Estudios Pedagógicos, Nº 23, 1997, pp. 65-74
DOI: 10.4067/S0718-07051997000100006

ENSAYOS

 

PARA UNA GLOBALIZACION INTERIOR: REVALORACION DEL TERMINO A PARTIR DEL METODO DECROLY

Towards an inner globalization: reevaluation of the term starting from the Decroly method

 

Prof. Víctor Valembois

“…pero si yo ignoro el valor de las palabras, seré
como un extranjero para el que habla y el que habla
será como extranjero para mí”.
I. Cor. 14:11


Resumen

El autor parte de una perspectiva filológica y efectúa en primer lugar un repaso histórico de las principales tendencias “globalizantes”. En segundo término, se centra en un somero análisis de la perspectiva globalizadora a partir del método propugnado por el pedagogo belga Ovide Decroly. Al confrontar las dos globalizaciones, se obtiene un interesante contraste, al mismo tiempo que el autor recomienda ver ambas perspectivas no como excluyentes sino complementarias.

Abstract

The author starts from a philological perspective and summarizes, historically, the main “globalizing” tendencies. Secondly, the author concentrates on a brief analysis starting with the method proposed by the belgium teacher Ovide Decroly. By confronting the two globalizations, an interesting contrast is reached. The author concludes that both perspectives are not exclusive but complementary.


 

1. INTRODUCCION

Por esencia, todo idioma, sea en forma oral o escrita, es imperfecto, azaroso. Se comprueba a diario que –hasta en términos pretendidamente tan universales y necesarios como “democracia” y “paz”– la lengua es a menudo vehículo de ambigüedad y no raras veces generadora de confusiones. Las palabras nacen, se desarrollan y mueren, igual que cualquier ser humano, porque, a la postre, más allá de edades, género y demás circunstancias, constituyen su juguete preferido. “Globalización” es otro término de palpitante actualidad, de uso cada día más generalizado, que conviene poner bajo la lupa, a ver si nos entendemos. Es un concepto en gestación, desde luego, como tantos, con hondas raíces en el pasado y no pasa día sin que se cargue de connotaciones ideológicas. En español, se trata evidentemente de una importación desde esferas anglosajonas. El vocablo en inglés es muy lindo, muy plástico y sugerente, porque ya Shakespeare utiliza “the globe”, como nombre de su teatro y también como referencia a un mundo que, en metáfora, es como un globo. En cambio en el idioma de Cervantes, la orientación mundialista se pierde un tanto, porque el calco semántico no evoca la equiparación entre mundo y globo.

Uno puede preferir la palabra “mundialización”, pero con el empuje de los medios de comunicación y la alienación que prevalece, es evidente que el anglicismo “globalización” se impondrá. Por eso, en un primer objetivo, quisiera ahondar en nexos históricos del término y evocar una serie de antecedentes de referencias verbales a tendencias mundiales. Ahora bien, en un segundo objetivo, pretendo completar la misma reflexión, rescatando una perspectiva de “globalización” esencialmente interna, tal como quedó acuñado en la teoría sicológica y educativa de Ovide Decroly, científico belga del que se celebró recientemente el 65 aniversario de la muerte.

2. LOS CICLICO DE LAS GLOBALIZACIONES EXTERNAS

2.1. Huella global de los clásicos romanos. Para los clásicos latinos globus era tanto una bola como una esfera o todo cuerpo sólido de forma redondeada. Este disco, en su máxima extensión, era lo conocido, con el Mediterráneo, el “mar nuestro”, como centro del universo. No podía ser de otro modo ya que todo individuo y todo grupo humano construye su universo físico y mental a partir de su propia experiencia. Lo demás era “tierra desconocida” y por ende ignorada e inexistente. Por supuesto que, partiendo de esta percepción umbilical, lo propio es la norma y los otros son los bárbaros, en círculos concéntricos, alejándose del núcleo de lo civilizado. Cuando Julio César 57 años antes de Cristo describe a los belgas como “los más valientes de todas estas tribus”, lo hace con la justificación inmediata “porque son los más alejados de lo culto y la humanidad”. Interesante es también observar que no se trata de una realidad estática: para Virgilio, por ejemplo, existía el verbo globare, es decir, hacer, construir una forma redonda, como una bola de cañón. Sólo después creció el convencimiento de que también al mundo se lo podía concebir en forma de globo1.

En estos tiempos, ya en auténtica perspectiva sistémica, en el término se subraya la relación de la parte con el todo: globus es también el pelotón, la cuadrilla, la tropa, la multitud. Sin esperar a Maeterlinck y su magistral descripción de la “vida de las abejas” y “vida de las termitas”, el poeta Ovidio, más práctico, hace dos milenios ya, describía las delicias de la miel, producto de un globus apium, un enjambre de abejas. Prevalece la visión de conjunto. Pero la pax romana que resultó del esfuerzo militar no era tan inocente y se logró con la espada y la imposición. La globalidad del imperio romano se impuso también con un férreo código legal y con la ideología del que se sabe vencedor.

2.2. Cristianización de la globalidad romana. Sobre la base de las estructuras geográficas y mentales romanas, pero a su vez haciéndolas evolucionar, tanto el cristianismo primitivo como su apogeo en la época medieval configuran un segundo ciclo importante de globalización. La imagen del globo se mantiene, como en aquel cuadro donde una “madonna” apenas sostiene, sobre su rodilla, a un Cristo que a su vez lleva en la mano un globo: es la figuración del conjunto de la civitas Dei, según San Agustín, opuesta a las tinieblas y territorio al que Dante bajaría. Se trata de una nueva visualización de un mundo unificado, ya no bajo el signo de Roma “caput mundi” (cabeza del mundo), sino teniendo como centro a Jerusalén. Ahora vivimos en una conceptualización totalmente de-sacralizada, donde en vez de un niño en la rodilla tenemos una lap-top (para seguir en la imagen que sólo el inglés permite). Pero todavía utilizamos la terminología y la estructura mental anclada en estas centurias, al referirnos a “occidente” y “oriente”, partiendo del meridiano que, en este caso, no es Greenwich, sino la ciudad santa. Al final del siglo veinte hemos sustituido las colinas de Roma por las omnipresentes colinas de Hollywood, pero continuamos refiriéndonos a este y oeste en términos que, más allá de la diáspora de sectas protestantes y fundamentalismos islámicos, reflejan una gran base común, la iglesia y la civilización católica.

Ahora bien, el adjetivo “católico” y sus derivados también conllevan esencialmente una nueva visión de conjunto, de globalidad, que parte de sus raíces griegas “kat-holein-gein”, es decir (proclamado, válido), para toda la tierra. De allí la necesidad imperiosa que tendrán, desde San Patricio en Irlanda hasta los franciscanos, primero los flamencos y después los españoles, también en el Nuevo Mundo, de convertir a cuanto no incorporado encuentren. Concomitante con este vocablo está el de “ecuménico”, que igual, por etimología, se refiere a toda la tierra, considerada como una sola casa. Vivimos en el mismo y único barco, que diríamos ahora en términos ecológicos una ciencia con la misma pretensión ecuménica, porque estos últimos vocablos provienen de un mismo tronco. Frente a la división de la cristiandad en dos brazos, uno occidental (en torno a Roma) y otro bizantino (en torno a Bizancio o Constantinopla, la segunda Roma), “ecuménico” equivale a total y se fue utilizando especialmente en el contexto de los concilios, cuando en ellos están representadas estas dos ramificaciones de la única iglesia universal. Este último término, por cierto muy familiar en medios católicos, erróneamente se ha tomado como otro sinónimo de mundial o, con el anglicismo, global, allí donde desde luego, en una época finisecular como la nuestra, se siguen descubriendo cada vez más constelaciones y universos extraterrestres, de modo que la confusión no deja de reflejar poco fundamento astronómico.

2.3. Progresiva secularización del mito de lo global. Sobre la base del modelo romano-cristiano, después cantidad de gobernantes proclamaron su pretensión global, desde el frustrado Carlomagno hasta el suicida Hitler, pasando por el flamenco Carlos Quinto, quien, por azares del destino, llegó a dominar sobre un Estado de cepa esencialmente española “donde no se ponía el sol”. Por eso es que Pedrarias Dávila trató a su Emperador como “Señor del Universo”2. En los ritos de coronación de antaño, téngase en mente la teatral versión napoleónica, intervenían diversos símbolos, como la misma corona, el anillo y frecuentemente el globus, la visualización del globo terráqueo, en una dimensión calcada del imaginario cristiano.

Figuras renacentista como Mercator, Magallanes e incluso un hombre de transición, de nombre Cristóbal Colón, cada uno a su manera, lucharon con un contorno terrestre finito que ellos querían ensanchar, redondear, es decir globalizar. Parten de la cosmovisión anterior, cerrada del lado oriental por las nebulosas que recién Marco Polo había develado, mientras del lado occidental prevalecía la mitología del nec plus ultra: más allá de Gibraltar no hay nada, si acaso la Atlántida. La genialidad de estos grandes, un flamenco, un italiano y un español, fue atreverse a pensar más allá de los esquemas heredados y anquilosados por el mismo catolicismo. Este, contrario a su nombre, no se atrevía a hacerlo. De allí la ruptura que significa el lema de Carlos Quinto: plus oultre, es decir sí, resueltamente, más allá. Bajo su imperio se trazaron los primeros planes de un Canal que atravesaría el istmo centroamericano, para desde esta “cintura del mundo” alcanzar la perspectiva de todo el orbe. Por primera vez, la tierra era, en efecto, un globo, por lo menos en las cabezas pensantes. Y hay quienes consideran el descubrimiento/encubrimiento de América como la primera verdadera mundialización, quinientos años ha. “Mundo hay solo uno” proclamaba ya entonces Garcilaso de la Vega, en una precursora visión de mundo unido por muchas culturas.

Es curioso, por cierto, cómo la búsqueda de lo global conlleva, en un mismo campo semántico, lo total, en el sentido de integral, pero también y por desgracia más de una vez lo totalitario. La creación de vastos conglomerados políticos implica siempre la necesidad de apoyarse en la palabra. Así surgieron, cada vez con visos de expansión absoluta en tiempo y espacio, términos como el “Sacro imperio romano” (de Carlomagno, que de romano tenía bien poco), el imperio español (mucho más que eso), el Commonwealth (versión británica de sueños anteriores), el Soviet (utopía leninista) y el Tercer Reich (publicitado para mil años, pero que felizmente colapsó un poquito antes…). Estos términos suelen ser intraducibles porque, aun nacidos en un lugar y un tiempo determinados y limitados, todos tienen una inherente proyección global y perenne. Pareciera entonces que el término “imperio” conlleva por fuerza su medio hermano de “imperialismo”. Nada nuevo bajo el sol: ¿No decía ya Nebrija que “siempre la lengua fue compañera del imperio”?3.

2.4. ¿Globalización es necesariamente sinónimo de (norte-)americanización? Hoy día, la expansión impositiva que resulta de los medios sobre la base de un patrón cultural “desarrollado” y esencialmente norteamericano, choca con diversas formas de búsqueda de identidad en otras regiones del planeta. Frente al evidente crecimiento a nivel supra-estructural de una red mundial de patrones de información y conducta, cada vez más, en la vieja Bélgica de Decroly como en la Madre Patria, por ejemplo, va tomando auge un substrato compuesto de lengua y patrones culturales heredados sobre una base estrictamente local, en contacto directo con la gente. Felizmente, hay esperanza de que para el inicio del tercer milenio no todo será código de barras y producto mercantil.

En una tendencia que ya Spengler y Huizinga diagnosticaron, después del apogeo del continente europeo, desde la segunda guerra mundial, ahora máxime después de la caída del muro de Berlín y la implosión del imperio soviético, prevalece una presencia omnímoda del modo de pensar, vivir y divertirse made in U.S.A., con un triunfalismo hegemónico a falta de contrincante. Junto con una apertura de mercados y una serie de convenientes aspectos de intercambio más ágil, pareciera que se impone también una peligrosa estandarización de valores en la cultura “universal”, world wide, como la web. El Dios es el negocio, dentro de un modelo que, sobre todo en los países periféricos, parece imponer como sinónimos globalización y americanización. La pax americana es inducida bajo esquemas mentales casi en forma de monopolio por Microsoft y otros productos de Silicon Valley. Tenía razón Mc Luhan, cuando profetizaba el advenimiento de la aldea global, y eso que no conocía todavía al pulpo comunicativo llamado “CNN”. Pero, sin menosprecio, ni mucho menos para esta adquisición de cultura, ¿el American way of life será la única manera de sentir, pensar, vivir…?

La anterior reflexión no es producto de un complejo umbilical europeo, sino pronóstico con miras a una perspectiva planetaria con más de ciento sesenta estados representados en las Naciones Unidas. La temprana voz de Garaudy y sus epígonos señala, desde hace tiempo, que “el occidente es sólo un accidente”. Hagámosle caso, en su advertencia, porque alguien habló también de un peligro amarillo… La presión tecnológica impone una globalización, pero a pesar de su fuerza incalculable, ¿no quedará subyugada al empuje demográfico y a la pobreza creciente entre los que no tienen acceso a ella, en Africa y en América Latina? De ahí la conveniencia de la reflexión, con miras al tercer milenio, acerca de gobernabilidad global, sobre bases multiétnicas y pluriculturales: la diversidad y el respeto de ello, serán objetivos claves, como lo propone la Comisión Carson Trampald4.

3. LA NECESIDAD DE LA GLOBALIZACION INTERNA

Frente a las citadas aplicaciones de globalización política, impuesta y por ende más bien exterior a sus súbditos, varios son también los casos, históricamente hablando, donde esta misma característica abarcadora se manifiesta de manera más bien interna e interiorizada. Me limitaré a reseñar propuestas que tengan que ver con una dimensión educativa, en un antes y después de la figura de Decroly.

3.1. Antecedentes interesantes de Decroly. En este mismo sentido, desde adentro hacia afuera y no al revés, ya iban varios planteamientos antes de Cristo. ¿Qué otra cosa es el aforismo conócete a ti mismo de Sócrates, este excelso educador, sino un llamado a construir una cosmovisión cada vez más abarcadora, pero a partir de la propia interiorización? Igual ocurre con el sentido profundo de la paideia griega, consustancial con los conceptos de polis, política y democracia que se relacionaban en el entorno conocido por Pericles y sus contemporáneos. En la cultura romana, más famosa por lo militar y el derecho, hubo también antecedentes de criticidad frente a la globalización exterior que se estaba llevando a cabo. Cicerón proclamaba “yo soy ciudadano del mundo y conmigo llevo mis pertenencias”5: valioso mensaje, todavía ahora. La verdadera riqueza no está en los bienes materiales sino en lo que se puede llevar, producto del ocio que defendía el gran orador. Por cierto que este término nada tenía que ver con el leisure time o entertainment con que ahora la globalización televisiva, con o sin cable, nos quiere inundar. Se relaciona más bien con el cultivo de la propia personalidad, más allá del negocio, que tampoco significaba únicamente comercio, sino toda forma de ganarse el pan de cada día. Séneca, de la generación posterior, al proclamar que “entre todos los grupos humanos las fronteras dividen a sangre y a fuego y por ende las delimitaciones humanas son ridículas”6, defendía igual que su coterráneo una primera era “global”. ¡Qué mensaje inspirador de tolerancia, ahora que los medios y la falta de distancia nos confrontan con todo!

La Edad Media, no tan oscura como la pintan los ingleses, hasta en el término, implicaba una visión del hombre y Dios, como un todo, una sola globalidad, donde el arte gótico recordaba constantemente el sentido prioritario de la verticalidad, hacia el Cielo, con mayúscula. El latín era la lingua franca más allá de las diferencias locales. Por eso señalan algunos, volvemos a un nuevo Medioevo, esta vez con la uniformización de la imagen como “lengua universal”. El Renacimiento, lejos de ser una ruptura al respecto, sería continuidad pero con un fuerte grado de laicización. Pero se mantiene un mismo sentimiento de pertenencia a un solo conjunto humano, como en Erasmo que recomendaba a un amigo: “Mostrarte patriota provocará alabanzas en algunos y será fácilmente olvidado por los demás; en mi opinión, es más sensato tratar a los hombres y a las cosas como si este mundo fuera la patria común de todos”. Este afán de construcción de la personalidad desde una fortaleza interior, es también la que en esta misma época prevalece en la educación integral, de cuerpo y alma, propuesta por Ignacio de Loyola vía sus Ejercicios espirituales. Después de la labor encomiable, por planetaria, de los franciscanos citados, los jesuitas serían otros internacionalistas de la educación universal, al servicio del Papa.

En épocas posteriores se mantendría el mismo enfoque mundialista e integrador, pero con diversas facetas. En sendas reacciones frente a la crisis en la unicidad de la Iglesia, Shakespeare y Calderón de la Barca coinciden en subrayar el carácter artificial y momentáneo de vida en este único planeta tierra: “the world is a stage”, dice el primero; “el gran teatro del mundo” es la réplica del segundo. Más allá de las distancias y la barrera física y cultural de los Pirineos, concuerdan en un mismo instrumento tragicómico para educar y divertir, binomio que tanto le gustaba también a Decroly. Pero en el autor inglés y el español, como además en su público, prevalece el sentido de globalidad, ligada a lo artificial: todo es pasajero y tránsito hacia una vida más real y eterna. No es de extrañar que para el autor de Hamlet, quien también acuñó aquello de “what’s in a name”, en auténtica reflexión filológica como la que estamos haciendo, su teatro se llamaba “the globe”, es decir, el mundo, y el de La vida es sueño, para conocer las latitudes del imperio del que era portavoz artístico, estuvo en Flandes. Que el teatro sigue siendo un instrumento ideal para concientizar respecto de la triste y no tan cándida evolución del gran teatro del mundo al gran supermercado del mundo, lo acaba de demostrar “Los espectadores”7, de Alberto Ycaza.

Varios han sido los buscadores de métodos interiores en el ascenso hacia la percepción holística: citemos, en el camino, por ejemplo, también a Saint-Simon8 y a Kahlil Gibran, desde formaciones culturales y raíces geográficas muy diferentes. Después de la Revolución industrial surgen otras dos tendencias “globalizadoras” de tipo ya no estético y barroco, como en los dramaturgos citados, sino de corte netamente ideológico. Me refiero por un lado a los cosmopolitas finiseculares y, por otro, al marxismo. La exaltación de la dimensión espiritual es lo que prevalece en el arielismo de Rodó, con una globalización circunscrita a lo latinoamericano, opuesta al norte, como en el gran Darío, en el cual el cosmopolitismo equivalía prácticamente a un afrancesamiento9. En esta misma línea, con una neta inclinación pro-europea, transatlántica, está el mensaje por ejemplo de un Roberto Brenes Mesén (Costa Rica 1874-1947), quien, inspirándose en Schiller, declara “soy ciudadano del mundo; mi patria no tiene nombre; soy compatriota del hombre”. Por último, la lección de Marx, con su proclama de unión del proletariado, es otra versión de propósito también netamente mundialista, sobre una base no precisamente espiritual.

En la actualidad, ciertos educadores estiman que educación y globalización son como el agua y el fuego, irreconciliables. Es la postura de aquella profesora que se preocupa porque “la apertura al libre comercio internacional (permite) la introducción de los libros de texto extranjeros”10. El comportamiento del avestruz no es el mejor recurso didáctico, como tampoco el refugio en un nacionalismo trasnochado. Al respecto, estimo válido el aforismo empresarial, pero que perfectamente se puede aplicar a esquemas educativos, en respuesta a este temor: “think global; act local”. En nuestro enfoque pedagógico mal haríamos en seguir considerando los dos puntos de referencia espacial en términos excluyentes, cuando son complementarios. En tiempos de mundialización inevitable de la información, si no queremos quedarnos con el “cascarón nativo”, serviremos mejor a nuestros educandos con darles sólidas bases locales al mismo tiempo que perspectivas universales. ¿Y si la genial metáfora de Martí, aquella del tronco nuestro y el injerto del mundo, la aplicáramos al campo educativo?

3.2. Ovide Decroly y su método global. Por esos antecedentes y por lo tremendo del impacto para lo que viene, que no se remedia con la técnica del avestruz, tengo para mí que la metodología de la “globalización” prescrita por el Dr. Decroly (1871-1932) mantiene su relevancia y merece una amplia operación de rescate. Aparentemente está relacionada con la globalización económica y mercantil que se está generalizando, sólo por un alcance de nombre. Pero para hacer la confrontación, primero hay que reseñar brevemente en qué consiste, según el pedagogo. Este neurólogo belga se especializó en la terapia de niños anormales, hasta que sus investigaciones llevaron a toda una metodología pedagógica. Entre sus escritos está “La función de globalización en la enseñanza”11. A continuación me voy a basar al máximo en este libro. En la búsqueda de diagnóstico y de tratamiento para niños con problemas, el investigador desembocó en toda una escuela experimental y su método tuvo mucha difusión, a partir de Bélgica, en el resto de Europa y en América Latina. Es la “escuela activa” orientada alrededor de los “centros de interés”. Su método “activo” es esencialmente centrípeto. Parte del educando, el niño, y trata de aprovechar esta chispa de alegría y de ganas de aprender, consustancial con el infante, el cual –nueva revelación de la palabra, por su etimología– no resulta tan mudo como parece, al contrario. Se trata de la socialización del niño, de manera vital, pero para la vida.

Sus investigaciones llevaron a la constatación de que “contrariamente a la teoría clásica de la inducción y la deducción” (p. 7), “en la práctica pedagógica hay procedimientos que entran en contradicción con la teoría clásica” (p. 11). Así, “el esbozo de una solución, la silueta de una realización, la maqueta de un proyecto se presentan primero en conjunto, en una totalidad al espíritu y en realidad es en forma global que la idea trata primero de expresarse” (p. 47). Frente a la necesidad de un nombre para este procedimiento, el autor “propone ‘globalización’, como más amplia que ‘poder sincrético’ y que ‘esquematismo’” (p. 25). Esta actividad globalizadora “se encuentra en estrecha relación con los intereses y las tendencias afectivas” (p. 53) y “establece el puente entre la sensibilidad instintiva y la actividad inteligente superior” (p. 57). Decroly comprueba que la vida síquica no se establece como suma de sensaciones y representaciones aisladas, sino que desde niño el conjunto de percepciones forma estructuras organizadas: es una unidad global.

La repercusión más conocida y todavía colosal de este planteamiento, revolucionario en su tiempo, postula un método ideovisual para el aprendizaje de la lectura. El principio de la globalización, aplicado por Decroly a este aprendizaje y ahora todavía universalmente válido, en vez de iniciar con letras o palabras aisladas, arranca de frases sencillas y muy útiles para el educando. Sólo una vez que éstas estén debidamente relacionadas con el contexto directo, se procede a confrontarlas y analizarlas. Ahora bien, este enfoque dejó además huella permanente en la enseñanza de la lengua materna y lenguas foráneas, por los enfoques situacionales e inmediatos que ahora son moneda corriente, más allá de la metodología tradicional de memorización de listas de vocabulario y reglas gramaticales. Pero en realidad, según el mismo investigador, esta peculiar percepción del entorno es más amplia que la confrontación con el entorno a nivel de idioma y, por ende, puede ser aprovechada en cualquier situación, más allá de lo lingüístico: “este fenómeno de la globalización se encuentra en diversos dominios de la actividad mental. Constituye únicamente un ejemplo particular de aplicación de la ley económica del menor esfuerzo” (p. 8).

Ya en aquellos tiempos, el Doctor y sus numerosos discípulos, tanto nacionales (Boon, Dalheim, …) como internacionales (Cross, Nieto, Caballero, …), aplicaron este enfoque también fuera de lo lingüístico, por lo que se llegó a toda una reestructuración iconoclasta de las “materias”, aisladas y compartimentalizadas. Al partir del hecho real y observable en las clases y al dar énfasis en lo dinámico y participativo, se proponía romper con un enfoque tipo “apartado de correo” del conocimiento, para constituirse en verdaderos precursores de lo que ahora se practica con frecuencia en seminarios participativos y prácticas interdisciplinarias. Es así como (pensando en sus aplicaciones a nivel de enseñanza primaria) “conviene evitar al máximo la perspectiva de las materias aisladas” (p. 50), situando al educando “en la expresión feliz de experiencias de la vida social” (p. 43). De manera que, en la propuesta del neurólogo, se evitan dos escollos modernos: por un lado el especialismo excesivo, y por otro, el mosaico anárquico que ofrecen los actuales medios de comunicación.

4. COMPLEMENTARIEDAD DE GLOBALIZACIONES

La omnipresencia mediática ha cambiado por completo el panorama que conocía Decroly. “L’hermitage”, su aldea educativa en las afuras de Bruselas, se confronta ahora con la aldea planetaria. La tesis esgrimida aquí es que, más allá de tiempos transcurridos y espacios diferentes, el enfoque del maestro mantiene interés. Su método, reinterpretado y aplicado ya no en el aula, sino en la escuela de la vida, sigue tan tremendamente vigente como impactante. En efecto, la globalización actual, que hemos identificado como “exterior”, no excluye sino que necesita su contrapartida “interior”. Eso resulta con mayor fuerza así al aplicar los postulados de Decroly también fuera de la escuela, frente a la ubicuidad y la inmediatez mercantil de los medios, competencia desigual y hasta desleal con la educación formal. “Por la vida y para la vida” era un lema permanente del pedagogo belga. El propugnaba romper lo artificioso de la clase; rompamos ahora también la barrera artificial entre el aula y la calle.

Nos conviene, porque la globalidad que la plaza pública y la pantalla chica ofrecen indudablemente resulta más atractiva. Pero esta ventana al universo sólo tendrá sentido si el perceptor es capaz, si no de asimilar, al menos de estructurar desde su fuero interno lo que le tiran de manera indiscriminada a los ojos y los oídos. En aras de una globalización bien entendida, entonces, ayudemos a los educandos a situar, mínimo en un marco temporal y espacial, lo que perciben y luego –libertad suprema– que no se dejen vencer por la cantidad sino que tengan capacidad selectiva para escuchar, también globalmente, los latidos de su propio corazón y el palpitar de su alma. La globalización impositiva, aquí identificada como “exterior”, resulta fatal si no se compagina con la de tipo interior, que –en la línea revolucionaria de Decroly– implica básicamente catalizar en nuestros educandos la perspectiva natural de percibir en conjuntos, más allá de un cartesianismo analítico. La tarea consistirá simplemente en reforzar esta tendencia en función de valores humanísticos.

¡Viva la globalización electrónica y digital!, pero ésta resultará suicida si, en la línea del precursor belga, no prevalece también una interiorización del entorno, desde el individuo. Ahora, al igual que antes, se trata de mantener y de cultivar el natural espíritu de apertura y de aprendizaje, pero al mismo tiempo de síntesis o de percepción global, más allá de las etapas físicas del crecimiento del niño, del adolescente y, por qué no, del adulto, que no hay edad para mantener un espíritu de aprendizaje. Ya lo decía el citado poeta Virgilio: “uno se cansa de todo, excepto de tratar de comprender”. Concuerdo plenamente con la aseveración de un ensayista reciente que señalaba: “a medida que la globalidad se reconoce en la aldea planetaria, la lengua y la identidad cultural permiten descubrir valores diferenciales de pluralidad y riqueza más allá de la estandarización y la cultura universal del mercado”12. Por lo anterior, el globalismo decroliano de tipo “interior”, no sólo mantiene vigencia, sino que recobra fuerza. Es al mismo tiempo un escudo protector contra tanta invasión inútil y herramienta para la integración selectiva, desde el “yo” personal o el “nosotros” colectivo.

NOTAS

1 Ver diversos diccionarios de latín, como por ejemplo, el Diccionario Manual Español-latín, latín-español de Agustín Blánquez, Barcelona, 1950, y Latijns-Nederlands woordenboek, Aula-Boeken, Amberes, 1959. Para César, ver en los párrafos iniciales de cualquier edición de “De bello galico”.

2 Ver carta desde León, Nicaragua, con fecha 15 de enero de 1529.

3 Ver mi estudio “De Nebrija al anglicismo en América Latina”, Revista Comunicación. Instituto Tecnológico de Costa Rica, vol. 8, Nº 2, dic. 1995, pp. 26-32.

4 Ver al respecto en El desafío de la gobernabilidad global: ¿dominación o integración?, Serie Actos y Debates Legislativos, Asamblea Legislativa de la República de Costa Rica, Nº 25, 1997, 40 pp.

5 Cicerón, Paradoxae. En el caso de este gran orador puede haber intervenido su propia biografía: el exilio y su estadía en Grecia fueron formadores de una conciencia cosmopolita. Por su cosmopolitismo Cicerón era superior a su entorno. Por eso lo mataron.

6 No hay que olvidar que Séneca era representante del estoicismo, que tenía como uno de sus planteamientos el cosmopolitismo.

7 Estrenada en octubre de 1966 en Puerto Rico, la obra opone en permanente dialéctica no sólo la “lógica” teatral en su devenir histórico, sino además la del escenario y el mundo, logrando alta criticidad en el público.

8 El socialismo utópico de Saint-Simon y sus epígonos conllevó incluso que esta filosofía influyera en obras eminentemente políticas e imperiales, como el Canal de Suez y el de Panamá.

9 Ver Rubén Darío y Bélgica: nexos inexplorados, por Víctor Valembois, avance de investigación, ofrecido al Programa de Identidad de la Facultad de Letras, Universidad de Costa Rica, 1996, 26 pp.

10 Reflexión leída en La Prensa, Nicaragua, en el año 1977, por parte de una educadora con funciones de representatividad gremial.

11 La fonction de globalisation dans l’enseignement, ed. Lamertin, Bruselas, 1929, 58 pp. Una traducción española, a cargo de Navarro Madrid, se publicó en la Revista de Pedagogía de Madrid, en 1933.

12 Bernardo Díaz Nosty en “La globalidad como descubrimiento cultural y lingüístico”, en El país, Madrid, 7 de abril de 1997.

 

Universidad de Costa Rica
Escuela de Estudios Generales
Campus Rodrigo Facio
San Pedro de Montes de Oca
San José, Costa Rica

 

5. BIBLIOGRAFIA

DECORDES, V. Le Docteur Decroly et quelques-uns de ses principes éducatifs. Edit. Ermitage, Bruselas, 1947, 2ª ed., 27 pp.

DECROLY, O. La fonction de globalisation dans l’enseignement. Edit. Lamertin, Bruselas, 1929, 58 pp.

DIAZ NOSTY, B. “La globalidad como descubrimiento cultural y lingüístico”, en El país. Madrid, 7 de abril de 1997.

GARCIA PELAYO, M. Los mitos políticos. Alianza Editorial, Madrid, 1981.

GARAUDY, R. Pour un dialogue des civilisations. Edit. Denoel, París, 1977, 233 pp.

JUIF, P. y LEGRAND, L. Grandes orientaciones de la pedagogía contemporánea, Ediciones Narcea, Madrid, 3ª ed. 1988, pp. 398. Ver especialmente el capítulo “Relación entre las disciplins y pedagogí global” (pp. 128-132).

VALEMBOIS, V. Rubén Dario y Bélgica: nexos inexplorados, avance de investigación, ofrecido al Programa de Identidad de la Facultad de Letras, Universidad de Costa Rica, 1996, 26 pp.

AA.VV. El desafío de la gobernabilidad global: ¿dominación o integración?, Serie Actos y Debates Legislativos, Asamblea Legislativa de la República de Costa Rica, Nº 25, 1997, 40 pp.