Revista de Derecho, Vol. VI, diciembre 1995, pp. 111-121

ESTUDIOS E INVESTIGACIONES

 

HACIA UNA DEMOCRACIA PARTICIPATIVA. NOTAS SOBRE LA TEORIA ELITISTA DE LA DEMOCRACIA

 

Ana María Silva Jiménez *

* Profesora Auxiliar de Derecho Constitucional, Universidad Austral de Chile.


 

INTRODUCCIÓN

La democracia puede ser analizada y definida desde diversos puntos de vista. Esto no implica, en ningún caso, que haya llegado a ser una palabra vacía de significado; pero es innegable que la visión de los autores que sobre ella han escrito influye su análisis, no tanto desde el punto de vista de los medios -o de la democracia formal- sino más bien desde el punto de vista de los fines, o sea de la deseabilidad de ciertos objetivos.

Según el criterio que asigna un mayor o menor valor a la participación del pueblo en la democracia, se pueden distinguir entre los teóricos dos corrientes. En primer lugar, aquellos que opinan que la democracia debe lograr la mayor participación posible del pueblo. Estos autores han originado la llamada teoría participacionista de la democracia.

La posición contraria sostiene que el rol de la participación popular en la democracia debe limitarse a ser sólo un medio para la generación de los líderes y en todo caso de control, pero no de gestión directa de los asuntos. Estos autores conforman la teoría elitista de la democracia.

En este artículo se pretende exponer y analizar muy brevemente el primer punto de vista, con referencia a los principales autores que lo han defendido y cuáles son sus proyecciones en la vida política. Para conservar la unidad temática hemos agrupado a los autores por su corriente de pensamiento, en vez de seguir un orden meramente cronológico.

En la exposición y el análisis de las ideas que procedemos a exponer ha primado siempre la mayor objetividad posible. Sin perjuicio de esto, advertimos al lector desde ya que nuestra opinión es clara, y no podría ser de otro modo, ya que poco sentido tendría plantear el debate de la democracia participativa si no profesáramos una firme creencia en el valor de la participación del pueblo en la democracia.

Según Carole Patentan1, destacada expositora de la teoría participacionista, la teoría "clásica" de la democracia -la elaborada por los primeros teóricos- contenía en sí la semilla de la máxima participación del pueblo, por la fe que se tenía en el valor educativo de la democracia y permitir paulatinamente la incorporación de nuevos sectores al universo electoral.

Pero ante la amenaza que representó la aparición del totalitarismo -único y fatídico aporte de nuestro siglo a las formas de gobierno- surge la necesidad de asegurar la estabilidad de los sistemas políticos y de revisar la teoría democrática comúnmente aceptada en lo que pudiera ser peligroso para dicha estabilidad. Estamos así ante las motivaciones que dieron origen a la teoría elitista.

El modelo democrático ha sido planteado por los autores que conforman esta corriente como un sistema estrictamente político. Este consistiría sólo en el conjunto de reglas en virtud de las cuales el poder es conferido y ejercido. Se trataría así de un método sin contenido y sin fines.

Entre otros hechos históricos que respaldan el surgimiento de esta posición se contaron: el colapso de la República de Weimar, con sus altos índices de participación ciudadana, en las garras del nacionalsocialismo; el establecimiento de regímenes totalitarios basados en la participación de las masas en el período de postguerra, participación que fue lograda por medio de la intimidación y la coacción. Estos y otros desgraciados acontecimientos hicieron que la tendencia hacia la participación fuera asociada más con el concepto de totalitarismo que con el de democracia.

Estos hechos históricos fueron respaldados, en el plano teórico por el desarrollo de la sociología política en la postguerra, cuyos descubrimientos parecieron confirmar las reservas de los teóricos, en el sentido que el ciudadano ideal en realidad no sólo no existía, sino que muchas veces los ciudadanos presentaban actitudes antidemocráticas o autoritarias. Este fenómeno fue constatado especialmente en los estratos bajos, por lo cual un aumento de la participación -que es tradicionalmente más baja en ese sector-fue visto como peligroso para la estabilidad del sistema2.

El más destacado exponente de esta tendencia, Joseph A. Schumpeter, fue el primero en declarar la necesidad de revisar en este punto la teoría clásica de la democracia. Para él esta necesidad surgía porque la consideraba poco objetiva y no respondía a la realidad de los hechos del proceso democrático. Esta tesis y su fruto fue plasmada en su obra "Capitalismo, Socialismo y Democracia"3 (1943), en la que él propone una nueva teoría y una nueva forma de definir la democracia.

Estas nuevas ideas sirvieron de referencia a una serie de autores que vinieron a engrosar las filas de esta corriente. Entre los más destacados se cuentan dos de los más grandes estudiosos de la democracia de este siglo: Robert Dahl y Giovanni Sartori. Es, por lo tanto, de suma importancia conocer y comprender la teoría de Schumpeter.

Para Schumpeter, el punto de inicio de todo su razonamiento es que la teoría democrática es simplemente un método. El afirma que la democracia es una teoría neutra que no está asociada con ningún ideal o fin particular. Para este autor, el método democrático:

 

"Es aquel sistema institucional para llegar a las decisiones políticas, en el que los individuos adquieren el poder de decidir por medio de una lucha de competencia por el voto del pueblo"4.

El defiende esta idea diciendo que nos da un criterio razonablemente eficiente, por el cual distinguir los gobiernos democráticos de los que no lo son. En esta definición se pone el énfasis en un procedimiento cuya presencia es, en la mayoría de los casos, fácil de distinguir y que nos permite comprobar si existe o no en la realidad. La democracia adquiere así un carácter funcional, nunca constituyendo un fin en sí. Este postulado cambió para siempre el valor de lo que entendemos por democracia.

Esta definición implica desestimar la doctrina clásica5, que se basaba en el concepto de voluntad general y su posterior realización por un grupo de individuos elegidos para llevarla a cabo.

La filosofía de la doctrina clásica puede ser resumida, según las palabras de Schumpeter, de la siguiente forma:

 

"El método democrático es aquel sistema institucional de gestación de las decisiones políticas que realiza el bien común, dejando al pueblo decidir por sí mismo las cuestiones en litigio mediante la elección de los individuos que han de congregarse para llevar a cabo su voluntad"6.

El estar de acuerdo con esta definición implica sostener la existencia de un bien común evidente y definido, del que puede convencerse a cualquier persona por medio de una argumentación racional. La aceptación de este bien común significa también que de él fluirán como lógicas conclusiones las respuestas a todas las cuestiones concretas sobre cómo alcanzarlo.

Es decir, que si se acepta la existencia de este bien común, se debe lograr automáticamente el acuerdo de toda la comunidad sobre todas las medidas y políticas adoptadas o por adoptar. Se hace presente entonces la existencia de una "voluntad común del pueblo", que correspondería exactamente con el bien común.

Así cada miembro de la comunidad, consciente de esta meta que se debe alcanzar, sabiendo lo que quiere y discerniendo lo que es bueno de lo que es malo, toma parte, activa y responsablemente, en el fomento del bien común y todos en conjunto fiscalizan los negocios públicos.

La teoría clásica reconoce en este punto que la dirección de los asuntos públicos requiere aptitudes y técnicas especiales que sólo algunas personas poseen, y por lo tanto deben confiarse a especialistas. Pero éstos actúan simplemente como un medio para llevar a efecto la voluntad del pueblo y no para distorsionarla. Además existen razones de tipo práctico por las que

 

"...Sería más conveniente reservar tan sólo las decisiones más importantes para que se pronuncien sobre ellas los ciudadanos individuales -mediante el referéndum, por ejemplo- y dejar las demás a cargo de una comisión nombrada por ellos, esto es, a una asamblea o parlamento y cuyos miembros se elegirían por sufragio popular"7.

Una vez expuesta la que él considera la esencia de esta teoría de la democracia, Schumpeter procede a refutar sus supuestos básicos.

En primer lugar, él plantea que no existe un bien común en que todos estén de acuerdo, ni tampoco que puedan ser persuadidos de ella por una argumentación racional. Esto porque el "bien común" simplemente tiene diferentes significados para los distintos grupos e individuos.

En segundo lugar, aunque el bien común pudiera ser definido con suficiente precisión, y todos coincidieran en el concepto, no todos estarían de acuerdo en las medidas consideradas adecuadas para implementarlo.

Con estos argumentos, los pilares de la teoría clásica de la democracia se han derrumbado. Como consecuencia, el concepto de la "voluntad del pueblo", que se basaba en la gravitación de todas las voluntades de los individuos hacia un centro -el bien común- se diluye hasta perder todo significado. Como resultado, para Schumpeter:

 

"El hecho es que, en realidad, el pueblo no plantea ni decide las controversias, sino que estas cuestiones, que determinan su destino se plantean y deciden normalmente para el pueblo"8.

Ante este panorama desolador, Schumpeter propone construir una teoría más realista, aunque totalmente diferente. En ella se hace, según sus propias palabras, "un reconocimiento adecuado del hecho vital del caudillaje".

Schumpeter propone que los grupos humanos actúan casi exclusivamente por la aceptación de un liderazgo. Esta teoría no niega, según su autor, el hecho de que sí existen grupos con una voluntad determinada, pero éstos por regla general no actúan directamente sino que permanecen latentes hasta que algún líder político las despierta y los transforma en factores políticos.

La clave del sistema se encuentra en la lucha que estos líderes o caudillos realizan para lograr la adhesión del pueblo. Ello implica que la competencia se realice mediante elecciones libres, por lo que se requiere como condición de operatividad que se garanticen los derechos clásicos de asociación, reunión, expresión, libertad de información, etc.

En principio, todos tienen la libertad para entrar en competencia por el caudillaje político. Esto generará una amplia discusión, protegida por las libertades de expresión y la libertad de prensa. La democracia implica, entonces, un método reconocido por el cual guiarse en esta lucha.

Sin embargo, los votantes no eligen a sus líderes con una mente totalmente abierta9. La elección es restringida por un hecho de la realidad más que por un postulado de la teoría: la existencia de partidos, los que define como "un grupo cuyos miembros se proponen actuar de consuno en la lucha de la competencia por el poder político"10. La existencia de partidos hace que la competencia electoral se centre en las élites de los diferentes partidos políticos.

Estamos aquí ante una situación de especialización de funciones, por lo que la democracia termina siendo el gobierno del político. Este autor nos dice, con toda sinceridad, que hay que reconocer la existencia de un interés profesional claramente determinado en el político individual y de un interés de grupo de la profesión política como tal.

Junto al reconocimiento de los caudillos y las élites se derrumba el mito que asimilaba la voluntad de la mayoría con la "voluntad del pueblo", como postulaba la teoría clásica. Se reconoce en cambio que la voluntad de la mayoría sólo es la voluntad de un grupo, de esa mayoría determinada y que no representa a la comunidad como un todo. Al anularse el concepto de voluntad general, la teoría clásica de la democracia queda "vacía" y los representantes serán libres para tomar las decisiones que ellos estimen convenientes, siendo la base de su poder el haber sido elegidos por el pueblo para ello.

Entre las consecuencias que se obtienen de esta teoría se encuentra en primer lugar que los únicos medios de participación abiertos al ciudadano común serían el sufragio y la libre discusión de sus ideas. Entonces, la democracia "significa tan sólo que el pueblo tiene la oportunidad de aceptar o rechazar los hombres que han de gobernarle"11.

Schumpeter reduce la función del pueblo a esta elección entre las alternativas presentadas, elección que es siempre entre personas y no entre políticas. Este rol limitado asignado al pueblo genera un sentimiento de menor responsabilidad con respecto al ejercicio del poder:

 

"El debilitamiento del sentido de la responsabilidad y la falta de voliciones efectivas explican a su vez esta ignorancia del ciudadano corriente y la falta de juicio en cuestiones de política nacional y extranjera..."12.

La función primaria del voto del elector es producir un gobierno, ya sea directamente o a través de un cuerpo intermedio -como en los regímenes parlamentarios- y no, como implica la doctrina "clásica", garantizar que las materias que deben ser decididas y las políticas adoptadas fueran enmarcadas de acuerdo a la voluntad del pueblo.

Esta función incluye naturalmente la facultad de poder quitarle su apoyo en los momentos de presentarse a la reelección, los que Schumpeter considera como los únicos momentos de fiscalización efectiva.

Se presenta entonces el problema de la calidad de los hombres seleccionados por el método democrático para ocupar las posiciones de liderazgo. Se dice que las cualidades que hacen a un buen candidato no son siempre las mismas que se necesitan una vez estando en el cargo.

Finalmente, con respecto a la eficiencia administrativa de la democracia, este autor reconoce que ella estaría coartada por la pérdida de energía que significa para los líderes la necesidad de adaptar las políticas a las exigencias de la lucha partidaria. Esto los lleva a adoptar una visión de corto plazo y hace muy difícil servir los intereses de largo plazo de la nación.

Entre los que se sumaron a la corriente elitista destaca Robert Dahl. El es uno de los más importantes, prolíficos y esclarecidos autores contemporáneos sobre la democracia. Aunque se inscribe en la corriente del elitismo democrático iniciada por Schumpeter, Dahl difiere de éste en que no cree que exista sólo una teoría "clásica" de la democracia, sino sólo que existen varias "teorías" sobre la democracia.

En "A Preface to Democratic Theory" analiza dos de estos modelos que considera paradigmáticos: la teoría madisoniana, cuyo principal interés es actuar como freno al poder y producir un gobierno limitado, y la teoría populista, que propugna sobre todas las cosas la soberanía del pueblo. Ambas teorías, surgidas durante el siglo pasado para sus particulares circunstancias, son consideradas por este autor como inadecuadas para explicar el fenómeno de la democracia contemporánea.

Dahl elabora una nueva teoría, que ha llamado la "poliarquía", la que podemos caracterizar en una primera aproximación como el "gobierno de las múltiples minorías". El sostiene que este enfoque se ajusta mejor a una moderna teoría de la democracia. Las consecuencias que ella tiene para el problema de la participación no son indiferentes, y deberán ser examinadas con alguna atención.

Dahl ha elaborado un listado de las características definitorias de una democracia y éstas, siguiendo la argumentación de Schumpeter de que la democracia es un método político, son "arreglos institucionales" que se centran en el proceso electoral13. Las elecciones son consideradas centrales al método democrático porque ellas proporcionan el mecanismo a través del cual puede desarrollarse el control de los líderes por los no-líderes.

Para este autor,

 

"la teoría democrática se relaciona con los procesos por medio de los cuales los ciudadanos comunes ejercen un grado relativo de control sobre los dirigentes"14.

Sin embargo, afirma que no se debe dar a esta noción de control un énfasis mayor del que puede tener en la realidad. Por lo tanto, plantea que es más bien del otro lado del proceso electoral del que depende el control, es decir, de la competencia de los líderes por los votos del electorado. Esto va un paso más allá de las consecuencias de la teoría schumpeteriana.

Dahl comparte con Schumpeter la distinción entre élites gobernantes y pueblo gobernado. Sin embargo, para él, en la sociedad existe una poliarquía15, es decir, en la sociedad democrática no existe una sola élite gobernando, sino que existe una pluralidad de ellas que compiten por ser la alternativa preferida.

Esta competencia entre las élites garantiza la existencia de la democracia, puesto que ellas se controlan entre sí al luchar por el voto del pueblo. Al pueblo le queda la prerrogativa de quitar su apoyo a un líder o grupo de ellos, para dárselo a otro. Este simple expediente asegura que, en general, las demandas de los electores sean consideradas, haciendo que los líderes sean relativamente sensibles a las peticiones y demandas de los no-líderes.

Aquí radica el valor de un sistema democrático, es decir poliárquico, porque hace posible una extensión del número, tamaño y diversidad de las minorías que pueden llevar su influencia a pesar en las decisiones políticas16.

El problema de la igualdad también se soluciona a través de esta teoría17 por la existencia del sufragio universal, que expresa su sanción a través de la competencia electoral por el voto y además a través de la igualdad de oportunidad de acceso para influir a quienes adoptan las decisiones mediante procesos interelectorales, por medio de los cuales estos grupos hacen oír sus demandas. Las autoridades escuchan a estos grupos porque temen sufrir alguna consecuencia importante, como la pérdida del apoyo, si no aplacan estas demandas18.

Finalmente Dahl vuelve a poner énfasis en el aspecto elitista de su teoría, al proponer un argumento sobre los posibles peligros inherentes a un aumento de la participación por parte del ciudadano común. Un cierto nivel de actividad política y participación es un prerrequisito de la poliarquía, pero para lograrla se requiere una correlación de factores muy compleja. Aún más, para mantener la poliarquía alcanzada, las variables deben mantenerse constantes. Estos factores han sido estudiados por Dahl, pero nosotros analizaremos sólo el valor asignado a la participación.

Es sabido que los grupos socioeconómicos más bajos son los menos activos desde el punto de vista político, y que es también en estos grupos donde las tendencias autoritarias se encuentran con más frecuencia.

Por lo tanto, un aumento de la actividad política que llevara a estos grupos a participar intensamente en la arena política podría provocar una declinación en el consenso sobre las normas fundamentales y consecuentemente hacer declinar el grado de poliarquía existente. De aquí que un aumento del nivel de participación existente pudiera ser peligroso para la estabilidad del sistema democrático19.

Giovanni Sartori ha sido incluido dentro de la corriente del elitismo democrático porque él reconoce que la función del pueblo en la democracia consiste en manifestar su opinión en las elecciones para elegir los líderes que habrán de gobernarle y no para gobernarse a sí mismo, lo que es visto como un imposible20.

Para este autor la democracia es

 

"Un sistema político en el cual el pueblo ejerce el poder hasta el punto en que tiene facultad para cambiar a sus gobernantes, pero no hasta el punto de gobernarse a sí mismo"21.

Este pensamiento fue expresado especialmente en su "Aspectos de la Democracia", considerada una de las obras más importantes de la teoría democrática actual. De esta obra Carol Pateman expresa que es una de las más extremas versiones de la revisión de anteriores teorías de la democracia22.

Sartori nos revela que una brecha totalmente insalvable se ha formado entre la teoría "clásica" y la realidad. Esto explica el descrédito en que ha caído la democracia en la visión del hombre común.

 

"La ingratitud típica del hombre de nuestra época y su desilusión por la democracia son reacciones ante el ofrecimiento de una meta que no es posible alcanzar"23.

Respecto al verdadero alcance del poder del pueblo en una democracia actual este autor sostiene:

 

"Hay poderes y poderes, y en este proceso el demos ejerce un poder de control y/o presión que equivale a un conjunto de vetos y demandas básicas que afectan a quienes gobiernan. Pero aunque el pueblo imponga condiciones a quienes gobiernan, no gobierna por sí mismo

(...)

aunque el ideal requeriría una democracia gobernante, la observación del mundo real demuestra que lo que en efecto tenemos es una democracia gobernada"24.

Para este autor lo que existe en la actualidad es una democracia electoral. Este autor se pregunta:

 

"¿Cuándo encontramos el demos en el acto o papel de gobernante? La respuesta es fácil: durante las elecciones.

(...)

Las elecciones son la única ocasión en que las expresiones individuales de voluntad se toman en cuenta"25.

Como él mismo lo expresa en forma sintética, las elecciones no sirven para elaborar políticas, sino más bien para determinar quiénes serán los que decidan los asuntos26.

Básicamente, Sartori recoge y continúa con la teoría de Dahl, considerando a la democracia como una poliarquía, pero poniendo el énfasis en que en una democracia no son sólo las minorías las que gobiernan sino élites que compiten entre sí. Además plantea que la existencia de élites gobernantes en toda sociedad es un hecho, y que como tal no está por sí mismo ni en pro ni en contra de la democracia.

Define y defiende el término "élite", que significa "digno de escogerse" y considera que el término elitismo le ha dado en la actualidad una connotación peyorativa27. Al hablar de "minoría" se refiere a grupos que ejercen una influencia decisiva en el proceso de formar opiniones28.

Las minorías tratan de moldear las opiniones y obtener la adhesión de la mayoría, la que es en último término la que decide qué minoría es la que gana. En este respecto, el gobierno democrático puede definirse como un sistema en que la mayoría designa y apoya a la minoría que gobierna. Para Sartori, la verdad es que las democracias dependen de la calidad de su liderato.

Para Sartori la función de las elecciones no es hacer que una democracia sea más democrática, sino simplemente permitir que ésta funcione como tal. El admitir las elecciones dentro del sistema significa aminorar la democracia, porque se comprende que el sistema no puede ser operado por el demos mismo. Queda claro entonces que el propósito de las elecciones es seleccionar el liderato y no agrandar la democracia29.

La democracia es para Sartori a la vez una realidad y un ideal. Este ideal nos lleva a perfeccionar la realidad más y más allá para lograr alcanzarlo, lo que se plantea desde luego como una empresa imposible de alcanzar. Para Sartori en esto hay un gran peligro encerrado, pues en tanto se luce por establecer una democracia, el ideal juega un importante rol. Sin embargo, una vez que se ha establecido un sistema democrático, el ideal debe ceder paso a la realidad y entonces minimizarse, porque si se busca su maximización indefinida se puede llegar a destruir el sistema. Esto se explica porque el ideal democrático es un principio igualador que torna insostenible el verdadero problema de las democracias, esto es, cómo atribuir y justificar la autoridad y el liderazgo30, en un sistema donde todos son iguales y quieren serlo más y más.

Para este autor, los verdaderos problemas de la democracia hoy no son estar en guardia contra la aristocracia, como lo era en el pasado, sino contra la mediocridad y el peligro de destruir a sus propios líderes, reemplazándolos por contraelites antidemocráticas31. Este es el verdadero temor que Sartori tiene al aumento de la participación política.

CRÍTICA DE LA TEORÍA ELITISTA

La teoría elitista se desarrolla a partir de ciertos hechos históricos, que pusieron en peligro la estabilidad de la democracia. Era lógico entonces criticar la teoría democrática hasta entonces vigente, la que se llamó clásica -que en realidad es una elaboración de autores elitistas sobre las doctrinas de muy diferentes autores clásicos- por considerarla utópica y poco científica, además de hacer notoria su inadecuación a los hechos del proceso político real. Se llegó a la conclusión que esta teoría no servía más y que había por lo tanto que reemplazarla. La nueva teoría elitista no está sin embargo exenta de reparos, porque en su búsqueda de un mayor realismo los revisionistas han terminado por cambiar fundamentalmente el significado normativo o ideal de la democracia.

La forma de legitimación política esencial para los elitistas está dada por las elecciones y la selección de líderes. No se considera importante el grado de participación del pueblo en la toma de decisiones. La participación y la igualdad son para los elitistas elementos de segundo o tercer orden dentro de su modelo democrático, presentando, en general, todos ellos en menosprecio o escepticismo frente a los mecanismos de democracia directa32.

Entre los autores de la corriente del elitismo democrático se sostiene como premisa irrefutable que la democracia representativa es la única posible. El sistema representativo se transforma así en el corazón de la democracia. La democracia se concibe entonces en términos procedimentales. Es vista sólo como un método para obtener decisiones políticas que asegura la eficiencia de la administración y que a la vez es sensible en cierta medida a la opinión pública.

El ciudadano común posee una cierta cuota de poder político porque tiene el derecho de votar en las elecciones periódicas, si es que decide hacerlo. Pero en ningún caso serán ellos los iniciadores de políticas. Por el contrario, las élites buscarán anticiparse a sus opiniones para elaborar las políticas públicas. Para Bachrach esta es sin duda una relación ambigua, puesto que muchos líderes auténticamente crean opinión más que responder a las opiniones de los ciudadanos33.

Consecuente con su principio, esta teoría es esencialmente formalista al buscar los requisitos que se requieren para su funcionamiento, los que difieren fundamentalmente de los de la teoría clásica, en que era esencial el acuerdo básico entre sus miembros34.

La preocupación de los autores de la corriente elitista se centra entonces sólo en el método político, que se puede resumir en los siguientes requisitos: que los ciudadanos puedan elegir libremente entre las élites políticas que compiten por el poder, el gobierno de las mayorías, el respeto de las minorías, la posibilidad de la alternancia entre las élites en la ocupación del poder, las libertades políticas, etc. Estas son coincidentes con las normas planteadas por Bobbio y otros autores como definición mínima o formal de la democracia35.

Así queda claramente establecido que en la teoría elitista los ciudadanos participan en la selección de las élites que ocuparán el poder, pero ellos no deciden directamente ni controlan efectivamente la actividad de los gobernantes, el pueblo pierde los beneficios de la decisión directa y enajena su capacidad de autodeterminación36.

El sistema político se divide entonces entre la élite, que posee un compromiso ideológico y habilidades manipulativas, y la ciudadanía, quienes serían como "arcilla apolítica" al decir de Dahl37, porque tienen tan poco conocimiento de los negocios públicos como interés en ellos38.

Aplicando estos criterios se llega a un resultado tan restrictivo que lo que diferenciaría un sistema democrático de uno autoritario sería sólo la existencia de una competencia pacífica entre los miembros de la élite para ocupar los cargos formales de poder dentro del sistema39.

Es central en esta teoría la creencia básica de la inadecuación del ciudadano medio. Como consecuencia de esto, los sistemas democráticos deben depender de la sabiduría y habilidades de sus líderes políticos, no de la población en general.

Esto lo ha expresado claramente Giovanni Sartori: "La verdad es que las democracias dependen de la calidad de su liderato"40.

Estas palabras reflejan el sentir generalizado de esta corriente, en que se nota una gran desconfianza hacia el hombre común, minimizando su participación y desconociendo su importancia para el pleno desarrollo de la persona humana, otorgando a su vez mayor jerarquía a la búsqueda de la estabilidad y eficacia, centrando su preocupación en la gobernabilidad del sistema, dejando en un segundo plano el problema de la participación en la toma de decisiones y en los resultados de ellas41.

Para el propio Schumpeter su teoría es una interpretación satisfactoria de los hechos del proceso democrático42.

Para nosotros, en cambio, cuando el modelo de Schumpeter es tomado no como una teoría normativa sino como un análisis de la forma en que operan muchas democracias contemporáneas, es un punto de partida útil para evaluar qué sucede con la democracia actual y sus limitaciones, para averiguar, en definitiva, qué está funcionando mal en ella.

La teoría elitista no es, por lo tanto, errada en sí. Pero existe un gran peligro en elevar la teoría schumpeteriana a un ideal: que se subestima grandemente la necesidad de vigilar a los detentadores del poder, incluso cuando ellos son elegidos democráticamente. Esto que tiende a desincentivar y hacer decaer la participación ciudadana, llegando al punto por demás peligroso en que los líderes sean antidemocráticos, llevando al pueblo a la dictadura y a la tiranía.

Porque la democracia, a pesar de los líderes y las minorías, sigue significando el gobierno del pueblo, y no sólo el gobierno para el pueblo. Y la historia nos ha enseñado que la única forma de garantizar que un gobierno sea para el pueblo y se mantenga así es a través del gobierno, intervención y control del mismo pueblo. No se ha encontrado aún otra forma, por lo tanto hay que seguir perfeccionando los mecanismos de la democracia en el mismo camino y espíritu en que fueron creados, y no subvertir su significado original.

NOTAS

1 CAROL PATEMAN: Participation and Democratic Theory, Cambridge University Press, London, 1970, 122 págs., pp. 1-3.

2 Ibíd., p. 3.

3 J.A. SCHUMPETER: Capitalism, Socialista and Democracy, Harper Torchbooks, N.Y., 3a edición, 1950, 431 pp.

4 J.A. SCHUMPETER: Capitalismo, Socialismo y Democracia, Ed. Aguilar, México, 1963, 512 pp., p. 343.

5 Con este término nombra Schumpeter su propia elaboración sobre las teorías de los teóricos clásicos de la democracia (Rousseau, J.S. Mili, Locke, Montesquieu, etc.).

6 J.A. SCHUMPETER, ob. cit., p. 317.

7 Ibíd., p. 322.

8 Ibíd., p. 338. Enfasis añadido.

9 J. A. SCHUMPETER: ob. cit., p. 282.

10 Ibíd., p. 359.

11 Ibíd., p. 362.

12 J.A. SCHUMPETER, ob. cit., p. 335.

13 ROBERT DAHL: Un prefacio a la Teoría Democrática, Ediciones Gernika, México, 1987, 197 pp. Apéndice del Capítulo 3o, p. 110.

14 Ibíd., p. 11. Enfasis añadido.

15 ROBERT DAHL: Poliarchy, Yale University Press, 1971. Ver: FERNÁNDEZ, GONZALO y FOXLEY, FELIPE: "Elitismo y participación en la Teoría Democrática", Revista de Estudios Sociales (9): 17-45, septiembre 1976.

16 ROBERT DAHL, 1956, citado por Pateman, Carole: pp. 133-134.

17 Ibíd, p. 84.

18 Ibíd, p. 145.

19 Ibíd., Apéndice el Capítulo 3o, letra E, p. 119.

20 GIOVANNI SARTORI, Aspectos de la Democracia, Ed. Limusa-Wiley, México, 1965, 475 pp., p. 121.

21 Ibíd., p. 79.

22 PATEMAN, ob. cit., p. 10.

23 SARTORI, ob. cit., p. 68.

24 Ibíd.,p. 79.

25 Ibíd., p. 86.

26 SARTORI, GIOVANNI, The Theory of Democracy Revisited, Catham House Publishers, Catham, New Jersey, 1987, 2 volúmenes, p. 108.

27 GIOVANNI SARTORI, Aspectos de la Democracia, ob. cit., 1965, pp. 121-122.

28 Ibíd., p. 126.

29 GIOVANNI SARTORI, ob. cit., p. 120.

30 G. SARTORI, Aspects of Democracy, pp. 65 y 96, citado por Pateman.

31 Ibíd.,p. 119.

32 HUMBERTO NOOUEIRA, Teoría y Práctica Democrática, Editorial Andante, Santiago de Chile, 1986, p. 64.

33 JACK L. WALKER, "A Critique of the Elitist Theory of Democracy", American Poliücal Science Review, vol. LX (2): 285-295, june 1966.

34 Ibíd.

35 Ver Capítulo I, 3.

36 H. NOGUEIRA, loc. Cit.

37 R. DAHL: Who Governs? p. 227. Citado por Walker.

38 J.L. WALKER, loc. cit.

39 Ibíd.

40 G. SARTORI: Aspectos de la democracia, ob. cit., p. 126.

41 J.L. WALKER, ob. cit. Ver: BACHRACH, PETER: The Theory of Democratic Elitism. Little Brown, 1967. Hay versión en español.

42 G. SARTORI, ob. cit., p. 284.