comparan los textos romancísticos registrados por el Padre Francisco J. Cavada a comienzos de siglo con los recogidos ahora por Trapero y Bahamonde, se puede notar que los primeros tienen mayor consistencia, están mejor estructurados; los textos recogidos ahora son más fragmentarios, su metro y su rima revelan también algunas vacilaciones. Naturalmente, el investigador recoge lo que encuentra mediante sus técnicas de indagación y registro, sean tradiciones plenamente vitales o tradiciones que se baten en retirada. De pronto parece una osadía tratar de encontrar en estos tiempos restos del romancero hispánico en algún espacio de Chiloé, territorio que aceleradamente está perdiendo su fisonomía tradicional para dar paso a otras pautas culturales muy distintas, proyectadas por las innovaciones tecnológicas y por influencias procedentes de otras latitudes. Los propios investigadores reconocen que su labor es similar a la del arqueólogo: "en los tiempos actuales, en los que no puede hablarse ya sino de los "últimos estertores del romancero oral", la tarea de recogida de romances es en algo comparable a la arqueología, en la que hay que ir reuniendo pieza a pieza, en algunos casos verso a verso, para poder conformar un cuerpo que pueda ser representativo de la tradición que vivió en plenitud en otros tiempos" (55).

El trabajo de Trapero y Bahamonde tiene el mérito de haber puesto en el primer plano de la investigación científica un tópico que se enmarca en la temática más amplia de las formas y raigambre de la cultura rural chilena, temática relegada a un segundo o tercer plano dentro de las preferencias de los investigadores nacionales. Con su trabajo in situ han rescatado casi del olvido una parte importante de la tradición oral chilota y la han vinculado, fundada y documentadamente, a otras tradiciones, en el amplio contexto de la cultura panhispánica. En definitiva, el Romancero General de Chiloé es, por su forma externa, una obra de excelente presentación editorial y, por su contenido, más allá de su innegable importancia regional y nacional, una valiosísima contribución al reconocimiento de la literatura oral en lengua española. 

Universidad de La Frontera
Dpto. de Lenguas, Literatura y Comunicación
Casilla 54–D, Temuco, Chile