Acerca de las disputas epistemológicas (II parte)
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Resumen
El ser humano se ha erguido como el agente de transformación más poderoso del planeta, capaz de cambiar incluso el curso del destino de la tierra y quienes la habitan; humanos, no humanos e incluyo también aquí, los materiales naturales y aquellos objetos producidos por la humanidad. Esta es, por lo menos, la premisa que nos presenta el antropoceno, última era geológica, en la cual la acción humana estaría dejando huellas rastreables incluso hasta miles de años hacia adelante1.
Considerando que el ser humano se constituye como un cuerpo, que no es pura racionalidad, sino que involucra una emocionalidad, la cual toma fuerza, especialmente en tiempos de incertidumbre. Entonces la capacidad de agencia del ser humano se torna muchas veces incomprensible para quienes pretenden entender el comportamiento humano desde una epistemología que parte de la base de una racionalidad y, más peligroso aún, desde un punto de vista disciplinario, excluyendo otras disciplinas.
Volviendo nuevamente a la definición de la epistemología dada por Jaramillo Echeverri, (2003)2 donde involucra la adquisición de conocimiento, la fundamentación, los límites, el método y la validez, surgen algunas interrogantes a lo menos inquietantes: ¿cómo adquirir conocimiento en un mundo interrelacionado entre todos los seres que pueblan el mundo, la materialidad natural, los objetos producidos por los habitantes y el planeta? ¿cuál será o serán los métodos adecuados para inquirir? ¿de qué manera serán válidos estos procedimientos? y más difícil aún, ¿dónde están los límites de este conocimiento?
Si a lo anterior añadimos la emocionalidad que opera en los seres humanos y algunas veces en los no humanos, ¿qué tipo de epistemología debiéramos construir para conocer el mundo y llegar a la verdad? Que es en última instancia, el propósito de la ciencia. Aquí hablamos de ciencia, ya que al parecer las artes y las humanidades han sido más atentas en el proceso de integración.
Frente a tanta interrogante, debiéramos partir por algo simple, al menos al inicio, que nos permita ir desenrollando esta cinta de Möbius. Esta figura es bastante ilustrativa para mostrar el cambio en nuestra percepción, especialmente cuando queremos establecer un límite entre el adentro y el afuera, lo que está arriba y abajo, ya que, con probabilidad, en la actualidad nos enfrentamos a superficies no orientables. Julio Cortázar en un controversial cuento llamado “El anillo de Moebius” roza esta indeterminación de nuestra realidad.
Cortázar cambia nuestro punto de vista sobre la interpretación de la realidad, pero es importante observar que para conseguir eso en este caso preciso, ha debido bajar a la muerte misma para imaginarla ya no como lo opuesto a la vida, sino como su contrario. Si según la célebre distinción de Platón en El Sofista, los contrarios admiten un término medio (como el frío y el calor, el blanco y el negro) y las oposiciones no lo admiten nunca, Cortázar intenta una apuesta aparentemente imposible: imaginar el deseo como término medio entre la vida y la muerte mientras se asume una conciencia corpórea y no una cartesiana, lo que hace que la división entre alma y cuerpo pierda todo fundamento y la pervivencia del alma más allá de la muerte sea demostrada como absurda (ŢĂRANU 2012, 9)3.
Este cuento nos permite incorporar un primer eslabón dentro de una epistemología en el examen de nuestra realidad. Esta es la indeterminación, la irregularidad de lo imprevisto e imprevisible. Aceptar su coexistencia en los procesos que están acaeciendo actualmente en nuestro mundo nos señala una dirección, ¿para qué? para que paradojalmente, no nos tome por sorpresa.