¿HABITAR CASAS O ACAMPAR? / HAUSEN ODER ZELTEN?
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Abstract
Nos hemos reunido aquí en el granero (Kornhaus), para reflexionar sobre el nomadismo en contraposición a la sedentariedad. Esto es bastante peculiar: a saber, el que hagamos esto precisamente en un granero, osea, allí donde la sedentariedad tiene su sede. Mi contribución ha de tratar, por tanto, antes y después, del granero. Con este fin les pido que se trasladen a los Jardines de Babilonia en los cuales alguna vez estuvimos sentados y lloramos y en cuyos sauces colgamos nuestras liras. En verdad ¿por que' llorábamos? Porque para nuestro pesar, teníamos que asentarnos en un granero (de las liras hablaré más tarde). El salmo aquí mencionado alude, en efecto, que habríamos tenido otros motivos para llorar pero los arqueólogos nos han enseñado algo mejor. Llorábamos, porque habíamos sido expulsados de la antigua edad de piedra a la nueva edad de piedra, de las estepas al fango de los ríos, de la noble cacería de los mamuts y los bisontes al esclavizante escarbar por tallos, de la libertad al masticar. Llorábamos porque estábamos cumpliendo la condena de esperar sentados, en el granero, el lapso de tiempo entre la siembra y la cosecha, por lo tanto, en habitar en casas. Les pedí trasladarse a esta próspera medialuna para volver a vivenciar que el granero es una correccional y que la sedentariedad significa cumplir la pena que ha caído sobre nosotros y a la que hemos contraído con el pecado original.
El pecado original tiene un nombre postmoderno, a saber, la "catástrofe ecológica". Aproximadamente diez años atrás los días se fueron tornando más cálidos (en lugar de cómo decía Nietzsche, cada vez más fríos), y gracias a este efecto de invernadero el bosque, la estepa paradisíaca con los herbívoros comedores de praderas que vivían sobre ella, comenzó a poblarse de árboles. El bosque, este enemigo mortal del hombre (como lo sabemos por los mitos, pero los "verdes" no lo saben), impidió toda cacería y obligó a nuestros predecesores incluso a comer plantas en lugar de dejárselas a los bueyes y a los burros. Hubo que quemar los árboles y tuvo que plantarse, en los claros despejados, artificialmente pasto para que la gente tuviese algo que comer. Pero con esta alimentación herbívora acontece un asunto incómodo: cuando se quiere comer hasta quedar satisfecho entonces han de haber muchos granos, y para poder tener esto.