Revista de Derecho, Vol. XVII, diciembre 2004, pp. 286-287
DOI:
10.4067/S0718-09502004000200015

RECENSIONES

 

Mónica Pérex Rifo y Olly Vega Alvarado: Técnicas argumentativas. Ediciones Universidad Católica de Chile, Santiago, 2003 (149 pp.)

 


 

En un texto de lectura sencilla y amigable, las autoras materializan su afán –enunciado en la introducción– de “proporcionar herramientas linguísticas-discursivas para desarrollar habilidades dialógicas y comunicativas en el estudiante universitario, desarrollando el manejo de la argumentación”.

Aunque la finalidad pedagógica queda de manifiesto en toda la obra –y, particularmente, en la segunda parte de ésta–, las autoras no eluden tratar al inicio del libro la evolución del trinomio dialéctica-retórica-lógica en el marco de la teoría de la argumentación dando cuenta de los distintos matices y reformulaciones de que han sido objeto sus componentes. A través de un breve pero aclaratorio periplo analizan los aportes de los sofistas y de los grandes filósofos griegos para empalmar con la impronta del racionalismo cartesiano y desembocar en los desarrollos contemporáneos de las reflexiones teóricas de la argumentación que introducen –como nota novedosa– aspectos ligados a la psicología y a la sociología.

La primera parte del libro también se dedica a definir los conceptos de argumentación y argumentos, fijar la estructura del texto argumentativo y establecer las distintas formas de razonamiento con especial énfasis en los razonamientos por inducción y por deducción. De la misma manera, se enuncia y explica una tipología de recursos argumentativos que distingue entre recursos argumentativos por explicación, por valores y por coacción, y que, a su vez, se diferencia de los recursos retóricos que son analizados a la luz de los aportes de la nueva retórica y que equivalen, por tanto, a operaciones utilizadas por los sujetos de interacción (argumentador-audiencia) para actuar sobre la opinión del otro o para convencer al destinatario de que adopte un determinado comportamiento.

El estudio de todos estos aspectos está convenientemente acompañado por la reproducción de fragmentos de textos –generalmente noticiosos– que permiten al lector descomponer el discurso en los elementos indicados por las autoras. Esta herramienta pedagógica permite, además, poner en evidencia cómo algunos discursos construidos bajo una apariencia aséptica camuflan razonamientos que no necesariamente se encadenan con sujeción a las reglas de la lógica.

Un problema emparentado con el anterior y al que las autoras dedican extensos pasajes de su obra es el relativo a las falacias. A estos efectos, las autoras se sirven del decálogo básico de toda argumentación propuesto por Lo Cascio, Van Eemeren y Grootendorst, definiendo las falacias como el resultado de la infracción de las mencionadas reglas, es decir, como inferencias no válidas pero cuya forma recuerda a las argumentaciones válidas. Las autoras echan mano de la misma metodología utilizada en los temas precedentes, transcribiendo fragmentos de textos a objeto de ilustrar los distintos tipos de falacias explicados.

La segunda parte de la obra, en cambio, contiene recomendaciones metodológicas dirigidas a los docentes para el tratamiento de las técnicas expuestas en la primera parte. De esta manera, se adjuntan modelos de análisis de textos argumentativos, una batería de ejercicios con sus respectivas soluciones y un corpus de textos argumentativos.

De más está decir que ejercicios de esta naturaleza son especialmente útiles tanto para estudiantes como para docentes. En el primer caso, son especialmente útiles para la formación de los estudiantes de Derecho, porque permiten desarrollar destrezas discursivas indispensables para sostener pretensiones en sede litigiosa. Para el docente, en tanto, porque permiten someter a un test de corrección lógico-discursiva la forma en que se vehiculan los conocimientos en el aula permitiendo, en definitiva, potenciar el lenguaje como herramienta pedagógica. Con todo, la mayor fuerza de este tipo de estudios radica precisamente en el potencial del lenguaje como instrumento social, esto es, en la aptitud de la argumentación como vía de solución de conflictos. En este sentido, hay que decir –citando a Bellenger– que “refutar es un buen ejercicio de relaciones humanas y de experimentación de la tolerancia”.

 

Yanira Zúñiga Añazco