Revista de Derecho, Nº Especial, agosto 1998, pp. 194-198

RECENSIONES

 

Pietro Barcellona, El individualismo propietario, Editorial Trotta, España

 


 

En este libro, que si bien no tiene una relación directa con el tema del medio ambiente que es objeto de esta publicación, igualmente podemos encontrar explicaciones de raigambre filosofica para los conflictos que se suscitan, así como para la violencia que impera en la sociedad y para la crisis de insatisfacción personal y colectiva de hoy.

Aunque complejo en su lenguaje, y por el hecho de requerir el dominio previo de ciertas posiciones del pensamiento actual, es recomendable para quienes sientan inquietud por retomar debates filosóficos que en nuestros días parecen superados, por cuanto el autor desarma la estructura sociológica y económica en que se basan nuestra sociedad actual y nuestro Derecho. Sorprende descubrir la crisis que el autor encuentra a partir del principio de la igualdad, tan firmemente asentado en nuestros ordenamientos jurídicos, y que en su opinión se traduce en desigualdad de hecho.

El interés que despierta la obra radica en la forma decidida y diferente de enfrentar la controversia, rechazando la tendencia actual de considerar todas las posiciones iguales, lo que finalmente niega el verdadero debate.

Es interesante añadir que el autor, en libros anteriores, adhirió a la tesis del uso alternativo del derecho, de amplio desarrollo en Italia y más tarde en España, y que se puede sintetizar en rechazar la visión técnica del jurista dogmático, sosteniendo que su función es inevitablemente ideológica y política.

El hilo conductor de este libro es una revisión de la historia de la ideología moderna en busca de una explicación de su supuesto triunfo y de su desastroso resultado. Para ello toma la idea de sujeto para verificar que la teoría moderna de la subjetividad conduce irremediablemente a la negación del individuo.

El punto de partida del autor es sostener que estamos ante una crisis de la modernidad, que reconoce los derechos del hombre como superiores al Estado, pero sin definir su contenido ni su titular. Según Barcellona. el intento de controlar el azar por medio del Derecho logró suprimirlo, surgiendo el problema de la positividad del Derecho que no logra revestirse de racionalidad objetiva, universal y pacificadora, en que la desviación y la violencia se vuelven sobre el sistema amenazando su continuidad. El Derecho positivo presupone que la justicia es inalcanzable, pero debe afirmarse en ella como la única forma de pacificación posible y esta misma paradoja alcanza a la norma jurídica y al Estado de Derecho y se traduce en el fin de la historia, pues defendiendo la libertad se niega la libertad de producir cambios.

Finalmente sostiene que el individuo deja la dependencia de vínculos de estratificación (clases y castas) pero su autonomía la subordina al sistema económico. Las relaciones humanas cambian por relaciones de intercambio, con la noción de valor de cambio. Nace así el concepto de propiedad privada, poseer cosas, transformarlas y consumirlas, regulando todo el funcionamiento de la sociedad y de las relaciones humanas.

En el primer capítulo, acerca del sujeto moderno y el orden jurídico, el autor se refiere a la Teoría Pura del Derecho, de Kelsen, decisivo en el pensamiento jurídico moderno, respecto a la exclusión de las hipótesis del gobierno por la fuerza y la comunidad homogénea de identidad de valores, que se traduce en ver al Derecho como instrumento de control social fundado en mecanismos formales y automáticos, no en la coacción personal.

Imputa el divorcio entre Derecho y justicia a este intento de unidad, que la norma se separe de la verdad no absoluta ni vinculante, y ante su falta de fundamento metafísico no queda más que recurrir a legitimarla en acuerdos contractuales y pactos sociales entre individuos. Es interesante descubrir que este divorcio entre Derecho y justicia se relaciona directamente con la noción de tecnología como saber hipotético y provisional, negación de verdades absolutas y definitivas. En este caos, cada individuo tiene una autonomía extrema que se traduce en el principio de igualdad de derechos para todos, que en opinión del autor es el fundamento del capitalismo propugnado por la burguesía.

En este capítulo el autor esboza el concepto de valor de cambio en lugar del valor de uso, como fuente de toda la crisis descrita y que se traduce especialmente en la mercantilización de las relaciones personales, que él ha denominado posmodernidad, en que es esencial la ruptura con el pasado. Dentro de este mismo concepto, el autor analiza la idea de mercado y de trabajo, entendiendo que el primero supone la disolución de los vínculos personales, y en el segundo aparece una transformación de la coacción a trabajar como efecto de la dependencia política y social a una coacción de tipo económica.

Es aquí donde surge el principal fundamento del sistema posmoderno y también la principal critica del autor, que es la necesaria separación de economía y política, en dos esferas diferentes que permiten sostener el principio de la igualdad. Surge la gran paradoja a la cual dedica el libro, y que más adelante desarrollaré: la individualidad es presupuesto del sistema, que a su vez se pone sobre el propio individuo. El Derecho se sostiene sobre los individuos, pero son sujetos de derecho porque este los reconoce como tales. Un individuo limitado por la pobreza, por sus instintos y por sus propias necesidades es jurídicamente libre y formalmente igual a cualquier otro sujeto. Sólo puede gozar de una libertad sin contenido, calificando al sujeto jurídico como sujeto abstractamente propietario.

En el capítulo segundo, acerca de la igualdad y democracia en la dialéctica de la modernidad, el autor desarrolla, en forma reiterativa, su postulado de que el principio de igualdad, constitutivo del individualismo y del Derecho moderno, tiene como función mediar en la división del mundo en las esferas política y económica.

Desarrolla entonces los conceptos de paradoja de la ley, y paradoja de la igualdad. La primera consiste en que mientras más poder exprese la norma en casos particulares, más pierde su universalidad y evidencia su falta de fundamento; mientras que en la segunda todos los hombres pueden ser tratados igual, porque son iguales y son iguales porque pueden ser tratados de la misma manera, siendo fundamento y objetivo, haciendo visible la iniquidad del tratamiento igual a situaciones diversas.

El Derecho en forma pura, como regla del juego, logra la coexistencia de unidad y diversidad, pero el precio es la división del sujeto y de la sociedad en dos esferas: la privada o económica y la pública o política. En este concepto concibe al Estado como único responsable de controlar a los individuos; pero no de dirigir la sociedad civil ni el mercado, quienes deben alcanzar sus fines por sí mismos.

Expone además su adhesión política al Estado comunista como alternativa a esta crisis, pues reabre el debate, el retorno de los vínculos comunitarios, la necesidad de igualar las condiciones de vida, etc.; postura que sin embargo no está exenta de críticas.

Dentro del enfoque político de la paradoja planteada, desarrolla la necesidad de la igual distribución del poder y la participación de todos en las decisiones, estallando entonces la cuestión democrática, que pretende decidir la organización de la sociedad, fundamentado en pretensiones de justicia social y equidad. El principio de la igualdad se traduce en el pluralismo, negando la distinción entre esfera política y económica, que lleva nuevamente a una contradicción, a la falta de fundamento del sistema, surgiendo como límite los derechos fundamentales, los procedimientos de producción de normas, la representación, etc.

Para conservar el Estado de Derecho y la democracia debe liberársela de presupuestos de la antropología individualista que asume al hombre como centro de proyección del orden social, surgiendo la teoría sistémica de Luhmann, que desarrolla ampliamente a lo largo del libro y que es necesario dominar para entender posteriormente las críticas que le hace. Esta consiste esencialmente en proponer la pareja de sistema-ambiente, donde ambiente es todo lo externo al sistema, para luego distinguir entre sistema y subsistema, estrategia de diferenciación para resolver y reducir la complejidad del ambiente.

La lógica sistémica es inatacable desde el punto de vista de la justicia o los derechos fundamentales, pues no son su problema, no necesita fundar nada sino funcionar, y por ello el autor plantea la crítica a esta teoría desde el plano fenomenológico y lógico-histórico.

En el capítulo tercero, sobre la metamorfosis del sujeto y el principio propietario, el autor se esfuerza por relacionar el individualismo con la idea de sujeto propietario. Describe la crisis de la modernidad como el proceso de debilitación del individuo, en la época en que parece respetarse la libertad y los derechos humanos.

Entendiendo que históricamente el sujeto se ha identificado por una cualidad, en esta época sería la de propietario, principio de organización del sistema propietario, que transforma la propiedad en objeto disponible y reproducible, llegando a su máxima generalización al sostener que todos los hombres pueden identificarse a partir de su relación con la cosa, y son formalmente iguales en su capacidad de entrar en relación con la cosa.

En directa alusión a su posición política, señala que el fracaso de la izquierda en este sentido se explica por querer cambiar el valor de cambio por el valor de uso, en una época en que ya no es posible, pues no consigue detener los efectos sociales útiles de los distintos objetos de uso y relacionarlos con la cantidad de trabajo necesario para producirlos.

La teoría de los sistemas mencionada, refleja la sociedad moderna agresiva y violenta, y la pregunta es si estas tensiones pueden explicarse sólo como desviación accidental, o si el sistema realmente permite expresar necesidades y aspiraciones individuales y colectivas.

Es interesante la mención de la tesis de Laborit. que afirma que la estructura de dominación expresada por el Estado moderno responde a la lógica de la propiedad unida a la información técnico-profesional, la posición que ella genera y el logro de un nivel mayor de abstracción como el modo más eficaz de dominar la naturaleza y a los demás sujetos.

Destaca la posición del autor en cuanto a la relación entre economía de mercado y política, pues sostiene que esta no es resultado espontáneo y natural de la evolución, sino impuesta y mantenida políticamente, asimismo la autonomía de la esfera económica. Su nacimiento depende de la coerción político-jurídica del Estado y de la clase de los propietarios: la burguesía, y necesita continuamente ser garantizada e impuesta por el sistema político. La lógica consecuencia de lo anterior es que a quienes el mercado excluye necesitan que alguien se haga cargo de su supervivencia, debiendo decidir entre la solidaridad social o la administración pública. Surge así la paradoja de que la autonomía de lo económico exige a la política y al Estado que intervengan, no sólo para quienes no participan del mercado, sino también para ciertas actividades que quedan fuera de él, como salud, educación, medio ambiente, investigación científica, etc. La esfera política entonces se encuentra con la tarea de cuidar el orden social para mantener la supremacía de la economía de mercado, recabando los recursos necesarios para el funcionamiento de la sociedad y ofreciendo a cambio servicios necesarios para el funcionamiento del mercado.

La relación entre autonomía de lo económico y principio propietario es que el libre mercado supone necesariamente la propiedad privada de los medios de producción, presupuesto de la autonomía de lo económico, es decir, presupone que exista propiedad privada para fundar la libre propiedad. Este fundamento paradójico también lo es del Derecho positivo, pues la relación entre propiedad y mercado es estrecha pero contradictoria, originando conflictos que requieren la mediación del Derecho.

Resulta atrayente relacionar la autonomía de lo económico con los cambios en el pensamiento, pues para el autor existe una profunda relación entre teoría del lenguaje, teoría de la representación y concepción del orden social. La autonomía de lo económico coincide con la desaparición del hombre del saber occidental, que también se refleja en lo social. Así, durante el siglo XVII el sistema clasista privilegia el origen o nacimiento, luego la burguesía se esfuerza por sustituirlo por el mérito personal. En la lógica moderna, ser sujeto significa ser capaz de poseer el objeto mediante su representación y manipulación, el derecho personal es esencialmente el derecho a las cosas.

En el último capítulo acerca de la transición del individualismo propietario al individualismo de masas, el autor, explicando la gran cantidad de estatutos que regulan la vida del hombre actual, reconoce que se encuentra frente a muchas reglas que inciden en las esferas más privadas de su vida, y la sociedad aparentemente responde a cualquier necesidad por medio de una de sus instituciones. Aquí encontramos la verdadera crisis del Estado que, aunque ramificado e introducido en la vida civil, cada vez es menos capaz de ser Estado, alcanzando niveles crecientes de complejidad, controlando todos los imprevistos, pero negando el principal: la revolución. Esta parece ser, ajuicio del autor, la explicación de la extinción de la imaginación y de la noción de futuro, dramas actuales.

La contradicción entre difusión y desaparición del sujeto es aparente, pues entre el individualismo originario del derecho de propiedad privada y el individualismo de masas del hombre narcisista orientado a satisfacer sus propios deseos existe una relación de continuidad. La propiedad moderna asumió la forma del rol social, del puesto profesional, etc., y la imagen liberal de la individualidad ha sido sustituida por la propiedad de los objetos de consumo, transformando la libertad individual en libertad de elección entre objetos a consumir. El individualismo moderno es individualismo de consumo.

Surge entonces la cuestión de dónde situar el trabajo en la moderna organización económica, y se piensa en él como objeto de intercambio, la libertad del sujeto de disponer de sí mismo. La libertad se extiende al trabajo y su propia disponibilidad, permitiendo al hombre ceder como cosa su propia energía y vida. Este es el artificio y la paradoja: la vida y el trabajo humano se convierten en objeto de relaciones mercantiles, ejercicio de la propia libertad individual, contradicción entre individuo libre y sujeto obligado.

Todo este razonamiento no sería posible sin un ordenamiento jurídico. La operación actual en el mundo es construir un sistema económico que incorpore totalmente el saber, reduciendo la ciencia a la tecnología y dando una respuesta económica a todos los problemas, independiente del mundo social y político.

Luego de constatar esta realidad el autor concluye, más que con una alternativa de solución, con señalar la necesidad de recuperar la concepción de un nuevo orden y el camino debe ser la invención de un juego distinto al del mercado, que permita una nueva forma de subjetividad y de objetividad. Incluso reconoce que el comunismo como ideología no es tampoco la solución al problema, pues si bien ha contribuido a difundir el bienestar, se ha homologado cada vez más con la lógica del consumo de masas. Reconoce, y aquí quizás encontremos una relación con la problemática del medio ambiente, que hace falta superar los actuales discursos políticos y proponer el tema de la calidad de vida como elemento estructural de un nuevo sistema, que asuma el sufrimiento humano y la miseria de las relaciones personales de hoy.

Al finalizar la lectura queda la impresión de estar comenzando a reconocer esta gran crisis de la modernidad, tanto jurídica como política, a través de una crítica devastadora a las actuales concepciones filosóficas que lo fundamentan, pero también queda la impresión de que el autor no plantea una alternativa de solución para lo que está criticando tan fervientemente. Lo anterior sin embargo me merece dos reflexiones: que su intención es precisamente esa, es decir, que sea el propio lector quien sienta la inquietud por idear una posible salida a la crisis, y en segundo lugar que es necesario seguir leyendo al autor en su evolución posterior, tal como lo recomienda el presentador de este libro, don Mariano Maresca.

 

Ximena Cristina Benin Pugin